Andrés Marí - Cubainformación / Fundació Vivint.- Posiblemente el mayor hito del independentismo catalán sea la sonrisa del 9-N del 2014: el abrazo entre independentistas con proyectos opuestos a cómo debe ser la futura República. Todo abrazo incluye la realidad de los abrazados y con ella posibles entendimientos. El candor de la emoción siempre va por delante. Todo lo demás que sucedió está clavado en los ojos de Roger Español, en las penas de los represaliados, los prisioneros, los exiliados y en las incógnitas de las miradas a todo el paisaje que hemos levantado.
La cantidad de esperanzas depositadas en la legislación internacional que el pueblo catalán concibió, a partir de las palabras dichas por varios dirigentes independentistas sobre las tablas del Teatre Nacional de Catalunya, hoy parecen recuperarse de forma bien diferente a cómo, en los días previos al 1 de octubre de 2017, nos fueron entregadas con superlativos impulsos y que ya casi son el eslabón perdido de un cuento infantil donde el “cuanto peor, mejor” se duerme en los clarines de la sinrazón.
Aunque hasta ahora no ha sido un hondo escollo la falta de unidad entre las tendencias capitalistas de Junts per Cat, la socialdemócrata ERC y la anti-capitalista CUP, ello pudiera tornarse esencial si el comportamiento de algunos de sus líderes, a veces traicioneramente con la unidad estratégica -si así podemos seguir llamándola-, no se complementa con una severa acción que los fortalezca en los tres niveles y poderes en que se mueven: Catalunya, España, y Europa.
Cada vez más, y ya demasiado a menudo, las maniobras electoralistas y las divisiones en las instancias de poder entre las tres formaciones catalanas, tienden a no valorar en su justa medida las consecuencias de no poder elegir en el Parlamento Catalán –aun con una mayoría frágil pero suficiente-, una Generalitat independentista y así realizar como gobierno autonómico las más ingentes tareas sin grandes dificultades y sin que mermen los votos del pueblo catalán.
Pero es en el segundo rango, España, donde el peligro acecha con una fuerza inimaginable al ser muy minoritarias las ansias independentistas catalanas. Es el sitio, aunque algunos puedan mostrar signos indiferentes a él e incluso hasta agresivos, donde ha de intentarse, al menos, el necesario acercamiento con las formaciones no independentistas pero con alguna receptividad y donde los intereses empresariales, profesionales y populares más las visiones ideológicas clasistas, progresistas y rupturistas que bullen en todas las formaciones políticas, pueden ofrecer algún abrigo al independentismo. Si en ese nivel no se actúa con la unidad imprescindible, el avance será extremadamente peligroso.
No es cuestión de mostrarse débiles, dóciles y hasta humillarse ante la autoridad que, por el solo hecho de sentarse en el Congreso de Diputados de España, ya están acatando, sino de hacer la Política más sana para el conjunto del Estado Español al cual Catalunya, a pesar de cualquier exabrupto que la aleja, sigue perteneciendo. Caer allí, en el lodo de las fuerzas más retrógradas de España, no otorga ninguna fuerza real al independentismo, al contrario, le enloda su más preciado tesoro: la legitimidad de su lucha.
Que muchos catalanes se emocionen, con ciertas llamadas valentías de sus representantes en el Congreso de los Diputados españoles, solo indica la ingenuidad de los sueños donde sabemos, gústenos o no, que la ley internacional del sistema capitalista prima tanto en Catalunya como en España. Ambas, gozosamente o no, son partes y partes privilegiadas del absurdo Primer Mundo donde las revoluciones verdaderas ya no son ninguna opción. El más hermoso gesto con que lucha un pueblo no está en airear fuerzas contra otros pueblos, sino contra el sistema que ha favorecido los odios que los separan.
* Andrés Marí es escritor, profesor y actor cubano residente en Catalunya.
