Por Arthur González*/Martianos-Hermes-Cubainformación.- El 16 de abril de 1961 Estados Unidos inició la invasión a Cuba por Bahía de Cochinos, con la intención de derrocar a la Revolución popular que decidió caminar, a partir de 1959, sin la tutela de Washington, elemento suficiente para eliminarla.


Dicha invasión fue organizada por la CIA, según se puede leer en los documentos desclasificados, entre ellos el informe realizado por el Inspector General de dicha agencia, donde expone, con lujo de detalles, las causas de su aplastante fracaso.

Los primeros en tocar las costas cubanas la madrugada del 16 de abril, fueron los hombres ranas de la CIA, quienes colocaron las boyas lumínicas que marcaron el camino para iniciar el desembarco de las tropas mercenarias, las que soñaban con imponer nuevamente un gobierno servil a las órdenes yanquis.

Los aviones de la brigada mercenaria contaban con pilotos yanquis para lanzar bombas contra campesinos inocentes, matando sin piedad a hombres, mujeres y niños.

Uno de esos aviones fue derribado cuando intentó bombardear el central azucarero Australia, y su piloto, Thomas Willard Ray, murió al caer a tierra.

Estados Unidos se negó, por muchos años, a reconocer que era un ciudadano yanqui, pero el gobierno de Cuba, que logró recuperar la documentación que portaba, lo guardó en congelación a la espera que algún día ese gobierno se decidiera a aceptar que un miembro de la fuerza aérea norteamericana, había participado en dicha invasión para bombardear a la población civil de la zona.

El cadáver de Ray estuvo durante veinte años abandonado por Estados Unidos, en una solitaria gaveta de congelación en el Instituto de Medicina Legal de Cuba, a la expectativa de ser oficialmente reclamado de ese limbo, hecho que constituye un record histórico.

No es fácil superar esa acción por parte del país que lo envió como militar estadounidense, a cumplir actos de guerra en completa violación de todas las leyes internacionales y donde la muerte siempre es una posibilidad.

Pero lo peor vendría cuando pasado veinte años, el gobierno de Estados Unidos decidió reconocerlo y recuperar su cadáver.

La familia del piloto una vez recibido y enterrado el cuerpo, vio la posibilidad de sacarle lascas monetarias al muerto, aprovechándose de una cláusula de la enmienda de la Ley de Inmunidad Soberana de los estados, e impusieron una demanda contra el gobierno cubano, con el fin de obtener dinero a costa del muerto.

La verdadera víctima de aquella invasión mercenaria es el pueblo cubano y no los invasores mercenarios que sembraron el luto entre las familias de la isla.

Demostrando más interés que amor, Janet Ray Weininger, estableció reclamación legal contra Cuba en las cortes yanquis, en un proceso totalmente politizado.

Como era de esperar, el fallo fue a su favor y de las cuentas bancarias cubanas congeladas en Estados Unidos, le fueron entregados 24 millones de dólares como recompensa, además de otros 65 millones de dólares por supuestos daños punitivos, ya que acusó a las autoridades de la Isla de haberlo “torturado y asesinado”. En total se apoderó de 89 millones de dólares pertenecientes a los fondos de Cuba.

O sea, un piloto de Estados Unidos que lanzó metrallas y bombas contra una industria cubana, matando e hiriendo a trabajadores y vecinos inocentes del poblado que lo circundaba, resultó ser para los tribunales yanquis una víctima, a pesar que su cadáver fue dejado por su gobierno en una lúgubre gaveta de congelación, y ser el único responsable de compensar a esa familia por su muerte y abandono durante veinte años.

Esa es la verdadera cara del país que se auto proclama “paladín de los derechos humanos”.

Al cumplirse 59 de la primera derrota de Estados Unidos en Latinoamérica, también recordamos que durante la guerra contra Vietnam sucedieron casos similares, muertos abandonados durante la criminal e injusta guerra ganada por el pueblo que luchó por su soberanía e independencia, igual que sucedió en las arenas de las playas cubanas en Bahía de Cochinos.

Ante hechos similares expresó José Martí:

“Con que villano regocijo gozan las almas miserables”

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