Por Arthur González*/Martianos-Hermes-Cubainformación.- Muchas lecciones brindan la derecha internacional encabezada por Estados Unidos, cuando luchan por mantener su hegemonía. Ahí enseñan con todo rigor, que para lograrla no se respetan leyes, convenciones ni tratados internacionales y la justicia se somete a sus órdenes.


Presiones políticas, chantajes y amenazas son sus armas preferidas, con el fin de arremeter contra líderes de izquierda que llevan a cabo programas a favor del pueblo, algo considerado por los yanquis como “malos ejemplos” que deben ser arrancados de raíz.

Así pasó con el presidente Manuel Celaya en Honduras, Dilma Rousseff de Brasil, la argentina Cristina Fernández, Luis Ignacio Lula en Brasil, el boliviano Evo Morales y Rafael Correa de Ecuador.

Todos sufrieron persecución encarnizada política, acusados con causas fabricadas para dañar su moral e imagen ante el pueblo, con el único objetivo de impedirles gobernar con sentimientos humanos que favorecen a los desposeídos, situación considerada por Washington como un modelo inadmisible.

Los yanquis denominan el “eje del mal” a Cuba, Venezuela y Nicaragua, por ser los procesos revolucionarios que más se les enfrentan y que denuncian a voz en cuello sus agresiones y desmanes ejecutados, entre ellos la criminal guerra económica, comercial y financiera, para que sus gobiernos no sean un paradigma de bonanza económica a imitar, por otros países de la región.

Con sus patrañas, Estados Unidos enseña de lo que son capaces de ejecutar para quitarse del medio a líderes de izquierda, como hacen con Evo Morales, a quien le dieron un golpe de estado comprando a los mandos militares, respaldado por la desprestigiada OEA, acusándolo de fraude electoral cuando había ganado ampliamente el voto popular.

No conformes, lo persiguen con saña hasta obligarlo a pedir asilo político. Para sacarlo del juego político de por vida, le construyen un expediente legal por violaciones a las leyes que jamás cometió, todo con el propósito de destruir su imagen política, a pesar de ser el presidente que más hizo por su país, poniéndolo a la cabeza del crecimiento del PIB en la región.

Para completar la vileza, le impidieron postularse como vicepresidente, celebrándole un juicio amañado que lo condenó, y para colmo le impiden aspirar a un escaño en el Senado.

Con la misma receta, frenaron la candidatura de Rafael Correa a vicepresidente de Ecuador, acusándolo de corrupción sin pruebas, en un juicio sumarísimo que lo sancionó a 9 años de prisión, ratificada en la vista de apelación efectuada con idéntica rapidez, para impedir su aspiración política.

La prepotencia yanqui es tal, que poco les importa mentir y construir denuncias que pueden desbaratarse posteriormente, como el caso de Lula, a quien la corrompida justicia brasileña ahora lo exonera de una decena de cargos, pues el objetivo de impedirle su elección como presidente, se logró sin dificultades.

Ante esas patrañas, ni la Unión Europea ni organizaciones de las Naciones Unidas han levantado su voz para condenar las continuas violaciones legales. Por el contrario, solapadamente ven con buenos ojos que la izquierda no gobierne.

¿Qué pasaría si en Venezuela hubieran detenido a Juan Guaidó, por sus comprobados actos de traición a la patria, conjuras públicas con Estados Unidos para propiciar un golpe militar, apoyo total a los planes de magnicidio fraguados en complicidad con el gobierno de Colombia y la firma de un contrato para una invasión contra Venezuela, con el empleo de mercenarios profesionales norteamericanos?

Tanto Estados Unidos, como la Unión Europea, más la OEA, convocarían el Consejo de Seguridad de la ONU para justificar una invasión.

Esa es la democracia que enarbola la derecha mundial, la que ahora condena a Bielorrusia por no aceptar las imposiciones emanadas desde Estados Unidos, respaldadas por sus aliados de Polonia, República Checa, Reino Unido y otros países europeos.

Sin embargo, Estados Unidos nunca se manifiesta contra el gobierno chileno, encabezado por el agente CIA Sebastián Piñera, por las continuas violaciones de los derechos humanos en la cruel represión a las manifestaciones populares.

Con esas lecciones de que es la “democracia”, la izquierda debe sacar sus propias conclusiones, para actuar con mano dura contra las violaciones de la ley que ejecutan los elementos pagados por Estados Unidos, para desestabilizar y derrocar a los líderes con posiciones nacionalistas y anti imperialistas.

Venezuela tiene un gran reto en los próximos meses con el proceso electoral para la Asamblea Nacional, actualmente en manos de la derecha pro yanqui. Nicolás Maduro tomó la decisión de indultar a varios cabecillas de la oposición, vinculados directamente con actos anti constitucionales para derrocarlo, con el fin de darles la oportunidad de participar en las elecciones y demostrar su deseo de que el proceso se transparente y participativo sin exclusiones, acto que la derecha no hace.

No obstante, desde ya el títere Juan Guaidó hace llamados a la no participación en el proceso electoral e incluso dictamina con tres meses de antelación, que las elecciones serán “fraudulentas”, como si fuese el oráculo divino, preludio de como calificarán Estados Unidos y la Unión Europea el resultado electoral, si gana la izquierda bolivariana.

Para Donald Trump no hay paños tibios, la violencia y la represión son sus mejores armas, demostrado por su apoyo al golpe militar en Bolivia y a las marchas opositoras contra el presidente bielorruso.

Pero cuando las protestas son contra su gobierno, como las ejecutadas por los actos racistas que dejan una estela de asesinatos y heridos entre los negros norteamericanos, la posición que asume es diametralmente opuesta, al declarar:

Para detener la violencia política, debemos enfrentar la ideología radical que incluye esta violencia. Políticos imprudentes de extrema izquierda continúan impulsando el mensaje destructivo de que nuestra nación y nuestras fuerzas del orden son opresivas o racistas. En realidad, debemos dar un apoyo mucho mayor a nuestras fuerzas del orden”.

Esa es la “democracia” que pretenden imponer en el mundo, por eso no condenan la violencia policial en Francia contra las marchas obreras, ni en Alemania, Inglaterra, Bolivia o en Chile. Para Trump los culpables son los movimientos de izquierda, denominándolos “ideología radical”.

Muchas son las enseñanzas de esa derecha, de las cuales hay que sacar importantes experiencias y por eso afirmó José Martí:

“Las cosas hay que verlas en sus causas y objeto, no en la superficie”.

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