El Profesor Vicente Berovides Álvarez, una de las más eminentes figuras de la ciencia cubana, falleció este miércoles 2 de agosto de 2023 a los 82 años de edad. En homenaje a su obra, y a su incansable labor como comunicador de la ciencia, volvemos a publicar esta entrevista, donde trasluce su sapiencia y su sencillez, el científico y el ser humano.
Empezó a conocer a Charles Darwin cuando todavía vivía en Santiago de Cuba. Fue en la época en que cursaba el preuniversitario, a través de un libro que aún guarda: La evolución ilustrada, de Gavin de Beer (1899-1972), uno de los evolucionistas más famosos de Inglaterra. Aquel texto le abrió resquicios a un mundo ignoto, y le destronó de sus cimientos todo lo que le habían contado sobre el origen humano. Anhelante de nuevos aprendizajes, emprendió otras pesquisas hasta que descubrió la biografía que Marcel Proust escribió sobre Darwin. Desde entonces, ha sido un persistente indagador de la existencia y el legado del naturalista inglés.
Pero no fue hasta el 2009, año en que se celebró el 200 aniversario del nacimiento del sabio, y el 150 de la publicación de su obra La teoría de la evolución de las especies, que el Doctor Vicente Berovides Álvarez, una de las autoridades científicas más reconocidas en Cuba en el terreno de los estudios sobre evolución biológica, leyó más y con más holgura sobre Charles Darwin.
Tuve la suerte —cuenta— de que a mí y a algunos colegas nos invitaran a la Biblioteca de Alejandría, en El Cairo, Egipto. Allí presenté un artículo que se titula Aciertos y desaciertos de Darwin. “Imagina cuanto profundicé sobre la obra de aquel hombre que vivió en la época de la reina Victoria, cuando la religión era poderosísima y cualquier mínimo planteamiento que negara el Génesis y la Creación era considerado una herejía”.
Entonces devoró infinidad de textos, antes de escribir el que habría de defender en aquel lugar mítico, donde todavía se conservan documentos únicos de la historia humana, y donde conoció a célebres investigadores de la teoría de Darwin, vínculos que extendieron su mirada a nuevos enfoques, como el de la llamada herencia epigénetica, que presta atención al producto de los genes y no solamente a estos.
El Profesor Berovides, un invitado frecuente en el programa televisivo cubano Pasaje a lo desconocido, de Reynaldo Taladrid, nació el 22 de septiembre de 1941, en La Maya, un pueblecito cercano a Santiago de Cuba, ciudad donde vivió desde los cinco años. Su padre era un cienfueguero descendiente de españoles y su madre una guantanamera hija de mulata con hindú. Es el tercero de cuatro hermanos, dos mujeres mayores que él y un varón menor.
Fue un niño muy feliz, porque a pesar de que su familia era pobre, la madre le compraba libros. “Yo siempre quería libros de animales, me fascinaban los animales y aún me fascinan. Casi todos los domingos iba al zoológico de Santiago y pasaba horas mirándolos.
Un día descubrió con horror que no podía ir a la universidad porque su padre, vendedor de cerveza Polar, no podía pagarla. “Por suerte triunfó la Revolución y pude ingresar en la Universidad de La Habana, en la carrera de Biología.
Cuenta que de joven le decían Mahatma Gandhi y que su apariencia física es muy parecida a la de su abuelo materno, que como su abuela fueron parte de una gran migración hindú que hubo en Guantánamo.
—Profesor Berovides, ¿qué es para usted la evolución biológica, ese portento al que ha dedicado su vida profesional?
—Es el fenómeno mediante el cual todo cambia. De acuerdo con la filosofía materialista, según las tres leyes de la dialéctica, todo está en perpetuo cambio. La calidad se convierte en cantidad y la negación de la negación, como aspecto filosófico se cumple perfectamente en la evolución orgánica. Esto es importante para entender la evolución humana o la evolución biológica en general, porque los planetas y los sistemas galácticos evolucionan, la geología de la Tierra evoluciona (aunque a un ritmo mucho más lento que el de los seres vivos). La evolución biológica es un elemento más de la ley natural y universal que demuestra que todo cambia. La biología evolutiva estudia cómo es ese cambio en los seres vivos; la geología lo estudia para la Tierra, la cosmología para los sistemas planetarios.
—En la concepción filosófica radica la posibilidad de pensar en este proceso desde la perspectiva darwinista o desde el creacionismo…
—Sí, en ese sentido hay criterios importantes ¿Cuál es la esencia de la vida? ¿Vitalista o materialista? O sea, ¿la vida es creada por una fuerza interna divina que no podemos estudiar o sencillamente se explica mediante los procesos materiales? ¿Hay desarrollo o no hay desarrollo? Para el pensamiento fijista la naturaleza no cambia y niega así el principio dialéctico de que lo único eterno es el cambio. Y está lo que inicialmente se llamó transformismo y que ahora se llama evolucionismo.
—Entonces, ¿la evolución biológica puede ser perceptible?
—En teoría los humanos somos los únicos que sabemos que evolucionamos. Eso nos permite poder contribuir a la mejora de la especie para que pueda evolucionar. Pero hay un problema muy importante, la evolución es un juego entre lo vivo y el ambiente. Si no mantenemos ese ambiente vamos a tener un colapso y podemos extinguirnos como especie. Por eso yo, como evolucionista, lucho por la conservación de la biodiversidad y las condiciones de la Tierra. Es un tema que trato en mi libro La vida en la Tierra y en otros mundos. ¿Estamos solos en el universo?
—Al parecer, como vida terrestre, estamos solos. Pero eso no significa que no haya vida en otros planetas, aunque no igual que la nuestra. Por consiguiente, si la casa natural de todos los humanos es la Tierra, hay que conservarla. Lamentablemente, cada vez son más alarmantes las noticias acerca de la pérdida de la biodiversidad o de la diversidad en general de la Tierra. Y ese consuelo de que como a fin de cuentas la Tierra va a colapsar y tendremos que emigrar a través de una nave interplanetaria es tan inconsistente como realista es la convicción de que no todos podrían hacerlo.
Por eso es fantástico que mediante la evolución haya surgido una especie racional, capaz de darse cuenta de estos fenómenos, de tomar conciencia de la importancia de la conservación de la naturaleza.
—Y usted, ¿cómo lucha?
—Trabajando con los grupos de educación ambiental y asesorando a los dos organismos principales dedicados a la conservación de la naturaleza, la Empresa Nacional para la Protección de la Flora y la Fauna y el Centro Nacional de Áreas Protegidas. Ahí damos cursos y hacemos investigaciones. Hemos logrado salvar las poblaciones de cocodrilos (o estamos en eso), que juegan un papel fundamental en el ecosistema. Si desaparece el cocodrilo, colapsa el ecosistema. Pero muchas personas no tienen idea de eso. La educación ambiental todavía adolece de falta de universalidad. Se hace mucho con los niños, pero después no se continúa. Y esas cosas se olvidan.
—Tampoco se conjuga el plano teórico con el práctico. Y ese conocimiento no se transforma en el sustento de la conducta…
—Como se dice, no llega a ser interiorizado. Pero hay más, el último gran descubrimiento para la humanidad, después del hallazgo de la doble hélice del ADN, es el desciframiento del genoma humano. Su principal enseñanza ha sido revelar todo lo que compartimos con el resto de la naturaleza. Incluso con las plantas. Porque a diferencia de la genética, que estudia grupos de genes aislados, la genómica estudia todo el material genético. Y cuando se secuencia el genoma de un humano y se pone en paralelo con el de un hongo o una mata de algodón siempre se encuentran secuencias similares. Es increíble, compartimos genes con el maíz. Una prueba contundente de que todos —como decía Darwin— venimos de un antecesor común que apareció hace como tres mil quinientos millones de años y de ahí derivaron todos los procariotas.
—La naturaleza es muy eficiente…
—Exactamente. Inclusive, los genes que nos dan apetito y controlan la sensación de sentirnos llenos son los mismos en la mosca que en los humanos. Y, por ejemplo, si a un ratón se le introduce por transgénesis un gen de aumento del tamaño del cerebro el nuevo individuo nace con un cerebro grande. Por suerte, de ratón. O sea, que estos genes humanos funcionan en los ratones. Otro tema: ¿tienen sentimientos los animales? Pues sí. A un cangrejo se le puede inducir la ansiedad y se manifiesta con los mismos síntomas de los humanos; esto es demostrable mediante registros nerviosos. Y si el cangrejo es medicado contra la ansiedad, se cura con lo mismo que el humano. Todos estos conocimientos evolutivos me han capacitado para entender que hay que respetar la naturaleza. Tal razón no implica que vayamos a hacer campaña para que no maten a los mosquitos ni a las cucarachas; sería absurdo.
— Además de Darwin, ¿quiénes son sus paradigmas teóricos?
—Darwin fue un genio y estuvo limitado por los conocimientos de su época. En el artículo que escribí por su bicentenario, el que llevé a El Cairo, hablo de sus aciertos y desaciertos, porque claro, era un ser humano. Pero quienes tratan de detractar la teoría de la evolución solo hablan de los desaciertos de Darwin. Su teoría central, la de la selección natural, que dicen algunos que ya está muerta, sigue vivita y coleando. En los artículos que se publican en contra de Darwin se le tergiversa sin ninguna ética.
—Después de Darwin, otro de mis paradigmas es un gran científico de origen ruso: Theodosius Dobzhansky (1900-1975), que desarrolló su trabajo en Estados Unidos. Él tiene una frase célebre: “no se entiende nada de la biología si no es a la luz de la teoría de la evolución”. Pero quien socializó más la teoría sintética, que es la teoría moderna, fue Ernest Mayr, entre otro de los científicos que admiro. Y considero que, actualmente, el más destacado en la divulgación de la teoría evolutiva es el español Manuel Soler. Aunque en España se está haciendo mucho esfuerzo para divulgar dicha teoría.
—¿En qué contextos ha desarrollado sus investigaciones sobre evolución?
—Persigo tres objetivos en la aplicación práctica de la teoría de la evolución. Primero, en la selección del mejoramiento animal, para el que se tiene en cuenta la variabilidad genética, el grado de herencia de los caracteres y la selección de los padres idóneos. Lo trabajé sobre todo en el mejoramiento de ganado lechero. Se buscaba una combinación que genéticamente no se dio: un animal muy rústico con alta producción de leche.
—Descubrimos que estas dos características son antagónicas. Hay un principio biológico fundamental: la energía que se obtiene de los alimentos es limitada; si se dedica mucha energía al aumento de la producción, la adaptabilidad va en dirección contraria. Asimismo, si hay adaptabilidad al clima tropical, a las enfermedades, la productividad baja. Al final se determinó que no se podía hacer un animal altamente productivo y altamente adaptativo. Podía haber una cierta adaptación, pero no podía tener una alta producción, y viceversa. Si se quiere tener un animal altamente productivo debe mantenerse en un ambiente creado (sin mucho calor, sin que pase mucha hambre).
—En este sentido, también he trabajado con cerdos. Y se han creado muchas razas. Pero da la casualidad que la raza más rústica es de las menos fértiles. Tiene lógica, porque gasta energía para la rusticidad: altamente resistente a las enfermedades, a las altas temperaturas, a la carencia de alimentos, a la sequía, y con el cambio climático…Entonces si se quiere mantener una raza que no es rústica, hay que crearle el ambiente. Por eso ahora, muchos criadores de animales que no son rústicos, están mandando a hacer estructuras adecuadas para hacerle frente al cambio climático. Porque esas especies son más productivas.
—Se trata de crearle un entorno menos agresivo…
—Es una de las lecciones de la evolución. Porque el potencial evolutivo no es ilimitado. Eso lo enseña la teoría darwinista, basada en la idea de Darwin. La teoría de la evolución actual tiene miles de elementos que ha incorporado de la biología molecular que en la época de Darwin no se conocía. Inclusive estos descubrimientos se tomaron con la intención de echar abajo la teoría de Darwin, y al final la apoyaron más. La biología molecular condujo al desciframiento del genoma humano, una demostración contundente de que todas las especies, plantas, animales están interrelacionadas.
— Un segundo objetivo que persigo en la aplicación práctica de la teoría de la evolución, y en la que más he trabajado, es en la genética de la conservación. Antes las personas pensaban que las especies se conservan solo en función de la ecología; o sea, del ambiente. Pero si una especie ha perdido variabilidad genética no va a responder a ese manejo. Formo parte de grupos que se dedican a estudiar las especies que están amenazadas en Cuba y su grado de variabilidad genética. Porque si una especie está amenazada y tiene alta variabilidad genética, entonces las medidas que se toman, incluso para remediar el cambio climático, hace que se adapten. Pero si no tiene variabilidad genética, no tiene para evolucionar, aunque le remedien las condiciones ambientales. Muchas especies se han extinguido por eso.
—Lo hemos trabajado intensamente con el cocodrilo cubano, endémico de la Ciénaga de Zapata. Se han hecho muy buenos trabajos con marcadores moleculares que dicen el grado de variabilidad genética que tienen las especies. Yo hice la oponencia a una tesis sobre la cigüeña —la llamada cayama— y el autor encontró que, aunque es muy limitada y nada más vive en humedales, tiene una buena variedad genética.
—Otro ejemplo maravilloso son las poblaciones de flamencos, que en todo el Caribe están influidas por migraciones. Eso es lo que mantiene la variedad genética, porque si una población se queda aislada dentro de generaciones llegan a ser parientes. Y un pariente con otro da un mismo genotipo. Hecho que conlleva a la pérdida de variabilidad genética. Es importante que en las poblaciones haya migración. Eso se demostró para todo el Caribe con la población de flamencos. La misma que vive en Cuba, vive en Las Bahamas, en Haití, en Aruba…
—Hace poco se encontró un marsupial en Australia. Hubo un cambio climático drástico que le transformó el ambiente, y no tenía variedad genética. Entonces se llevaron ejemplares de otras poblaciones. Por eso en los humanos está prohibida la reproducción entre parientes: afecta la variedad genética.
—Y la última aplicación en la que trabajo es la medicina evolutiva. Los humanos pertenecemos al grupo de los primates. Siempre ponen a un hombre y a un chimpancé. Y me gustaría poner a una mujer y a un chimpancé. Uno los ve y se pregunta ¿son del mismo grupo? ¿Uno dio lugar a otro?
—Los humanos caminamos en dos piernas, el chimpancé lo hace ocasionalmente; las chimpancés paren sin problemas, las humanas no; ellos tienen la piel cubierta de pelos, nosotros desnuda, solo tenemos vellos; los humanos poseemos un cerebro seis veces mayor del que deberíamos de acuerdo a nuestro tamaño, el del chimpancé es tres veces mayor.
—Hay un principio evolutivo que ayuda a comprender esto. Toda ganancia evolutiva tiene costos y beneficios. Y si el carácter prospera, imperan los beneficios, pero hay costos. El beneficio de caminar en dos piernas fue fantástico: nos liberó las manos, construimos herramientas, podíamos caminar largas travesías llevando a un niño en los brazos, pero todo eso trajo un costo: los partos difíciles.
—En cuanto a nuestro gran cerebro: no se conoce que los animales padezcan la enfermedad de Alzheimer, entre las más devastadoras que existen para los humanos. Es el costo de ser tan hiper sociables, tan inteligentes; cosemos por el día y descosemos por la noche, como Penélope.
—Son asuntos que tienen en cuenta los médicos evolutivos cuando les dicen a sus pacientes que si le da fiebre no tome medicamentos para eliminarla de súbito, porque la fiebre es un aviso de que hay un patógeno actuando, y esa puede ser una fiebre benigna. Porque muchas veces se piensa que los costos evolutivos son negativos, y no es así. Puede tenerse un parto difícil, pero en algunos lugares se entrena a las madres para en esas circunstancias no tener que hacerle cesárea. Esto se sabe por la posición del niño, por el nivel de citosina que es la que permite la dilatación.
—En este sentido, otros elementos a tener en cuenta son la estatura de la madre: en las más altas el canal del parto es más largo que en las más bajitas; la relación cintura-cadera: más cintura que cadera y el tamaño del feto.
—Evolución humana y socialización del conocimiento ¿Cómo llegó a estos dos universos?
—Empecé estudiando tres ramas de la biología que están interconectadas: la herencia, la ecología y la evolución. Cuando hubo necesidad de que impartiera la asignatura de evolución, que ahora se llama biología evolutiva, me di cuenta de que, para entender la evolución de todos los organismos, incluyendo la de los humanos, hay que tener idea de estas tres ciencias.
—Pero, en la evolución humana, un factor fundamental fue la socialización. Formar una red de conexiones interpersonales en la sociedad y que, en cierto sentido ha superado a la selección natural en tanto los factores selectivos muchas veces son creados por los humanos. Esta, también denominada selección socio-social-técnica, no era usual durante la etapa en que vivimos como primitivos. De eso han hablado mucho los científicos del Proyecto Atapuerca, en España.
—Por ejemplo, el fuego, un procesamiento tecnológico-cultural, alteró por completo nuestra alimentación. Y resulta que ahora descubrimos que cuando ciertos alimentos como la carne se cocinan mucho pueden producir defectos. Así, ese nuevo ambiente que hemos creado, las nuevas tecnologías utilizadas para la alimentación, actúan como agentes selectivos. Significa que a ello sobreviven solo aquellas personas con un metabolismo determinado que hace frente a esos cambios. Aunque sucede que no nos damos cuenta, porque estos solo ocurren en la fisiología del organismo, no en el fenotipo.
—Si yo hubiera sido cazador recolector no hubiera llegado ni a los 20 años. Primero, un cazador miope está perdido. Lo demuestra que en comunidades con modo de vida primitivo no hay miopes. Sin embargo, entre los descendientes de esas comunidades que se han adaptado a la vida actual (leer, ver televisión), hay una cantidad enorme de miopes, gracias a inventos como los espejuelos y los lentes de contacto (otro tipo de selección). O sea, que los humanos hemos creado nuestro propio nicho, un nicho sociotecnológico-cultural. Es apasionante.
—¿Tiene que ver con la llamada medicina evolutiva?
—Sí, data de 1929; también se denomina medicina darwiniana. Trata de cómo en la evolución de la especie humana, la selección natural y la selección sociotecnologica-cultural, provocan contradicciones que influyen en nuestra supervivencia.
—En este sentido, hay preguntas interesantes, como ¿por qué todos los primates paren sin dificultad, exceptuando a la primate humana? Pues porque nuestro primer paso evolutivo fue el bipedismo. He estado indagando sobre este asunto. A mujeres que han parido les he preguntado directamente sobre las dificultades que experimentaron en sus partos, y la verdad es que hallé una enorme variabilidad. Ahora hay cierta tendencia en contra de la práctica de la cesárea cada vez que haya dificultad en el parto, porque muchas veces se puede resolver de otra manera menos traumática para la madre. Parece que la indicación de ciertos ejercicios y posiciones a la hora de parir puede solucionarlo. Lo detallo en mi libro Evolución humana y salud.
—Pero, hay más, otro estudio reciente relaciona el abandono de la lactancia natural y la incorporación de la lactancia artificial como sustituta, como causante, de alguna manera, de afectaciones en la personalidad el niño. Porque no es lo mismo un biberón que el seno de la madre, que evolucionó con ese fin. Una botella no suple la forma redondeada de la mama, ni su temperatura.
—Profesor Berovides, además de las satisfacciones que le ha proporcionado su intensa vida profesional, buena parte de ella transcurrida en el campo y entre animales, ¿cuál es la alegría más grande que ha tenido en su vida personal?
—Una noche que estaba en altamar, salvando iguanas de la extinción, recibí una llamada telefónica. Era mi hijo para decirme que su esposa había parido una niña y un niño, jimaguas. Jamás se me olvida. Sentí una felicidad increíble. Y ahora, que son adultos sigo pensando en aquel momento y en que tengo dos nietos maravillosos. Y, claro, también tengo a mi hijo José Luis, biólogo y bioquímico, y con quien he compartido investigaciones y trabajos de campo.
Imagen de portada: El Doctor Vicente Berovides Álvarez, es Profesor Emérito de la Universidad de La Habana, donde da clases desde hace más de cuatro décadas. Tiene casi 20 libros publicados sobre conservación de fauna, ecología, evolución, conducta animal, biodiversidad y evolución humana. Le han sido otorgadas las distinciones Felipe Poey, de la Sociedad Económica Amigos del País, y la Carlos J. Finlay, que otorga el Consejo de Estado de la República de Cuba. Foto: Gizéh Rangel.
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