Wilkie Delgado Correa* - Cubainformación.- Por encima de todas las dificultades estarán siempre presentes la resistencia y la voluntad del pueblo y su revolución para vencerlas y triunfar.
En ocasión tan significativa como el 510 Aniversario de la fundación de
La efeméride es propicia para el mensaje de reconocimiento por el trabajo creador y los progresos alcanzados en múltiples esferas de la sociedad baracoense, que han cimentado una cultura afincada en el terruño pero abierta a Cuba y al mundo.
Aunque alejado por las circunstancias de estudios y trabajo, he seguido durante estos años la vida y los avances de esta entrañable tierra, que es raíz y asiento de mi familia apegada todavía a la casa solariega de mis padres.
A lo lejos esta es mi visión de Baracoa, que expongo ahora brevemente, y que fuera recogida como introducción en mi novela “Y miro desfilar mi vida”.
El mar está frente a la ciudad. Gracias al mar nació la ciudad en aquel recodo del litoral. Hace varios siglos era una casa, después varias. Con el transcurso de los siglos le nacieron casas y más casas a la antigua ciudad… El mar mira a la ciudad como a una hija que acuna en su regazo. La ciudad se lanza hacia el mar y otea el horizonte en busca de aventuras.
Los ríos se deslizan desde las montañas, corren traviesos entre las rocas, los barrancos y la tupida vegetación. Las aguas traen un rumor de voces ancestrales, telúricas. Los brazos de los ríos rodean a la ciudad y forman un collar de perlas huidizas que lo engalanan.
Las cordilleras rodean a la ciudad. Le atrapan la existencia callada y humilde que transcurre entre paredes y techos que ascienden desde las costas hacia las terrazas. La ciudad mira hacia arriba. Y las alturas unas veces se perciben lejos y otras parecen alcanzarse con las manos. La ciudad siempre mira hacia arriba. El Yunque siempre inclina su cabeza para mirar hacia la ciudad que queda a sus pies.
El castillo colonial parece un centinela en uno de los extremos de la ciudad. Se alza en un promontorio que destaca la imagen altiva y solitaria sobre el nivel del mar y los arrecifes. Sus vetustas paredes muestran las cicatrices dejadas por las guerras, las huellas de los hombres y las tormentas de los siglos. Sus murallas, almenas y cañones vigilaron el mar y contuvieron las arremetidas de los corsarios y piratas contra la ciudad. En sus fosos, celdas y pasadizos se derramó a ríos la sangre de criminales e inocentes, de gente mala y buena, que se precipitó a la muerte en un tiempo detenido entre sus muros.
La gente habita la ciudad. Si la ciudad respira, vive y crece es por su gente. No se concibe la una sin la otra, ambas se procrean y amamantan, forman una unión indisoluble más allá de la muerte. En realidad cada ser es como si fuera una parte vital de la ciudad. Historia y memoria de la ciudad y la gente, que se suceden desde los momentos mismos en que las primeras manos alzaron la pared o el muro de la primera casa, fortaleza o templo, para dar vida a la ciudad. La gente talla con su obra la imagen definitiva de la ciudad y ésta imprime su sello distintivo para configurar la imagen de su gente. El tiempo, con su magia telúrica, siembra de pasado, presente y futuro tanto a la ciudad como a su gente.
Por encima de todas las dificultades estarán siempre presentes la resistencia y la voluntad del pueblo y su revolución para vencerlas y triunfar.
*Doctor en Ciencias Médicas, Doctor Honoris Causa, Profesor Titular, Consultante y Profesor de Mérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba.