Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación-Radio Miami.- Quisiera que el lector me permita incursionar en un breve y personal análisis de la situación que vive mi país, Cuba, con motivo de la actitud que, en meses atrás, asumieron los medios de difusión que parecen a veces los encargados de simplificar la complejidad cubana y en ocasiones la internacional.
Cuba ha dependido de Estados Unidos desde que, inconsultamente, convirtieron en ocupación y dominio político, lo que debió ser una ayuda desinteresada para precipitar la retirada de España de nuestra isla. De acuerdo a la Resolución Conjunta (Joint Resolution, 19 de abril de 1898) aprobada por el Congreso estadounidense, el acuerdo legislativo previo a la declaración de guerra a España, estipulaba: “El pueblo de la isla de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente”.
Poco tiempo después, en ese mismo año, las tropas estadounidenses desembarcaron en Santiago de Cuba. Al mando de un contingente de voluntarios norteños, estaba Teodoro Roosevelt, en cuyo evento adquirió el renombre que le facilitó alcanzar más tarde la presidencia de Estados Unidos de América.
Durante cuatro años ocuparon la Isla, dispusieron de sus recursos, facilitaron la venta de tierras a capitales estadounidenses a precios de liquidación y no se retiraron hasta no imponer la aprobación de una Constitución criolla que incluía un acápite llamado Enmienda Platt (en honor al congresista que la propuso), donde se autorizaba a la intervención de las fuerzas militares estadounidenses cuando estos lo considerasen.
En el año 1906 vuelven a intervenir, permaneciendo físicamente en la Isla hasta 1909. Sucesivamente continuaron las intervenciones, una de ellas a medias en 1917, debido a disturbios entre fuerzas conservadoras y liberales. No obstante, políticamente las intervenciones y maniobras estadounidenses moviendo los hilos de las administraciones criollas a su favor, fueron una constante que se extendió hasta el 1ro de enero de 1959, con la llegada de las fuerzas insurrectas que derrocaron a Batista gracias a la intervención masiva de la población y la corrupción existente dentro de las fuerzas armadas del dictador.
La filantrópica maniobra de 1898, permitió que Estados Unidos le declarase injustamente la guerra a España, lo cual en aquel momento era como declararla a Europa, mostrando así al mundo de entonces, la fuerza de su poder militar y convirtiéndose, desde aquel instante, en un elemento a temer por todos los países del orbe. Fue su debut en la arena internacional como un nuevo actor que obligatoriamente había de tener en cuenta, en la toma de las grandes decisiones mundiales.
Cuando en Cuba se produjo el triunfo de la insurrección revolucionaria en 1959, Estados Unidos comenzó a mover cielo y tierra para dominar el curso de aquellos eventos. La caída de la dictadura representaba para las fuerzas dirigentes de la guerra irregular de guerrillas y de la lucha urbana, el comienzo de un proceso de reformas profundas, conducente a una revolución del sistema político y una recomposición de las prácticas económicas que, evidentemente, no eran del beneplácito del Norte.
En el caso de la Revolución Cubana no había cosas ocultas. El programa político expuesto por Fidel Castro en el juicio que siguió al asalto del cuartel Moncada por varias decenas de hombres bajo su mando, exponía claramente todo un proceso de cambios que se llevarían a cabo una vez derrotada la dictadura, aunque la letra y espíritu de la propuesta, nada tenía que ver con el movimiento comunista. El salto posterior de establecer relaciones comprometedoras con la URSS fue en gran medida forzado por las amenazas estadounidenses y la copia del modelo soviético una aventura que, en abstracto, debió cuadrar al pensamiento del líder de la Revolución, llevado por afanes de establecer justicia y sobre todo una sociedad con igualdad de oportunidades.
No hablaremos aquí de los diferentes factores que pudieran haber conducido al proceso a una copia soviética por un líder cuyo pensamiento hasta esos entonces, no había mostrado indicación alguna de comunismo y mucho menos de supeditación a una fuerza foránea. Un testigo presencial me contó que, durante la discusión con motivo de la enmienda a la Constitución de 1976, Fidel dijo refiriéndose a ésta, que se sonrojaba al leer el enunciado que rezaba: el socialismo cubano se apoya en “la cooperación de la Unión Soviética y otros países socialistas”.
Pero cualesquiera que hayan sido las razones que condujeron el proceso a adoptar al carbón el fracasado modelo soviético del momento, la realidad es que Estados Unidos enarboló la bandera de la agresión, organizó la contrarrevolución cubana para derrocar al gobierno revolucionario, entrenó y desembarcó cubanos que asumieron, sin saberlo quizás, el papel de mercenarios, facilitaron infiltraciones y dedicaron un enorme capital de sus servicios de inteligencia, mayor quizás que el empleado contra la propia URSS, con vistas a desestabilizar el estado cubano.
Desde entonces y desde antes, desde el infausto desembarco de marines en 1898, la presencia de Washington ha sido una constante en la vida de Cuba, para detrimento del pueblo cubano, sin haber logrado hacer mella alguna en el poder socialista que preside la administración del país.
Con Washington no hay acuerdo posible, salvo quizás establecer un ritmo de relaciones diplomáticas formalmente aceptables y nada más. El restablecimiento de relaciones diplomáticas que pareció abrir una era de mayor respeto, donde al menos las trabas y zancadillas económicas se convertirían en cosas del pasado, ha derivado en un incremento de las mismas, con manipuladas incitaciones a las protestas y una cobertura internacional de prensa, que lejos de reflejar la realidad del país la ha distorsionado, logrando crear dentro de mucha gente, ajena a la problemática real, opiniones desfavorables y malsanas.
Es importante que nos enfoquemos más en hacer prosperar el camino del socialismo que se intenta organizar. Las relaciones internacionales, con la presencia de China como gran potencia; de Vietnam, con quien el país tiene lazos de solidaridad nacidos cuando fue ayudado durante la injusta guerra declarada por el Norte en la década del sesenta; con Rusia que, sin ser el amigo de otrora, por razones de las tensiones hegemónicas que sostiene con Washington, es un baluarte de algún valor y por la posición de Europa, cada vez más humillada por las pretensiones de su aliado estadounidense, que la hace proclive a mirar la democracia con ojos más críticos; con una Latinoamérica, cada vez más tendiente a reevaluar los conceptos políticos al uso y también por el propio proceso interno en la tierra de Washington, donde incluso la Constitución comienza a ser cuestionada por algunos analistas jurídicos, Cuba debe centrarse en sus asuntos internos y olvidarse un poco de Washington.
Reformar, cambiando lo necesario y revolucionando, desde la economía hasta la política, me parece que debía ser el orden del día. Tal y como ha comenzado a hacerlo recientemente, pero sin tibieza y decidida al error siempre y cuando éste no lleve a entregar en bandeja de plata el proyecto socialista al enemigo.
Cuba, luego de varias décadas pudo entrar en la fase de gobierno de derecho y la globalización ha facilitado hacer lo que en épocas de Fidel era imposible y el país tuvo que ser gobernado como un gran ejército concentrado en la defensa y la ofensiva, como único modo de proteger la ribera esmeralda de sus costas de la intervención foránea. Hoy felizmente se puede hacer lo que, en aquellos tiempos, lamentablemente estaba vedado, so pena de entregar el proyecto por entero.
Creo que Estados Unidos no puede seguir interfiriendo en la dirección de nuestro destino, amparándose en amenazas perennes. En la actualidad sus planes no pueden hundir el país porque el mundo, como dice el refrán, es un pañuelo. Seguir actuando en concordancia con las amenazas del Norte es distraer la atención de nuestros empeños y hasta cierto punto puede facilitarles un juego que ellos internamente saben perdido a las alturas de un mundo globalizado.
El interés de una relación con Estados Unidos a través de los años, se ha convertido para Cuba en un fenómeno tóxico, que requiere de una tregua indefinida. Para que el país pueda avanzar quizás sea necesario alejar la idea de un acercamiento normal como el existente con la mayoría del hemisferio y el mundo y concentrar los esfuerzos en los asuntos íntimos de la nación.
Cuando desaparezcan las personas que aún no han llegado al descanso definitivo que a todos nos llega y las nuevas generaciones se hagan cargo de la situación, las cosas cambiarán por sí solas. Y la razón es clara, porque los propios relevos del establishment aún no entienden cuál es el fin perseguido por un embargo de hace 60 años que, según les han contado es para derrocar un gobierno que después de todo ese tiempo, goza de perfecta salud y que, por otra parte, jamás ha agredido a la nación estadounidense
*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.