Por Arthur González*/Martianos-Hermes-Cubainformación.- En mayo de 1980 ideólogos del partido republicano, aprobaron el documento programático sobre las Relaciones Interamericanas de Estados Unidos, conocido como Comité Santa Fe I, el cual aborda la actuación hacia América Latina y la necesidad de retomar la Doctrina Monroe, como piedra angular de su política.


En el mismo abordan el trabajo hacia Cuba, donde exponen: “Estados Unidos debe ofrecerles a los cubanos alternativas claras, pero el gobierno cubano debe estar absolutamente consciente, que, si sigue como en el pasado, se tomarán otras medidas apropiadas”.

La amenaza yanqui era precisa y de inmediato comenzaron a ejecutarse las “medidas apropiadas”.

En julio de 1981 crearon la Fundación Nacional Cubano Americana, con el propósito inicial de contar con un grupo de cabildeo favorable a políticas más agresivas hacia Cuba, aunque su actuación conllevó acciones subversivas y otras de corte terrorista.

Un año después, junio de 1982, el presidente Ronald Reagan (1981-1989) expuso su Proyecto Democracia, con una línea de acción para el trabajo subversivo contra el sistema socialista.

El 14 de enero de 1983, Reagan firmó laDirectiva de Seguridad Nacional No. 77, sobre el manejo de la diplomacia pública, mediante la cual se establecieron las estructuras encargadas de poner en práctica la nueva concepción subversiva para enfrentar el comunismo y contra el dinámico movimiento progresista que se desarrollaba a nivel global.

Entre esas estructuras está la Fundación Nacional para el Desarrollo, (National Endowment for Democracy) NED, el 15 de julio de 1983, para cumplir tareas subversivas y Cuba estaba dentro de su objetivo estratégico. Esa estructura daba continuidad a las acciones secretas de la CIA, especialmente sus operaciones de acción política, algo que reconoció en 1991 Allen Weinstein, historiador y su primer presidente:

 “Mucho de lo que hoy hacemos en la NED, lo hacía ya hace 25 años la CIA de manera encubierta”.

Es así como empiezan a surgir los grupúsculos contrarrevolucionarios en la Isla, con financiamiento del gobierno yanqui y asesoramiento de sus diplomáticos en la Sección de Intereses en La Habana.

Las actividades de esa contrarrevolución fueron promovidas por la nueva estación de radio, inaugurada en mayo 1985, bajo el nombre de Radio Martí, a fin de hacerle creer al mundo que en Cuba existía una fuerte y organizada oposición.

La fabricación de los grupúsculos contrarrevolucionarios internos, como una posible alternativa de poder, dio continuidad a viejos planes de la CIA expuestos en su Programa de Operaciones Encubiertas, marzo 1960, donde exponen:

“Crear una oposición cubana responsable, atractiva y unificada, que se declare públicamente como tal”.

A pesar del fracaso de aquellos grupúsculos que nunca alcanzaron reconocimiento popular ni liderazgo en la sociedad cubana, los yanquis insisten en asignar anualmente millones de dólares para el trabajo subversivo y una parte de tal presupuesto es para estimular acciones provocativas, con la esperanza de que ocurra un estallido social en la Isla, como expone la CIA en uno de sus análisis:

Un disidente o grupo, se puede convertir en el centro de la insatisfacción popular y aumentar la viabilidad de su causa, al atraer un importante apoyo internacional o financiamiento”.

Informes secretos de la CIA y de sus diplomáticos en Cuba, reconocen que:

Esos grupos seguirán siendo pequeños y dispersos. Es improbable que de forma directa provoquen acontecimientos amenazantes para el régimen”.

“No es probable que el movimiento disidente tradicional pueda reemplazar al gobierno cubano”. “Sus mayores esfuerzos son obtener recursos suficientes para solventar las necesidades del día a día de los principales organizadores y sus seguidores”.

A pesar de esta realidad reconocida en sus propios documentos, los norteamericanos insisten en fabricar nuevos “opositores”, aunque cada vez con más baja catadura moral y rechazo social, como el caso de José Daniel Ferrer, en Santiago de Cuba, elemento violento que no aporta los resultados planificados, aun cuando recibe un fuerte financiamiento.

En La Habana, ante los descalabros de aquella docena de grupúsculos creados en los años 1980, 1990 y 2000, con cabecillas como Elizardo Sánchez, Gustavo Arcos, Martha Beatriz Roque, Ricardo Bofill, René Gómez, Félix Bonne Carcasés, Oswaldo Payá, Guillermo Fariñas, las llamadas Damas de Blanco y otros, ahora atraen a individuos sin nivel profesional, educación, ni conducta moral adecuada, entre ellos el seudo artista Luis Manuel Otero Alcántara, del artificioso grupo San Isidro, quien sin respeto a los símbolos patrios, coloca sus fotos en Internet sentado en un inodoro con la bandera cubana.

Las instrucciones recibidas son: “actuar provocativamente en la vía pública para obtener solidaridad ciudadana”, pero su catadura es tan baja que solo alcanzan el repudio popular.  

La campaña actual de apoyo al grupo San Isidro es amplia, en desesperado intento por compulsar a sus miembros a ejecutar provocaciones callejeras, situación que cuenta con el rechazo popular ante sus pésimas conductas cívicas, a pesar de que desde Estados Unidos pretenden disfrazarlos de artistas, como han hecho con otros que terminaron en el olvido.

Estados Unidos no aprende de sus fracasos e insisten en originar conflictos en las calles cubanas, como si el pueblo no conociera bien los antecedentes de esa contrarrevolución asalariada, que solo acumula fracasos y un amplio rechazo de hombres y mujeres que trabajan por un mundo mejor, frente a una criminal y feroz guerra económica y financiera.

Razón tiene José Martí al afirmar:

“De medios artificiales solo nacen raquíticos productos”

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