Rosa Miriam Elizalde.- Tiene muy mala prensa la invasión, esos primeros planos de botas extranjeras pisando una playa o un barrio, como El Chorrillo, en Panamá, que todavía no conoce la cifra de sus muertos. Después de más de un siglo de práctica implacable, las intervenciones militares de Estados Unidos en América Latina han caído en el desprestigio, perdieron glamur, han pasado de moda. Ahora se aferran a los golpes blandos.


El golpe blando consiste en travestir a una minoría en mayoría, amplificar sus reclamos, crispar las controversias y enfrentamientos y desgastar a la verdadera mayoría que gobierna hasta hacerla caer por medio de alguna farsa judicial, como en Honduras; o parlamentarista, como en Brasil; o electoral, como en Bolivia; o forzando una intervención extranjera, como se pretende en Venezuela y algunos sueñan para Cuba.

Es más complicado que los golpes duros de los marines, pero, a diferencia de ellos, tienen el colorido de estos tiempos, con sus arquetipos de dictadores en el bando de los malos, y un bando de los buenos con sus arquetípicos “luchadores por la libertad”, con sus simulacros de épicas remasterizadas y con sus falsos discursos de heroísmos ciudadanos, todos ellos, buenos y malos, diseñados como protagonistas de una película de acción clase Z por las grandes herramientas de dominación: las corporaciones mediáticas y las plataformas sociales.

Bueno, en eso andamos en Cuba por estos días. Tenemos a falsos artistas que se atrincheraron en una casa del barrio San Isidro, de La Habana Vieja, y un contexto en el que se confunden legítimas necesidades de interlocución con las autoridades culturales, confusiones, oportunismos políticos, pandemia y tensiones económicas agravadas por un carrusel de medidas del régimen de Trump -corte de las remesas, persecución de barcos petroleros, sanciones financieras....

En horas se desactivó la operación de los “artistas” sin que se documentara ni un solo rasguño. A partir de ahí, hemos visto la otra película conocida: el Encargado de Negocios de la Embajada de Estados Unidos en La Habana (Embajador en funciones) trasladando en su propio automóvil a los atrincherados, mientras funcionarios de alto rango del Departamento de Estado llaman públicamente “colegas” a estos empleados locales del golpe blando.  Algunos involucrados hacen alarde de sus simpatías por Donald Trump, al que reconocen como su Presidente, y de recibir financiamiento de los fondos del gobierno federal para la “promoción de la democracia”.

Como ha documentado el investigador estadounidense Tracey Eaton, el gobierno de Estados Unidos ha gastado entre 20 y 45 millones de dólares al año, desde 1996, cuando se dio carta blanca al apoyo financiero para grupos locales y observadores internacionales con el fin de provocar el “cambio de régimen en Cuba”, bajo la Sección 109 de la Ley Helms-Burton. Por esta vía se han destinado más de 500 millones de dólares a estas operaciones, aunque no es el único camino del dinero, ni el más común para fomentar el gran negocio de la “disidencia” cubana. Nadie sabe a ciencia cierta cuánto reciben las operaciones encubiertas, ni cuánto es el monto total que ha llegado a San Isidro para este intento de arrimar un fósforo al polvorín.

Buena parte de esta tajada llega también a un clúster de medios digitales creados por el gobierno estadounidense para la desinformación sobre temas cubanos. Cientos de publicaciones aparecieron en la Florida a partir de 2017 con Cuba en alguna parte del nombre con el que salen a Internet.  El objetivo es darle volumen a la información tóxica sobre la Isla, reempaquetando una única agenda para públicos diferentes y proyectando como propia de los cubanos las directivas de Estados Unidos. A diferencia de otros momentos de la llamada Guerra de Cuarta Generación o Guerra No Convencional, los nuevos laboratorios del Golpe Blando operan simultáneamente en el mundo físico, psicológico, perceptivo y virtual, para que después de la confusión solo quede tierra arrasada en términos culturales.

The Guardian entrevistó hace unos días al corresponsal de uno de estos medios digitales de Florida que en septiembre recibió una subvención de 410 710 dólares de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacionales (USAID).  El periodista de ADN Cuba dijo al diario británico que las medidas tomadas por la Casa Blanca el mes pasado para prohibir las remesas enviadas a los cubanos por sus familiares desde Estados Unidos son “perfectas”, porque la mayor parte del dinero termina en las arcas del Estado, una mentira escandalosa. “Si estuviera en Estados Unidos, habría votado a Trump”, añadió ese “reportero imparcial” que, como otros, lleva semanas echando leña a la caldera de San Isidro.  No es lo mismo que invadir un país, pero no deja de ser un jugoso intento de disfrazar de mayorías libertarias a las minorías violentas.

En medio de todo esto han escamoteado a las pobres audiencias desinformadas de este mundo, lo que en realidad acontece en términos verdaderamente culturales dentro de la Isla. Ahora mismo más de 1 800 películas y más de 800 guiones inéditos se han inscrito en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, de La Habana. Nos preparamos para esta fiesta anual, que es una apuesta por mantener viva la cultura sin que resuenen, más que en el denso amasijo de la desinformación, los efectos del golpe blando.

El odio es una larga espera, dijo el escritor franco-africano Rene Maran. Y casi siempre, también, un gran fracaso.

(Publicado originalmente en La Jornada, de México)

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