Raúl Antonio Capote - Original publicado en Granma
En la noche del domingo, mientras los cubanos disfrutábamos, en la televisión nacional, de las imágenes del apoyo brindado por el pueblo neoyorquino a nuestro Presidente Miguel Díaz-Canel, la Embajada de Cuba recibía el impacto de dos cocteles molotov.
La solidaridad mostrada por los estadounidenses y cubanos emigrados, el abrazo de los pueblos de Martí y de Lincoln, resultó demasiado para los enemigos de la Revolución Cubana. No podían responder de otra forma quienes hacen del odio y la violencia una forma de vida.
En honor a la verdad, los titulares de la prensa deberían decir: «incluyen a EE. UU. en la lista de patrocinadores del terrorismo»; pero, siguiendo la lógica de la frase popular que afirma que, en ese país, «no hay golpes de Estado porque no hay embajada yanqui», en este caso, los tutores de ese repudiable flagelo no se pueden condenar a sí mismos.
Para ser justos en el análisis, quizá conocen mejor que nadie la invalidez legal del listado que promueve, y que solo sirve para el cerco financiero de sus adversarios, y justificar la política de sanciones económicas y demás medidas unilaterales que usan como herramienta de presión.
En este mundo al revés, los que amparan a los asesinos de diplomáticos cubanos, a los ponebombas, a los que introducen plagas y enfermedades, a los que bloquean y someten a un pueblo entero a restricciones sin par en la historia, para provocar el hambre y la muerte, son los que deberían estar sentados en el banquillo de los acusados.
Cualquier cosa podemos esperar, desde la acción de un individuo con delirios de Rambo, hasta el peor de los extravíos del odio y la impotencia. ¿Qué clase de persona es quien lanza cocteles molotov para incendiar una Embajada?
Por suerte, la cobarde acción no causó víctimas. Ojalá que la respuesta de la Casa Blanca esté acorde con lo que pregona, y tome en serio cartas en el asunto, para poner fin a este tipo de acciones condenables por todas la leyes internacionales y humanas.
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