Wilkie Delgado Correa* - Cubainformación.- A la madre: “Tengo razón para ir más contento y seguro de lo que Vd. pudiera imaginar. No son inútiles la verdad y la ternura. No padezca”. Al hijo: “Hijo: Esta noche salgo para Cuba: salgo sin ti, cuando debieras estar a mi lado. Al salir, pienso en ti”.


Como se anunció en el artículo sobre el desembarco por Duaba  (Parte I) del General Maceo y otros 22 expedicionarios, hoy el próximo pasaje de la historia será el desembarco de 6 expedicionarios encabezados por Martí y el General Gómez por Playita de Cajobabo, diez días después, por la misma senda del deber y el amor.

Hicimos referencia a la carta enviada desde República Dominicana al General Maceo, entonces en Costa Rica, por José Martí, máximo líder político de la conducción de la guerra, de fecha 26 de febrero de 1895, ante el inicio dos días antes de la guerra: “Cuba está en guerra, General. Se dice esto, y ya la tierra es otra. … La dirección puede ir en una uña. Esta es la ocasión de la verdadera grandeza. De aquí vamos como le decimos a Vd. que vaya”.

Iniciada la guerra definitiva por la independencia de Cuba, toda la  actividad febril de los máximos dirigentes que permanecían en el exterior estaba acuciada por los planes de expediciones, las gestiones de recursos monetarios y de pertrechos, limar potenciales desacuerdos y sentar las bases programáticas de la revolución que, al fin, se redactaron por Martí y firmaron Martí y Gómez el 25 de marzo, como jefes civil y militar respectivamente del levantamiento armado. El documento es titulado El Partido Revolucionario Cubano a Cuba, más conocido por el Manifiesto de Montecristi, por el lugar donde ocurrió el hecho.

Y cuando casi llega la hora de partir hacia la patria amada y, como se pudiera decir, de montar en un nuevo Rocinante en forma de navío, es el instante doloroso de escribir y expresar su amor filial: “Madre mía: Hoy, 25 de marzo, en víspera de un largo viaje, estoy pensando en Vd. Yo sin cesar pienso en Vd. Vd. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Vd. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre… Ahora bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición”. Y después de su firma, Martí estampa su confesión íntima en esta nota: “Tengo razón para ir más contento y seguro de lo que Vd. pudiera imaginar. No son inútiles la verdad y la ternura. No padezca.--

Y el 1º de abril llega el momento perentorio de reflejar su amor paterno en forma de una saeta significativa. La corta misiva está dirigida a su hijo de apenas 16 años.  “Hijo: Esta noche salgo para Cuba: salgo sin ti, cuando debieras estar a mi lado. Al salir, pienso en ti. Si desaparezco en el camino, recibirás con esta carta la leontina que usó en vida tu padre. Adiós. Sé justo.”

Vaya forma sublime de expresar su amor y, a la vez, dejar patente su mensaje con la modesta herencia material que promete y, también, el legado ético que reclama de su Ismaelillo: Ser justo.

Y finalmente, casi cuando se presiente la cercanía de la tierra cubana, le confiesa en carta del 11 de abril a la esposa del General Gómez, el cariño por quien le acompaña en la travesía histórica: “Y por Vd., Manana, aunque no fuera por él, querré y miraré siempre al compañero de su vida”. Antes le expresaba: “Vamos cosidos uno al otro, el padre y yo, con un solo corazón, y la mayor amistad y dulzura que da la compañía cariñosa en las cosas difíciles”.

Y llegan a Cuba por Playita de Cajobabo en Baracoa en la noche del día 11 de abril aquellos 6 expedicionarios en un bote que bajan del vapor que los condujo hasta allí. En forma apresurada Martí describió esos instantes tensos en los apuntes de su diario:

”…Bajan el bote. Llueve grueso al arrancar. Rumbamos mal. Ideas diversas y revueltas en el bote. Más chubasco. El timón se pierde. Fijamos rumbo. Llevo el remo de proa. Salas rema seguido. Paquito Borrero y el General ayudan de popa. Nos ceñimos los revólveres.- Rumbo al abra. La luna asoma, roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras. Me quedo en el bote el último, vaciándolo. Salto. Dicha grande…”

Y cinco días después de caminatas por la jurisdicción de Baracoa,  escribe a sus otros amores: Carmen Miyares y a sus hijas.

“En Cuba les escribo, a la sombra de un rancho de yaguas. (…) Véanme vivo y fuerte y amando más que nunca a las compañeras de mi soledad, a la medicina de mis amarguras. De acá no teman. La dificultad es grande, y los que han de vencerlas, también”.

Continuaba así un camino preñado de riesgos futuros y que en carta inconclusa a Manuel Mercado de fecha 18 de abril, justo un día antes de caer en combate en Dos Ríos, confesaría del modo siguiente: “(…); ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber – puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo – de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. (…)”.

Dejaba con ello un legado al pueblo cubano, a nuestra América y al mundo. Caía y, a la vez, se levantaba en compañía del deber y el amor para todos los tiempos.

 

*Doctor en Ciencias Médicas, Doctor Honoris Causa, Profesor Titular, Consultante y Profesor de Mérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba.

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