Ramón Pedregal Casanova.- Diez días antes del 1 de agosto había comenzado la fiesta. No sabía el motivo de tanta música en la que se mezclaban ritmos que me parecían de origen africano y una cumbia machacona que llamaba a Lulu. Tradición y modernidad en la multitud que seguía en un jaleo de voces. La alegría de las múltiples fiestas populares que pueden imaginarse se han mezclado y extendido como la lava de un volcán por las calles de Managua. Todos los rasgos de Nicaragua humana, la Nicaragua trabajadora se despacha a si misma en plena catarsis, y mezcla, mezcla y mezcla batida. Infantes, jóvenes, mujeres, hombres de todas las coloraciones se cubren el cuerpo semidesnudo con una especie de brea, pintados de negro llevan cadenas en recuerdo de aquellos que los colonialistas esclavizaron desde África. Y también otros untan su cuerpo con un tinte rojo marrón y llevando coronas de plumas de pájaros exóticos, otras elaboradas con papel, para retomar el hilo de la raza de origen, aquellos pueblos que en su mayoría fueron exterminados por los invasores españoles. Fiestas de Santo Domingo en Managua, la gran masa que se mueve por la ciudad se dirige a la iglesia de Santo Domingo en una combinación que abarca creencias diversas, al tiempo en el que numerosos protagonistas que bailan como los demás, sin parar, llevan altares entre grupos elaborados con flores con las que forman un arco y bajo el colocan, en una pequeña urna ovalada, la figura de Santo Domingo. Alrededor de la figura santificada siempre hay gentes que llevan, bailando sin parar, los Penachos de Gloria, unos bastones largos en cuyo extremo alto se coloca un ramo de flores. El sincretismo religioso, con expresiones precolombinas, combinaciones de vestimentas y figuras que retoman imágenes de los pueblos originarios y expresiones cristianas, inmerso en el batir continuo de la música imparable de tambores y modernidad es construido por la masa popular. Muchas y muchos de menos edad van vestidos con ropas tradicionales, ellas con faldas blancas con flores, cada pieza rodeada de una banda azul, y con coletas en las que se entremezclan el blanco y el azul de la bandera nicaragüense, y ellos con pantalón y camisa blanca y sombrero campesino, van a los hombros de la familia que se agrupa en el rio que va a Santo Domingo.


Pongo atención a quienes van a mi alrededor y escucho nombres dejados por la conquista de diversas partes de Europa, Darvin, Marvin, y nombres castellanos, Javier, Amparo, Francisco, y miro a un compañero de viaje como si le interrogase, un catalán, Jaume, … y veo que sigue el torrente humano con la admiración interrogativa del antropólogo. Y la música estruendosa, y los cohetes y más altares individuales en los que llevan a Santo Domingo, otra gente lleva gorros de paja con su estampa pegada, pasan sin parar quienes ofrecen comida y bebida en bolsas y botes sobre cestos y en las manos, y más infancia con ropas nicaragüenses, y otras familias con camisetas en las que han serigrafiado su nombre familiar y dan las gracias al Santo. Pasan andando, en carros de labranza con caballo de trabajo, se ven familias con carritos de infante, llevan a personas mayores en sillas de ruedas, gente que ha tomado más de la cuenta, otros disfrazados de toro, jóvenes con la cara pintada con expresiones indígenas, algunos de ellos son bailarines, con poca ropa, que vienen moviendo las caderas y dando saltos rítmicos como si hubiesen salido del mundo pasado. El griterío de la multitud se mezcla con el estallido de todo tipo de instrumentos, trompetas, trombones, tambores de todos los tamaños que no paran no dejan escuchar si alguien pretende decirte algo, estamos en medio de la creencia antigua, del saber vivido y de la felicidad que se quiere tener, y cumbia y más cumbia, y baile y baile, y caos que mueve de abajo hasta arriba el cuerpo por Santo Domingo, indigenismo, indigenismo, indigenismo, yo soy negro, yo soy indígena, yo soy nica, yo soy miles y miles.

Ya es la hora en la que El altar principal en el que se lleva a Santo Domingo, el blanco, pues hay otro negro del que sabre, acaba en la iglesia.

Aquí no ha terminado todo, desde Ciudad Sandino ha salido el Santo Domingo negro para llegar a la iglesia del Rosario, en el límite de Managua, y como si las dos figuras ensalzasen el espíritu pacífico y alegre del pueblo, el Santo Domingo negro vuelve con la multitud a Ciudad Sandino.

Por lo que a mi respecta siento que necesito recomponer mi cabeza y mis huesos después de semejante batido popular.  

 

 

Ramón Pedregal Casanova es autor de los libros: Gaza 51 días; Palestina. Crónicas de vida y Resistencia; Dietario de Crisis; Belver Yin en la perspectiva de género y Jesús Ferrero; Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios. Y, Palestina es Palestina. Presidente de AMANE, perteneciente a la Asociación Europea de Apoyo a los Detenidos Palestinos. Miembro de la Red en Defensa de la Humanidad e Integrante de la Red de Artistas, Intelectuales y Comunicadores Solidarios con Nicaragua y el FSLN.

 

 

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