Eliades Acosta Matos - La Jiribilla.- El amor a Cuba por parte de los nacidos en este suelo nunca ha sido unánime. Ocurre en las mejores familias de todo el mundo, en las cuales coexisten patriotas y tránsfugas. Basta conocer, por ejemplo, las historias de México, España o Rusia para comprender que en ninguna época o lugar la respuesta de los nacidos en el mismo suelo ha sido una y la misma, a la hora de amar, odiar, defender o atacar su lar natal.


 

No es para que los cubanos nos consolemos, sino para, una vez más, darle la razón al Dr. Marx: lo que une a los hombres y determina sus posturas políticas, ideológicas, religiosas o culturales no es el haber nacido en un mismo suelo, sino el pertenecer a una clase social determinada, incluso, en cuyo seno se pudo no haber nacido. Eso, y no aquello, es determinante a la hora de adoptar una postura ante el destino de la Patria. Ahora bien, se puede ser de derecha y patriota, o de izquierda y, en la práctica, no en el discurso, solo trabajar para el engrandecimiento de sí mismo.

El problema, obviamente, es mucho más complejo, y rebasa con ángulos muy íntimos la simple opción política y los discursos grandilocuentes. Es muy importante subrayar que no somos jueces inapelables para ir por el mundo prodigando o retirando cartas de patriotismo, según se acerquen o alejen las personas de nuestras convicciones.

Lo primero que salta a la vista es que vivir o no en el suelo patrio nada tiene que ver con el amor a Cuba por parte de los cubanos. Las razones para vivir fuera de sus fronteras son infinitas y humanas, por lo tanto, inimputables, a menos que haya mediado un acto de traición, una deserción flagrante o un crimen. La historia nos entrega ejemplos elocuentes de quienes han dedicado su vida a la Patria, aunque no vivían en ella, por la causa que fuese, como por ejemplo, los humildes tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso, sostenes de la causa independentista de Martí. La vida nos muestra que desde dentro se puede hacer un inmenso daño al país, como hace la burocracia emboscada, cuya única patria es su interés personal.

“Cuba y la Revolución son justas, no importa que los cubanos, a veces, no lo sean”.

Hubo expediciones patrióticas y hubo cipayos de las contraguerrillas; unos dentro, y otros fuera. Hay quienes guardan lo robado al pueblo, desde un cargo, para vivir un día en Miami y metamorfosearse de extremista de izquierda en trumpista. No seamos simplistas en los análisis: la humildad y la prudencia son la antesala de la justicia.

Cuba y la Revolución son justas, no importa que los cubanos, a veces, no lo sean. Para el que vive fuera de Cuba, yo incluido, es fácil ser atacado desde la derecha —“¿Por qué no te vas a vivir a Cuba?”— y por cierta izquierda —“¿Qué haces que no vives en Cuba?”. Se obvia, por supuesto, que cada persona, como derecho inalienable, debe vivir donde le plazca, sin que ello signifique que haya dejado de amar a su Patria. Solo los simplones, los dogmáticos y los canallas pueden arremeter contra el patriotismo de los que lo enarbolan allí donde eso cuesta; donde es muy fácil que por tu postura revolucionaria puedas perder el trabajo; donde contratar a un sicario tiene un costo irrisorio; donde las puertas se te pueden cerrar, solo por ser digno.

Es muy fácil enarbolar virtudes entre virtuosos, pero no tanto cuando lo haces entre fieras inoculadas con el virus del anticomunismo, la antipatria y el proyanquismo vil.

“Cuba está allí donde exista un cubano digno”.

Los cubanos que residen fuera de Cuba tienen el derecho de votar en sus elecciones y referéndums. No se justifica que sean cubanos solo para tener un pasaporte sin el cual no se puede viajar a Cuba, y estar limitados en sus derechos constitucionales, como ciudadanos de segunda. Si eso estuvo justificado en algún momento, hoy ya no lo está. Y digo más: tienen derecho a contar con una representación parlamentaria, en tanto ciudadanos. No estoy soñando: tarde o temprano, más temprano que tarde, seremos testigo de ello.

Resumo: Cuba está allí donde exista un cubano digno, que no se avergüence de su origen y ame a su Patria. Esos cubanos son tan cubanos como los que habitan la Isla, y merecen gozar plenamente de todos los derechos constitucionales. El hecho de vivir en Cuba, o fuera de Cuba, no debe ser factor discriminatorio ni alienante para que la Patria pueda contar con todos los que la amen. Hoy, más que nunca, Cuba necesita del concurso de todos sus hijos, excluyendo solo a los  mercenarios, los odiadores profesionales y los flagrantemente canallas.

José Martí nos lo dejó como tarea pendiente. Fidel Castro también.

Datos del autor: (Santiago de Cuba, 1959).Filósofo y escritor. Reside en República Dominicana, donde funge como investigador de la Fundación Juan Bosch, coordinador de la Comisión Técnica para Políticas de Integración Regional, y encargado del Departamento de Investigación del Archivo General de la Nación.

Como historiador, cuenta con una amplia bibliografía en la que figuran diversos títulos como Cien respuestas para un siglo de dudas; Los colores secretos del imperio; El Apocalipsis según San George (Premio Ramiro Guerra de la Unión de Historiadores de Cuba); Siglo XX: intelectuales militantes; Imperialismo del siglo XXI: las guerras culturales (mención en el Premio Internacional Libertador), entre otros. Ha publicado novelas históricas como Cartas auténticas que nunca se escribieron y Hotel Tampa Bay.

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