Jesús Arboleya - Progreso Semanal.- Víspera del paso de un huracán que devastó el occidente del país y durante más de 48 horas dejó sin electricidad a todo el territorio nacional, el pasado 25 de septiembre fue aprobado en referendo el nuevo Código de las Familias, una ley revolucionaria e inclusiva, que coloca a los cubanos entre los pueblos más avanzados del mundo, en el tratamiento legal de estos asuntos.


Nada de lo legislado en el Código de las Familias es ajeno a la vida cotidiana de los cubanos, ni está divorciado de sus necesidades objetivas, Cuba se ha dado una ley que no es la ilusión de un mundo soñado, sino que refleja la realidad del país, incluidas sus imperfecciones. Y lo ha hecho, cuando en muchas partes del mundo se imponen tendencias reaccionarias sobre estos asuntos y se involuciona respecto a derechos conquistados y la manera de percibirlos.

El triunfo del Código y, sobre todo, la extensa discusión que lo precedió -se elaboraron 25 versiones a partir de miles de recomendaciones- ha constituido un fructífero proceso educativo de la población, que transciende el marco de la familia para expresar un modo de convivencia superior de la sociedad.

El matrimonio igualitario, la reproducción asistida, los derechos familiares por filiación afectiva, la protección legal de niños, abuelos y personas con discapacidad, la tipificación como delito de la violencia intrafamiliar, así como el establecimiento de la “responsabilidad parental”, en vez del viejo concepto patriarcal de la patria potestad, son algunas de las modificaciones más relevantes de la nueva ley. También son las más polémicas, toda vez que enfrentan a prejuicios y construcciones culturales de larga data, que muchos daban por definitivas.  

La falta de unanimidad respecto a estos temas y el contexto de insatisfacciones económicas y tensiones políticas en que se llevó a cabo el referendo, pueden explicar que se registrara la votación menos nutrida de todos los procesos electorales celebrados en Cuba en más de medio siglo (74%) y la más reñida, 67% a favor y 33% en contra del código.

Paradójicamente, una de las críticas más extendidas a la convocatoria fue su carácter democrático. Para algunos, no fue un momento oportuno desde el punto de vista político, para otros, el error estriba en convocar a referendo el otorgamiento de derechos que consideran “universales, inmanentes y no negociables”, lo que estiman pone en desventaja a las minorías y se contradice con lo establecido en la Constitución, aprobada en 2019 por más del 86% de los votos.

Unos consideran que la discusión debió posponerse, otros que la decisión debía haber sido adoptada por la Asamblea Nacional de Poder Popular, como permite la ley. Aunque no se habría violado ningún procedimiento haciéndolo de esta manera, hubiese sido interesante observar la reacción de los antagonistas al código y los opositores al sistema, si el método empleado hubiese tenido este carácter impositivo. Al margen de cuestionamientos más o menos justificados, la consulta popular otorgó mayor legitimidad al código y obligó a un análisis más profundo de su contenido.        

Por su parte, el problema de la oportunidad es muy relativo, haber contado antes con un código como el actual, hubiese impedido que ocurrieran hechos muy lamentables en la historia de la Revolución, como la infausta UMAP o el llamado “quinquenio gris”, cuando los homosexuales fueron discriminados y abusados institucionalmente. También, quizás, los fundamentalistas religiosos se habrían acostumbrado a vivir bajo otros preceptos y serían menos intolerantes y retrógrados respecto a estos temas.

Pero la historia no camina de esta manera, la lucha de la humanidad ha estado signada por el reconocimiento de derechos que, avanzado el tiempo, parecen elementales y eternos. Para que se otorgara el derecho a la libertad de los esclavos, fue necesario eliminar el muy arraigado derecho de los esclavistas a poseerlos, igual se puede hablar del divorcio o el sufragio universal, que hoy día forman parte del “estado natural de las cosas” en la mayor parte del mundo.

El código cubano establece derechos que, con todo lo inmanentes que puedan ser, nunca antes fueron reconocidos por la ley cubana y están ausentes en muchos países. Ha sido un aliento de esperanza para muchas personas y, al margen del método empleado, ello constituye una gran virtud de lo legislado en Cuba.

El otro factor objeto de disputa es el relativo a la lectura política de los resultados del referendo. No les faltó razón a los que aseguraban que la consulta popular se llevaría a cabo en una situación particularmente complicada para el país y eso influiría en los resultados, como realmente ocurrió.

Desde esta perspectiva, basta que se hubiese aprobado el Código para considerarlo una victoria del gobierno. En otros casos, el argumento es diametralmente contrario, y se aduce que la suma de los votos en contra y los anulados, unido al nivel de abstencionismo, es prueba inequívoca de un grado de insatisfacción política sin parangón en la historia de la Revolución.

Con probabilidad ambas interpretaciones reflejan parte de la verdad. El hecho de que validaran el código dos de cada tres votantes, puede ser considerado una victoria notable en cualquier parte. Pero esto no niega que las actitudes contrarias al sistema, el llamado “voto de castigo” ante la situación actual, incluso la indiferencia contenida en muchas abstenciones, también estuvieron presentes en la consulta a niveles superiores al pasado.

El problema es que los datos no son tan diáfanos y tendrán que ser objeto de futuras investigaciones. Por lo pronto, resulta bastante evidente que no todos los que votaron contra el código son opositores al gobierno, ni todos los que lo apoyaron son sus simpatizantes a ultranza, tampoco la abstención tiene una sola causa que la explique.

Una de las principales enseñanzas de esta consulta es la gran diversidad política y cultural que existe en el país, por lo que se impone la necesidad de construir nuevos consensos, que refuercen niveles de unidad indispensables para el sostenimiento del proceso revolucionario cubano.

No descubro algo nuevo, la búsqueda de la unidad ha sido una constante en las luchas políticas cubanas y su deterioro la causa de las grandes derrotas. La “unidad dentro de la diversidad” es una consigna que desde hace décadas enarbola el gobierno cubano, pero la diversidad de opiniones no tiene una representación efectiva en el cuerpo político cubano, donde prima una unanimidad exagerada y contraproducente, ni está legitimada por el discurso oficial, aunque son ampliamente difundidas por las redes digitales y forman parte del debate cotidiano, especialmente en los círculos académicos y culturales.

Como ha ocurrido a lo largo de la historia de la nación cubana, la base de un consenso patriótico no puede ser otra que la defensa de la independencia y soberanía nacional, siempre amenazada por reales pretensiones imperialistas, en especial de Estados Unidos.

Pero ello no basta para satisfacer las necesidades y expectativas de las personas y, además, esta motivación se debilita en la medida en que tiene que actuar contra una cultura del individualismo, que ha menguado estos valores a escala mundial. Aunque en menor medida debido a sus tradiciones de lucha, Cuba no escapa a esta influencia, a lo que se suma que el sacrificio a veces erosiona la voluntad política y a eso apuesta la estrategia norteamericana.

Los resultados del referendo han demostrado, una vez más, que existe un núcleo duro y potente de respaldo al socialismo, que en última instancia actúa en correspondencia con las orientaciones de la dirección del país, porque lo considera un deber mayor. Pero ello no niega la existencia de importantes discrepancias en el seno de las fuerzas revolucionarias, incluso dentro del propio Partido Comunista, muy distinta al monolitismo existente en otros momentos.

También que es posible encontrar puntos de contacto con sectores contestarios a la política gubernamental. Es práctica vieja de Estados Unidos “sembrar” disidentes que, desde supuestas posiciones de izquierda, actúan con el fin de dividir a los procesos progresistas en todo el mundo. También es cierto que pululan los momentos en que la izquierda, en muchas partes y momentos, ha perdido la brújula y cometido errores, a veces aberrantes, que la han acercado a la contrarrevolución. Aquello de que no hace falta enemigos si existen “amigos” de este tipo, es una verdad muchas veces demostrada.

El asunto es que no resulta inteligente potenciar la influencia de este tipo de corrientes, calificando indiscriminadamente de “agentes del imperialismo” a todo aquel que contradiga la política gubernamental. Enajenar a personas críticas, pero bien intencionadas, del debate nacional es un error, entre otras cosas porque pueden tener razón y contribuir a la solución de los problemas. Por demás, estos sectores gozan de una influencia nada despreciable en Cuba y en el exterior, que debe ser aprovechada en función de los intereses del país. Más importante aún, se trata de un debate ineludible, porque forma parte de la cultura política adquirida por el pueblo cubano gracias a la propia Revolución.

Esta es la base al consenso político posible, mucho más complejo que antes, pero más rico en su diversidad y posibilidades de inclusión. Para tener en cuenta estas experiencias y cambiar el rumbo de ciertas cosas, también debe servirnos la experiencia del referendo por el Código de las Familias. La ventaja alcanzada por Cuba es que, como advirtió Fidel Castro, el destino de la nación está exclusivamente en manos de los cubanos. Un lujo en el mundo contemporáneo.

 

 

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