Por Arthur González*/Martianos-Hermes-Cubainformación.- Se asegura que el verdadero poder en Estados Unidos es el militar, porque constituye la base orgánica de su hegemonía, de ahí que algunos analistas afirmen que ante las limitaciones que enfrenta hoy su poderío político y resquebrajándose su posición como superpotencia mundial, las fuerzas militares asumen una posición de mayor agresiva, como fórmula para mantener su hegemónica en el escenario internacional.


Eso se observa en sus recientes ataques a Siria, las provocaciones en los mares cercanos a Irán, Corea del Norte y el actual despliegue de las fuerzas navales del Comando Sur en el Caribe, como amenaza al gobierno constitucional de Venezuela

La actuación del Pentágono evidencia un reemplazo real del Departamento de Estado en su papel de la política exterior yanqui. Hoy los altos mandos militares ejercen la función de procónsules, con la encomienda de ser diplomáticos al servicio de la guerra, como se constata en visitas a Brasil y Colombia.

El presidente Donald Trump, carente de experiencia política y militar, parece darles a los militares una relevante participación en sus decisiones y para lograr su apoyo aprobó, en el 2019, el mayor presupuesto de gastos militares ascendente a 732 mil millones de dólares, lo que incrementa en un 5,3 % el asignado para el año 2018.

 

El Departamento de Defensa se ha convertido en una suerte de sociedad anónima, conformada por empresas contratistas militares privadas, que acumulan una monumental influencia sobre los hilos que manejan el poder público en Estados Unidos.

Ese patrón federal y privado tiene una fuerza, tanto en el marco político como económico, que evidentemente influye de forma sustancial en las decisiones de la Casa Blanca, en sus relaciones exteriores con aquellos países considerados como “amenaza”.

La relación guerras-incremento de presupuesto, favorece proporcionalmente a las empresas privadas productoras del material bélico, responsables del diseño de nuevas armas, su fabricación, el mantenimiento de equipos, más el entrenamiento de tropas, lo que eleva las ganancias este escenario, lo que llaman algunos politólogos estadounidenses como “Complejo de Guerra Permanente, inmensa maquinaria económica de saqueo presupuestario y guerras geopolíticas sin sentido, que se auto reproduce”.

La pandemia del Covid-19 puso de manifiesto la incapacidad del presidente Donald Trump, su inseguridad y debilidad política, arropada bajo un leguaje grandilocuente, acompañado de insultos y poses que no convencen y ponen en dudas su coeficiente de inteligencia, al recomendarle a los especialistas en salud, experimentar con inyecciones de cloro o su ingestión, para acabar con el coronavirus.

Ante eso, los más importantes diarios de Estados Unidos lo califican como “el peor presidente de la historia del país”, pero, por lo antes expuesto, continua con el respaldo del poderío militar y su complejo industrial, beneficiado con sus decisiones presupuestarias.

En la actualidad el mayor enemigo de los yanquis parece ser el Covid-19, que desestabiliza su economía.

Sin distinción de posiciones políticas, económicas, color de la piel, sexo, o religión, infesta también a las fuerzas armadas debilitando su capacidad de maniobra, aunque los mantos militares digan lo contrario.

La primera señal ocurrió hace unos días en el porta aviones nuclear, USS Theodore Roosevelt, donde resultaron infestados cerca de 150 marineros, algo que el Pentágono trató de silenciar y sancionó al Comandante por filtrar la carta remitida a sus jefes, donde solicitaba la evacuación de los enfermos ante el peligro de contagiar a toda la tripulación.

Por ese hecho, el Departamento de Defensa ordenó a todos los mandos de las bases militares y comandos de combate, no ofrecer información sobre las cifras de contagio de efectivos militares, ratificado por el portavoz, Alyssa Farah, quien declaró:

“No informaremos el número total de casos individuales afectados por coronavirus, de miembros del servicio en la unidad individual, la base o comandos combatientes”.

Informaciones no oficiales afirman que existen más de 3 mil militares contagiados y fuera de servicio, siendo la Marina de Guerra el de mayor afectación, seguida del Ejército y la Fuerza aérea, por las malas decisiones del presidente Trump de no aprobar el distanciamiento, ni el uso de naso bucos en la población de Estados Unidos.

Como consecuencias, hoy Estados Unidos es el país de más contagiados y muertos del mundo, y el Covid-19 está presente en el personal de no menos de 150 bases militares en 41 estados, según publicó Newsweek en días pasados.

De acuerdo con esa publicación: “Los más afectados son los complejos de bases navales en Norfolk, Virginia, San Diego, y Jacksonville en Florida; las bases del área de San Antonio, Texas; y las bases navales del estado de Washington”.

De igual forma, se comenta que dos marineros a bordo del portaaviones USS Ronald Reagan, dieron positivo al coronavirus, situación que se presenta en el USS Nimitz, que tenía la misión de trasladarse al Pacífico, y en el USS Carl Vinson, actualmente en mantenimiento en Puget Sound.

Sin dudas, la incompetencia de Trump pone a los mandos militares en la disyuntiva de exponer a los efectivos militares al contagio o enviarlos a una cuarentena forzada, para evitar males mayores, pues se afirma que los contagios se enfrentan por lo menos, en 4 de los 11 portaaviones nucleares yanquis, creando un impacto negativo.

Esta situación se percibe en las declaraciones oficiales del propio Departamento de Defensa, al exponer: “nuestras capacidades para ayudar al sistema de atención médica doméstica durante el coronavirus, son limitadas y no están dirigidas a las enfermedades infecciosas”.

La pandemia llega hasta el complejo militar industrial, donde y ha provocado afectación en sus operaciones, por la baja de un alto número de empleados, demostrándole a Trump y sus seguidores, que la fuerza de trabajo es lo más valioso de toda economía.

La Covid-19 está haciendo mellas en la base orgánica de la hegemonía de los Estadios Unidos, por la irresponsabilidad de su Presidente, quien perdió 70 días en los que pudo preparar al país para lo que les venía encima.

En vez de eso, se pavoneó afirmando: “todo es un fraude de los demócratas y el flu mata a más gente”.

El 6 de febrero Trump rechazó miles de test de la OMS para detectar el virus. El 10 de febrero, en plena epidemia internacional, Trump recortó 16% el presupuesto del Centro Nacional de Enfermedades Infecciosas y el propio Centro tuvo que fabricar a la carrera sus propios test, que resultaron defectuosos.

El 9 de marzo tuiteó: “El virus desaparecerá. Cálmense”.

Ahora la economía está en plena recesión, los precios del petróleo en menos de un dólar, la fuerza de trabajo enferma y los militares, su principal columna protectora, en riesgo.

Veremos qué posición asumen ante el proceso electoral.

Así pasará a la historia este Presidente, como el responsable de cientos de miles de muertos y el más incapaz de los que se sentaron en la Sala Oval de la Casa Blanca.

Razón tiene José Martí al afirmar:

“Puede inferirse que cuando los imperios llegan a la cumbre de su prosperidad, están al borde del precipicio que los devora”.

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