Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación-Radio Miami.- Recientemente visité La Habana, luego de un paréntesis obligado por la pandemia que se extendió más allá de todos los pronósticos.
Un año aislado es mucho tiempo y si sumamos a esto otro los ocho meses previos que transcurrieron desde marzo del 2020 hasta el mes de noviembre, estamos hablando de casi dos almanaques de relativo aislamiento de los amigos, la familia y sobre todo, de ese aire que trae consigo la frescura de nuestros montes.
Encontré la Isla como el año anterior. Un poco más relajada que en aquel noviembre pasado, donde sólo habían ocurrido menos de cien muertes hasta entonces, pero que muy pronto se multiplicaron con la autorización de viajes que, por la falta mundial de experiencia acumulada hasta ese instante, no estuvo acompañada de las medidas de seguridad requeridas, especialmente para recibir visitantes provenientes de una población anárquica como la que vive en Miami.
Comenzando en aquel noviembre, el virus llegó por avión, principalmente de esa ciudad. La falta de una cuarentena obligatoria para los nuevos viajeros y la enorme cantidad de infectados extendiéndose como fantasmas tenebrosos sobre la ciudad floridana, contribuyeron a la rápida proliferación del voraz virus a lo largo de nuestras hermosas, costas bañadas por las cálidas aguas turquesas de nuestros mares.
Esta vez la situación era diferente. Cuba había terminado de vacunar prácticamente a todos sus habitantes desde dos años de edad en adelante, hasta los nonagenarios, con excepción de aquellos que presentasen un cuadro delicado de salud o fuesen alérgicos a la vacuna. Esa inmunización ciudadana, realizada con un fármaco nacional, creado por la sabiduría y dedicación de los miles de científicos que ennoblecen el país, hacía posible ahora un cuadro más relajado.Una gran cantidad de negocios, especialmente los privados, habían abierto sus puertas. Los abastecimientos para los mismos, aún con las dificultades que imponen tanto las limitaciones infraestructurales del sistema legislativo, como las mayores aún, ocasionadas por el embargo estadounidense, era palpable que comenzaban a llegar de alguna u otra manera.
Algunos pequeños productos que hacen una gran diferencia muchas veces a la hora de confeccionar los alimentos en un restaurante, llegan por vías particulares, a través de las múltiples maneras que el ingenio humano se las agencia para hacer posible saltar obstáculos sin violar en esencia, las normas legales.
Cuba recurre de continuo, a procedimientos que hacen difícil realizar las funciones productivas y los servicios, de un modo fácil. Uno de los más engorrosos, que presenta una limitante extraordinaria, es la prohibición de importar por cuenta propia. O al menos la presencia de un organismo que permita al comprador adquirir los productos que requiere para su actividad, sin tener que pasar por la arbitraria fijación de precios de organismos de índole estatal que, además de tener esa prerrogativa, seleccionan el insumo o pieza de repuesto que se ve obligado a adquirir, como única alternativa, el productor privado.
La anterior observación crítica, se aplica también al intento de convertir los negocio y unidades estatales de producción, en entes independientes orientados solamente por su eficiencia, excepto en los casos de aquellos requeridos para garantizar bienestar colectivo, al margen del poder adquisitivo del usuario: medicinas, alimentación básica regulada para los necesitados, atención médica, insumos escolares y demás renglones que son bastantes y muy variados. Si las reglas para los privados, cualesquiera que sean las formas adoptadas, se aplican a las nuevas entidades estatales que forman parte de los nuevos proyectos de reformas, el círculo podría redondearse de un modo más eficaz.
Pero Cuba marcha tranquila. No vi actitudes airadas, agresivas, de esas que preconizan revueltas y desafíos violentos de las autoridades gubernamentales.
La Cuba que visité está disgustada por el proceso inflacionario ocasionado precisamente en gran medida por la falta de productos, de modo que el circulante encuentre un balance entre lo ofertado y lo requerido. Aunque los economistas saben que además de este factor existen otros que inciden en los procesos inflacionarios y para ellos están las diversas medidas que los gobiernos pueden adoptar para canalizarlas y controlarlas.
Me llenó de ánimo ver la alegría de tantas personas, que recibían con una sonrisa franca y un caluroso abrazo, la esperanza de que las cosas puedan estabilizarse y, dentro de la nueva manera de vivir obligada por la presencia de un virus que la humanidad está justamente comenzando a domeñar, volver a abrazar a los amigos, a la familia y visitar y andar por los parques donde sentimos las primeras brisas que acariciaron nuestras mejillas.
*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.