Ramón Pedregal Casanova.- Sancho: “… si no me entienden, no es maravilla que mis sentencias sean tenidas por disparates. Pero no importa: yo se que no he dicho muchas necedades en lo que he dicho”.(2,19)
Cide Hamate: “Tu, lector, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere, que yo ni debo ni puedo más, …”. (2,24)
Platón dijo: “Cuando miramos nos vemos a nosotros mismos”. También se ha dicho: “Vemos solo lo que conocemos”. Y es que el mundo contemplado desde lo convencional no nos presenta dudas. Ahora bien, si hablamos de una novela moderna nos referimos a una obra de arte literario que mira el mundo y plantea dudas sobre él. Nos pone delante algo que vive bajo lo convencional y no vemos, de modo que cuestiona lo que concebimos añadiendo y despertándonos al otro lado de la realidad, al otro lado del espejo en que nos miramos. La novela contesta al conflicto que el mundo plantea. Un elemento, entre otros, separa la novela moderna de la novela antigua: a la novela moderna le interesa lo que pasa por dentro a los personajes, lo que la vida hace de ellos, con ellos o en ellos, cómo los cambia el mundo; a la novela antigua le interesa lo que hacen los personajes al mundo, las acciones que llevan a cabo.
En estos días se habla mucho del Quijote, novela de la que se ha difundido una visión acomodaticia, plana, pegada a la concepción de la novela antigua en la que importan las acciones, en este caso como si fuesen propias de un loco, y nada hay más lejos de la intención de Cervantes, léase el capítulo 48 de la primera parte, en él critica a los “ignorantes que sólo atienden al gusto de oír disparates”. ¿Creen esos de la lectura plana que hay que hablar del Quijote con la intención de hacer de nosotros “ignorantes que sólo atienden al gusto de oír disparates”. Don Quijote hace el viaje de la vida, el viaje del adolescente que sale de su casa un día y se ve sometido a la prueba de madurez. Solo volverá a su hogar cuando haya aprendido, cuando haya atravesando las dificultades con que se va a encontrar. Es el viaje de Odiseo, es el viaje del eterno retorno.
Cervantes, que era pobre, había sido soldado y otras cosas buscando sobrevivir teniendo como tenía una mano sólo, también sufrió los rigores de aquel tiempo: trabajaba como cobrador de impuestos cuando se le excomulgó – que era el estado más peligroso en que podía recalar una persona- en 1587, en octubre, por el vicario general de Sevilla, “por haber tomado y embargado trigo de la fábrica de la ciudad de Écija” y “en razón de aver preso a un hombre que dicen ser sacristán de la villa de Castro del Río”; Francisco Rico señala que le excomulgan “tras haber embargado el trigo perteneciente a varios canónigos prebendados de Écija”. Aun en el cumplimiento de un mandato legal podía la persona ver su vida en peligro.
“-Con la Iglesia hemos dado, Sancho.
-Ya lo veo-respondió Sancho-. Y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura”.(2,9)
Por lo que se refiere a su manera de pensar, Cervantes, autodidacto, se había formado Humanista, era un hombre del Renacimiento, conocía el pensamiento moderno. Había estudiado con López de Hoyos, en Italia parece que se había relacionado con humanistas y había leído mucho. Su concepción del mundo comprendía principios de justicia, igualdad y libertad que se enfrentaban al tapón absolutista que gobernaba. Y para sobrevivir manteniendo sus ideas tuvo que disimularlas: “Seguí las costumbres de mi patria, a lo menos en lo que parecían ser niveladas con la razón, y en las que no, con apariencias fingidas mostraba seguirlas, que tal vez la disimulación es provechosa”. (Persiles. Libro 1,12)
Cervantes escribía sobre los peligros de la época sin emitir juicio, poniéndolo en boca de sus personajes o alegando que mejor era mantenerse en silencio; cuando en su obra “La elección de los alcaldes de Daganzo” le preguntan a un personaje si sabe leer, contesta: “No por cierto, ni tal se probará que en mi linaje haya persona de tampoco asiento que se ponga a aprender esas quimeras que llevan a los hombres al brasero y a las mujeres a la casa llana”. Como los valores que defiende Cervantes son intemporales, universales y humanos -la razón contra el oscurantismo, la libertad contra la opresión, la justicia social contra la injusticia social, la igualdad entre hombre y mujer, el derecho del ser humano a decidir sin imposiciones, …- es preciso señalar la actualidad de sus ideas, volvemos a “La elección de los alcaldes de Daganzo”, así se dirige a la iglesia: “…¿Quién te mete// a ti en reprender a la justicia?// ¿Has tu de gobernar la República?// Metete en tus campanas y en tu oficio;// deja a los que gobiernan, que ellos saben// lo que han de hacer mejor que no nosotros”. Podemos comparar a Cervantes y a Lope en un asunto también de triste actualidad: Lope, que se declara a su señor como su “perrillo faldero”, en el auto sacramental de título “La adúltera perdonada” el Esposo-Cristo siente ultrajado su honor porque la Esposa-Alma (así denomina a los personajes) se lo ha manchado, y dice: “Sin esposa esta vez quedo,// perdió amor, faltole fé.// ¿Matarela? Tengo miedo;// pero si adúltera fue,// la ley me dice que puedo.// Mas un divino temor,// precedido de mi amor,// casi en el brazo me tiene;// pero es justicia, y conviene// usar de aqueste rigor”. Esta clase de terrorismo estaba aprobada por ley. Pero sigamos a Lope, que tiene buenos ejemplos, ahora es en “La dama boba”: “¿Quién le mete a una mujer// con Petrarca y Garcilaso,// siendo su Virgilio y Taso// hilar, labrar y coser?” Continua: “siempre alabé la opinión// de que la mujer prudente// con saber medianamente//le sobra la discreción”. En otro momento se dice: “Casalda, y vereisla estar// ocupada y divertida// en el parir y el criar”. Por el contrario, la postura de Cervantes hacia la mujer es de respeto, léase “El celoso extremeño”; en la obra, el marido engañado descubre que su mujer tiene un amante, razona sobre el problema y lo asimila, para perdonar, finalmente, a la pareja.
Por lo que se refiere a Don Quijote, leyendo la novela desde el pensamiento moderno que caracteriza al autor, nos encontramos con una obra distinta a la de quien la presenta diciendo: “…El Quijote no hace interpretaciones. …Cervantes… no tiene dobles intenciones”. (Martín de Riquer, El País, sábado 6 de Noviembre de 2004). Vamos a ver que dice el autor de Don Quijote, y si hace o “no hace dobles interpretaciones”, si tiene o “no tiene dobles intenciones”. Como en el conjunto de su obra también en el Quijote presenta su pensamiento protegido por la interposición de otros personajes, por la locura, por los silencios, por la voz de un campesino que no ha salido nunca de su aldea y parece torpe. Vemos a Cervantes abriéndose paso en el prólogo con una reflexión sobre el lector y su función, reconociéndole a éste los derechos del crítico, es el primer crítico. Detalla la forma y obligación del escritor para con su trabajo. Escucha al amigo que le aconseja cómo salvar el problema de las citas o el de la falta de dedicatorias, costumbre entre escritores, pero que Cervantes, debido a las presiones de Lópe de Vega para que nadie se prestase a colaborar con él, no tuvo más remedio que escribírselas él mismo, entonces leemos lo que le dedica Urganda la Desconocida al libro de Don Quijote de La Mancha, Amadís de Gaula a Don Quijote de La Mancha, La Señóra Oriana a Dulcinea del Toboso, … Antes el amigo le ha indicado cómo “poner anotaciones al fin del libro”, cómo “mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo” “…si tratáredes de ladrones yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro. Si de mujeres rameras, ahí está el Obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito. Si de crueles, Ovidio…”, Cervantes, a través de otro hace un recorrido por la mitología y la Historia e introduce de matute un dato de su presente referido al Obispo de Mondoñedo, famoso, y por lo que dice “os dará gran crédito”.
Una vez dentro de la novela, tras encontrarnos con personajes interpuestos que le sirven a Cervantes para protegerse –un muchacho vende a Cervantes el libro de Don Quijote, y él, Cervantes, busca a Cide Hamate,para que se lo traduzca del árabe, y, de las palabras de éste, él, Cervantes, toma nota. Por si acaso, además, el protagonista es un loco, de modo y manera que no se puede creer lo que éste diga. Cervantes no hace más que contar lo que otro dice de lo que un tercero ha escrito. Podemos contemplar cómo el mismo Don Quijote se distancia con frecuencia de sus propias decisiones, y a la vista del resultado echa la culpa a influencias fantásticas, a otras personas y hasta a los mismos objetos, y en algún caso se burla de las consecuencias que puede traerle el desaguisado que ha hecho. Ya conocemos la actitud de Cervantes hacia la iglesia, conque sigamos a Don Quijote en su elaboración dialéctica que le acaba mostrando como una persona que razona y deduce; por ejemplo la escena en que el Hidalgo Caballero y Sancho “vieron que por el mismo camino que iban, venían hacia ellos gran multitud de lumbres que no parecían sino estrellas que se movían”. Sin discutir con su escudero, arremete contra aquellos, que son sacerdotes y van a enterrar un muerto a Segovia. La consecuencia es que uno de los curas cae del caballo y se rompe una pierna; tirado en el suelo le dice a Don Quijote:
“- …advierta vuestra merced que queda descomulgado por haber puesto las manos violentamente en cosa sagrada, iuxta ilud, “Si quis suadente diabolo”, etétera.
-No entiendo ese latín –respondió Don Quijote- más yo se bien que no puse las manos, sino este lanzón; cuanto más que yo no pense que ofendía a sacerdotes ni a cosas de la Iglesia, a quien respeto y adoro como católico y fiel cristiano que soy, sino a fantasmas y a vestiglos de otro mundo. Y cuando eso así fuese, en la memoria tengo lo que le pasó al Cid Rui Díaz, cuando quebró la silla del embajador de aquel rey delante de su Santidad del Papa, por lo cual lo descomulgó, y anduvo aquel día el buen Rodrigo de Vivar como muy honrado y valiente caballero.” (1,20) Don Quijote culpa primero al lanzón, luego a los fantasmas y las criaturas de otro mundo y por si no da resultado aquello, añade que el que le excomulguen le hace sentirse “muy honrado y caballero”. Toma distancia con el conflicto, echa las culpas a un objeto, después a seres extraños y, finalmente, si no da resultado, añade que le importa poco la sentencia de la iglesia.
Por lo que se refiere a la igualdad entre hombres y mujeres, ya sabemos lo opuesto que es Cervantes a lo establecido, aquí basta con el discurso de la pastora Marcela (1,14) en el que ella declara su independencia:
“- …, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada…? … Tengo libre condición y no me gusta de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a éste, ni solicito a aquél, ni burlo con uno, ni me entretengo con otro.” Don Quijote, viendo que los hombres aquellos están dispuestos a ir tras ella, se pone de su parte:
“- Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. … es justo que en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo,…”
También hace hincapié en la interpretación de la Historia y en la finalidad de los libros que nos apartan de la realidad: el cura pretende quemar los libros que califica de “cismáticos”, los de caballerías; el ventero, dueño de ellos, le dice: “… si alguno quiere quemar sea ese de Gran Capitán y dese Diego García, que antes dejaré quemar un hijo que dejar quemar ninguno desotros.
Hermano mío, dijo el cura, estos dos libros son mentirosos, y están llenos de disparates y devaneos; y este del Gran Capitán es historia verdadera”.
Y relata la historia que cuenta el libro sobre el Gran Capitán, una historia tan fantástica que pone en evidencia que la Historia oficial es una falacia por ser tan ajena a la realidad, tanto como lo contado en los libros de caballerías. Pero lo dicho se hace burla cuando el ventero dice en defensa de esos libros:
“- …¡Bueno es que quiera darme vuestra merced a entender que todo aquello que estos libros dicen sean disparates y mentiras, estando impreso con licencia de los señores del Consejo Real, como si ellos fueran gente que habían de dejar imprimir tanta mentira junta,…”
La contestación del cura no insiste en quemarlos sino que ahonda en las condiciones sociales de España, la función de esa literatura y el estatus de quienes los leían, poniendo al descubierto a aquellos que se alimentan de “tanta mentira junta”, como dice el ventero, los leen: “algunos que ni quieren, ni deben, ni pueden trabajar, así se consiente imprimir y que haya tales libros”.
Y, si queremos saber la consideración en que Cervantes tiene a esos que por pertenecer a las clases altas no trabajan, nos encontramos también con numerosas ocasiones en las que se dicen cosas semejantes a esta:
“- Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, sino hace más que otro” (1,18).
O también dice como de pasada el aprecio que le merece el momento en el que vive en contraste con sus deseos:
“- … aquella edad y siglos dichosos aquellos” cuando se desconocían “estas dos palabras de tuyo y mío” pues eran en aquella época “todas las cosas comunes” (1,11).
Podríamos seguir poniendo ejemplos sobre la consideración en que tiene a las guerras y otros asuntos, pero no pretendo eso sino mostrar a un Cervantes oculto, que por medio de personajes interpuestos denuncia y pide cambios radicales para su época, para la nuestra y para cualquier otra mientras se lea el Quijote y existan defensores de la irracionalidad y el oscurantismo. ¿Es un Cervantes oculto?. Es un Cervantes ocultado por la lectura superficial, la lectura de esos que se ven a sí mismos, que se complacen en no contrastar sus ideas con el mundo que les rodea, haciendo una interpretación complaciente. Cervantes se expresa desde el orden mental de la gente sencilla de todas las épocas, la gente que para sobrevivir, muy inteligentemente, utiliza diversos modos en el lenguaje porque las circunstancias de aquel “Siglo de Oro”, que en lo social era calamina, chatarra, solo permitían hablar como si se expresase un loco. Pero conforme vamos leyendo encontramos que en la misma conversación, ese loco, va pasando por diversos estados hasta situarse en el más razonable entendimiento. El mundo para Cervantes era un nudo que había que des(a)nudar primero con el entendimiento. El camino de la literatura es la confrontación de ideas por medio de una historia metafórica -se ha dicho que el argumento es una excusa para hablar de otra cosa- La historia que cuenta el libro debe hacer que la gente, los lectores, se entretengan conforme piensan, que es la única forma de poder deshacer el “tuerto” en el que se está, el nudo atado y bien atado con el que los fuertes buscan “ponerte en un laberinto de imaginaciones que no aciertes a salir de él, aunque tuvieses la soga de Teseo” (1,48).
Cervantes, después de haber pasado su vida conociendo las quemas de libros, las prohibiciones que la Iglesia incluía anualmente en el Índice y otras censuras, no supo de una prohibición general que se estableció a finales de 1624, cuando llega a su término el permiso para editar “Don Quijote” y hay que renovarlo. Los editores no obtienen una nueva autorización porque se aprueba una ley por la que se prohíbe editar libros. La prohibición dura hasta 1635. ¿Podemos imaginarnos un país sin libros?¿Cuáles son las consecuencias?.
Sobre el trabajo que realiza Cervantes en el Quijote dice Cannavaggio: “…El problema fundamental que se le plantea consiste en conferir su plenitud esotérica a los protagonistas de una obra cuyo fondo ideológico queda firmemente asentado” (Alonso López Pinciano y la estética literaria de Cervantes en el Quijote).
José Cadalso, autor de “Cartas marruecas”, escribe en su carta “Juicio a la historia de Don Quijote”: “En esta nación hay un libro muy aplaudido por todos los demás. Lo he leído y me ha gustado sin duda; pero no deja de mortificarme la sospecha de que el sentido literal es uno, y el verdadero es otro muy diferente”.
Pero, sin recurrir a otros autores ¿de qué nos habla Cervantes? ¿leemos su pensamiento dentro de las acciones? ¿qué visión del mundo nos muestra que contesta a su tiempo y al nuestro? ¿realmente creemos que la primera novela moderna no tiene más lecturas que la de las aventuras de un loco? Hemos vuelto al principio de este escrito.
Ramón Pedregal Casanova es autor de los libros: Gaza 51 días; Palestina. Crónicas de vida y Resistencia; Dietario de Crisis; Belver Yin en la perspectiva de género y Jesús Ferrero; Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios. Y, Palestina es Palestina. Presidente de AMANE, perteneciente a la Asociación Europea de Apoyo a los Detenidos Palestinos. Miembro de la Red en Defensa de la Humanidad e Integrante de la Red de Artistas, Intelectuales y Comunicadores Solidarios con Nicaragua y el FSLN.
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