Iroel Sánchez - La pupila insomne.- Cierto que hay quienes consideran que La consagración de la primavera no es la mejor novela de Alejo Carpentier, en lo personal prefiero antes, considerando que de todos modos es la obra de un maestro, Los pasos perdidos, El arpa y la sombra, El siglo de las luces o El reino de este mundo, pero nadie ha escrito mejor que él allí sobre la derrota de nuestros enemigos que siguen mordiendo el polvo año tras año y es bueno recordarlo por estos días finales de un año tan duro como el 2022, en que no pocos se hicieron ilusiones con el fin de la Revolución cubana.


Sobre este fragmento que publicamos en La pupila insomne, hoy, 26 de diciembre, fecha del cumpleaños de nuestro novelista mayor, guardo un recuerdo entrañable.

Lilia Esteban, viuda de Alejo Carpentier, fue durante mucho tiempo Presidenta de la Fundación que lleva su nombre y que hoy preside con consagración y efectividad nuestra gran intelectual, la Doctora Graziellla Pogolotti.Desde esa responsabilidad Lilia devino una colaboradora entusiasta y muchas veces anónima del Instituto Cubano de Libro. A pesar de su edad y de que ya tenía sus dificultades para caminar, todas las mañana iba ella a su oficina, ubicada en la casa donde se desarrolla parte de la trama habanera de El Siglo de las luces, y dirimía los asuntos relacionados con la difusión de la obra de Carpentier. Una de las veces en que tuve el placer de disfrutar su conversación, siempre reveladora y lúcida, me contó que estando en el proceso de escribir La consagración de la primavera venían, manejando Carpentier, por la carretera central, y este se desvió rumbo a Playa Girón. Al llegar se bajó del carro, tomó un puñado de arena y dijo «ya tengo el final de la novela». La imaginación extraordinaria y la cultura enciclopédica no bastaron a nuestro escritor para estar seguro de que ese «gran enareranamiento» era el final exacto para esa obra, tuvo que sentir entre sus dedos la arena, y no cualquiera: la de Girón.

«Aquí, lo que me ha devuelto la Guerra es un vencedor; porque el enemigo fue arrojado al mar por donde vino, en un ejemplar escarmiento de barcos hundidos, aviones derribados, tanques abandonados, con el lastimoso espectáculo de sus hombres-leopardos (me refiero a las pintas del bélico traje que traían) llevando, entre columnas de milicianos victoriosos, el paso renqueante y alicaído de los prisioneros que demasiado pronto esperaban el rápido triunfo de una mala causa…

«Al comenzar la batalla, se había hecho una necesaria redada de gente propicia a constituirse en quinta columna o realizar acciones de sabotaje. Amplia redada, pero acaso no todo lo amplia que hubiese debido ser —y en esto el Gobierno Revolucionario había dado muestras de gran moderación dentro del rigor que exigían las circunstancias— pues, me constaba que antiguas alumnas mías, de la escuela del Vedado, hoy casadas y algunas con hijos, habían celebrado prematuras fiestas, el día de la invasión, en tomo a los aparatos de radio que desde el extranjero difundían los mentirosos partes del avance victorioso del enemigo, resueltas de antemano a no escuchar las noticias que transmitían las estaciones locales. Mucho champaña se había bebido ese día, y desde muy temprano y con el estampido de muchos tapones disparados entre burbujas, en sus salones de ventanas cerradas, y me divierto, de pronto, al observar que en francés no se dice “beber champaña”, s i no “sabler le Champagne” —que es como decir: en-arenar, poner en arena, reminiscencia, tal vez, de los tiempos en que para mantener frescas las botellas de ciertas bebidas se hundían las botellas en arena mojada cubierta de sal: enarenar.

«Y había algo cruelmente simbólico en ese en-arenamiento, si pensábamos hoy que, en esos mismos momentos, los combatientes y mercenarios de la contrarrevolución, se en-arenaban de verdad en Playa Girón —que aquél sí que había sido el gran enarenamiento, en arena mojada y bien mojada, con sal fina del mar y sal gruesa de metralla, y disparos de tapones que eran de muy grueso calibre…»

(Fragmento de la novela La consagración de la primavera, de Alejo Carpentier.)

 

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