Flor de Paz - Cubaperiodistas / Cuba en Resumen / Cubainformación.- “La escultura está en el mismo sitio que mi padre la puso, de allí no se ha movido nunca. En ese espacio emblemático se encuentran muy pocas obras de otros artistas, no más de cuatro, y entre ellas, en un sitio especial, está la bellísima escultura de la cabeza de Guayasamín que hizo José Delarra”.


 

Esta confirmación viene de Pablo Guayasamín, uno de los hijos del artista ecuatoriano y presidente de la Fundación del mismo nombre que ocupa el inmueble en el que residió el pintor (donde se encuentra la escultura citada), anexo a la Capilla del Hombre, en Quito, Ecuador.

Tranquiliza saberlo. Para Delarra fue un gran honor que el pintor latinoamericano posara para él. Siempre admiró su obra. “Hoy le hice una cabeza a Guayasamín”, escribió en su diario el escultor cubano, en la página correspondiente al lunes de 16 de diciembre de 1996.

Con ese propósito, ambos artistas se reunieron la tarde de ese día en el estudio de Delarra, en La Habana Vieja, acompañados por familiares y amigos. Y mientras uno ejercía el arte del modelaje en vivo y el otro la paciencia del retratado, también ocurría la magia del diálogo entre ellos (y de manera azarosa entre los que tuvieron el privilegio de estar presentes).

Una grabadora de casetes puesta por Gloria Leal[i] al alcance de las voces registró la conversación que, en la “intimidad” del acto creativo, tuvieron estos dos artistas.

D: Guayasamín, pienso hacerle una cabeza como si fuera una montaña. Vamos a ver si de aquí sale una buena montaña. Un mogote de esos que rodean Guayaquil.

G: ¿Y tú trabajas sentado?

D: Siempre trabajo de pie. La escultura no es cosa de estar sentado, pero en este caso, ¿se imagina que yo lo tenga de pie una hora? ¿Y usted Guayasamín, se ha hecho alguna escultura?

G: Me tengo miedo, aunque me he pintado tres autorretratos. Para este último, un retrato al óleo para el Museo de los oficios, en Florencia, utilicé un espejo que estaba muy bien ajustado al caballete, pero al terminarlo el espejo se vino abajo y se hizo pedazos, no resistió la carga de la emoción. Sobre esta anécdota han hecho una película muy linda.

D: ¿Usted tiene nuevos planes ¿Qué está haciendo ahora?

G: Barbaridades. Trabajo en la Capilla del Hombre. En realidad es una catedral, no una capilla.

D: ¿Pensó en una capilla y va por una catedral?

G: Sí, el nombre de capilla es porque es un cuerpo arquitectónico creado por mí mismo que tiene unos 40 por 40 metros, casi 10 metros el primer piso, que va dentro de la tierra, el segundo sale a nivel y una cúpula.

D: ¿Ya está hecho el edificio?

G: Se construye ahora la loza del primer piso, que es la más grande de América Latina. Solamente tiene sostenes en las paredes exteriores, es una loza volada. Esta Capilla del Hombre vamos a inaugurarla el primero de enero del próximo siglo. Hasta este momento tengo dibujados unos 1500 metros de murales. La fusión de la base y la pintura, tienen un pronóstico de duración, según cálculos computarizados, de 2000 a 3000 años, si se cuidan bien.

D: No es el caso del óleo y la tela.

G: El óleo y la tela son dos cosas extrañamente distintas. Un óleo muy bien cuidado no dura más de 600 años. Los frescos del renacimiento están deteriorados; sin embargo, los realizados por los mayas hace miles de años se conservan como si los hubieran hecho ayer.

D: Hace unos años estuve en las cuevas de Altamira y me impresionó como se conservan allí los trazos del carbón realizados por el hombre del Paleolítico.

G: Machu Pichu, El Cuzco. Ese es otro mundo extraordinario.

D: Tuve indios mayas como ayudantes en los monumentos que he hecho en México y los he firmado con el nombre mío y el de ellos.

G: ¡Muy bien!

D: Y un gobernador que inauguró uno de estos complejos me preguntó por qué hacía eso. Le contesté: “con los pobres de la tierra —como Martí— quiero yo mi suerte echar”. Ellos ayudaron en la realización de esas obras y tuve la oportunidad de enseñarles a tallar las letras en español, idioma que no dominan, y lo hicieron muy bien. ¡Es que el espíritu ancestral se apodera de ellos! Sin embargo, también los incas fueron los más grandes ingenieros de su tiempo.

G: Hay que estar en el Cuzco para sentir eso.

D: Tenemos una cultura envidiable. Martí dijo una frase cuando contempló Chichén Itzá: “Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra”. Muchos conocen a Grecia, pero no tantos las riquezas culturales de América Latina.

G: Quito está fundada hace 3 000 años en la línea del Ecuador, cuando en Europa no se sabía todavía que la Tierra era redonda, y Colón tuvo que explicárselo a los reyes católicos.

D: Pero de todas maneras no entendían nada y a veces da la impresión que todavía no entienden nada.

G: Así es, tienen que venir, ver lo que es La Habana, ver lo que es Quito.

D: Hay una historia que cuenta que un ilustrado español daba una conferencia donde decía, refiriéndose a los aborígenes de América: “aquellos hombres ignorantes pensaban que hombre y caballo eran la misma cosa”. Y sale uno del público y dice: “todavía lo seguimos pensando”.

G: La gran sabiduría de nuestros antepasados está por conocerse en el mundo todavía.

D:  Me sentí muy emocionado el otro día en la premiación del concurso que la Fundación que usted dirige había convocado por el 70 cumpleaños de Fidel. Él reveló en su discurso la sabiduría ancestral que anima el pensamiento latinoamericano.

G: Fue una cosa emocionante. ¡Una maravilla!

D: Y la niñita vietnamita que leyó el cuento

G: ¡Esa vietnamita, esa niña vietnamita! ¡Carajo! Todo el mundo se puso a llorar.

D: A mí se me saltaron las lágrimas. Pero bueno: ya está terminada la montaña. Ahora usted tiene una cabeza cubana y le he puesto: “Con el mismo cariño que le tienes a Fidel”.

Días después, el 30 de enero de 1997, desde Quito, Oswaldo Guayasamín dedica una obra propia, una serigrafía, a José Delarra: “A mi querido y buen amigo el escultor Delarra, este recuerdo cordial de Guayasamín”.

El escultor cubano pudo recibir el obsequio tras sufrir, el 5 de ese mismo mes, un infarto del miocardio. Luego colgó la obra en un lugar especial de la sala de su casa, mientras recordaba con la picardía de una sonrisa la anécdota del espejo roto y el autorretrato de su colega ecuatoriano.

Durante toda su trayectoria artística José Delarra modeló más de dos centenares de cabezas frente a quienes posaron para él. Entre estas se cuentan las que hizo al músico cubano Harold Gramatges, al periodista y escritor Enrique Núñez Rodríguez, al poeta Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí) y a la pintora Zaida del Río, en una etapa en que decidió “fotografiar” a personalidades de la cultura nacional.

La práctica del modelado en vivo fue recurrente desde el inicio de su carrera, cuando ya conseguía esculpir esos retratos tridimensionales en un par de horas. Gracias a dicha habilidad consiguió adentrarse —con solo 19 años de edad— en los estudios de escultores europeos en su periplo por el viejo continente, donde aprendió técnicas que aplicaría en todo su quehacer artístico.

A su regreso a Cuba —en julio de 1959—, tras el propósito de la Revolución de llevar el arte y la cultura al pueblo, Delarra recorrió ciudades y campos, y en las calles, frente a la observación del público, modeló numerosas cabezas. Mientras, su amigo Guillermo Cabrera Álvarez (luego periodista), narraba a los presentes algunas historias sobre la escultura y los artistas. (Publicado en Cuba en Resumen).

 

[i] Se refiere a Gloria Leal Oliva, esposa de Delarra en esa época.

 

 

 

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