Carlos González Penalva.- Lejos de que el Estado de Israel sea la única democracia ejemplificante de Oriente Medio, como la propaganda quiere hacernos ver, Israel no es nada más que otro estado teocrático, donde estado, institución y religión se entremezclan en la figura del primer ministro Benjamín Netanyahu. Este fundamentalismo religioso es el que se utiliza para justificar que una sola vida israelí sea ponderable como algo infinitamente más valioso que las miles de vidas palestinas que apenas se nombran o se anonimizan. ¿De qué trata y cómo se construye históricamente el mito del sionismo? ¿Cuáles son las bases y fundamentos de un estado sionista? Sobre el mito y la realidad del Estado-Nación de Israel hablamos esta semana, en una colaboración para Radio Habana Cuba.
Israel: del sionismo fundacional a la barbarie actual. Mito y realidad
[Una colaboración en el espacio "Desde Cuba" de Radio Habana Cuba Internacional junto a Roberto Bastidas el 19 de octubre de 2023]
Carlos González Penalva
La actual campaña de bombardeos genocidas de Israel contra Gaza es acompañada en paralelo de una intensa propaganda en los medios de comunicación destinada específicamente a justificar su violencia asesina ante el público occidental, propagada a lo largo de los años en medios de comunicación, modificación planificada de entradas en las enciclopedias como Wikipedia, mensajes pautados y financiados en las redes sociales y una ola de anuncios en plataformas de video como YouTube y, en los últimos tiempos, a través de series en las principales plataformas de video bajo demanda.
El éxito de la estrategia operada por Israel se debe a que ha sido capaz de aprovechar, por una parte, el condicionamiento islamófobo de la sociedad occidental, así como el dominio a lo largo del tiempo de las narrativas antipalestinas y pro-sionistas en la corriente cultural dominante. Por otro lado, en el marco europeo aún quedan restos del holocausto nazi donde, por ejemplo, Alemania arrastra hoy un sentimiento directo de culpa. Dicho sea de paso que la barbarie del holocausto se produjo casi 75 años después de que se pusiera en marcha el proyecto sionista. Por último, pero fundamental para el éxito de esta operación política y propagandística, está la introducción como hecho del mito ideológico del sionismo.
¿De qué trata y cómo se construye históricamente el mito del sionismo?
El mito sionista, en el presente, juega a construir la confusión de que "sionismo" y "judaísmo" son términos homólogos. Sion era uno de los nombres bíblicos de Jerusalén y de un monte cercano, el Monte Sion. Este concepto es el gran ausente a la hora de analizar la cuestión palestino-israelí, a pesar de ser la raíz de todo el problema. Entroncando con el colonialismo de finales del siglo XIX y el imperialismo desarrollado a principios del siglo XX, el sionismo es oficialmente "el movimiento nacional que aboga por el retorno de los judíos a su patria ancestral (la Tierra de Israel) y la reanudación de un Estado y modo de vida judío allí". Un movimiento de liberación nacional que, por otra parte, nunca plantó cara a la judeofobia europea de los siglos XIX y XX.
El sionismo es la ideología teológica y teleológica, donde la primera habla de los principios y la segunda de los fines y objetivos, sobre la que se asentará Israel así como el motivo que propiciará la violencia contra los árabes en general, incidiendo política, económica, demográfica, social y culturalmente en la cuestión palestina. Sus cometidos son colonizar Palestina, expulsar a su población y proclamar el Estado de Israel.
Y es fundamental clarificar una serie de conceptos sobre los cuales se articula el sionismo. Cuando hablan de "judaísmo", se refieren a la religión y a la cultura judía. Cuando hablan de "judaicidad", se refieren a la raza judía. Cuando apelan al pueblo judío, se refieren a una nación con vínculos de sangre. Cuando hablan de Israel, hablan de la tierra prometida. El sionismo es el mito de la raza, una raza con una cultura y religión milenaria, a la que le corresponde como pueblo una tierra y una forma de gobierno predestinada. El mito de la raza ha tenido muchos capítulos en la historia, algunos decían que eran los descendientes directos de los indoeuropeos, otros de Abraham. Ambos, puros e inmaculados. Cuando el desarrollo científico y la biología en el siglo XX desacreditaron el mito de la raza, este tomó forma como el mito de la cultura.
El mito de la raza, ahora transustancializado en mito de la cultura, de la nación judaica necesita inexorablemente de la mentira histórica, de la construcción de un relato milenario de una nación en la diáspora que se asienta en que primero fueron expulsados a Babilonia por Nabucodonosor II, que destruyó el Primer Templo de Jerusalén (donde se guardaba el Arca de la Alianza que contenía las Tablas de la Ley con los Diez Mandamientos que Dios entregó a Moisés) construido por Salomón en el siglo VI a.C. El Segundo Templo se reconstruyó y fue destruido por Tito en el 70 d.C. En el año 135 fueron nuevamente expulsados por Adriano.
Es de estos "hechos" sobre los cuales se construye la idea de los judíos, como un concepto religioso, sobre una confesión compartida elevada a la categoría de "pueblo" y de nación étnica maltratada por la historia. La visión de los judíos, decíamos, como una suerte de habitantes originales que no solo entraña una visión integrista de la religión, sino que es falsa, porque obvia de la historia, intencionalmente, a egipcios, cananeos, fenicios o los propios filisteos, los antiguos palestinos de donde deriva su nombre. Palestina proviene de Filistin. Una vez más, el relato: la promesa que Yahvé realiza a Abraham al otorgarle "toda la tierra de Canaán, como herencia eterna". Este es el fundamento principal del sionismo: un pasaje de la Torá, del Antiguo Testamento incorporado a la Biblia. Estos textos sagrados se toman como fuente histórica y política real. De Abraham arranca toda la mística judía: los israelíes se reclaman descendientes de los bisnietos de aquel. "Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra" (Génesis 12:1-7). Uno de los actuales proyectos sionistas de Israel es la construcción del Tercer Templo, el cual debería ser erigido con la llegada del Mesías.
Tal como recoge la Declaración de Independencia (creación tras la Segunda Guerra Mundial) del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948: "Eretz Israel fue la cuna del pueblo judío. Aquí se forjó su identidad espiritual, religiosa y política. Aquí logró por primera vez su soberanía, creando valores culturales de significado nacional y universal, y legó al mundo el eterno Libro de los Libros." Como colofón, la declaración del carácter teocrático de Israel en sus documentos oficiales: "Los judíos en todo lugar aceptan el sionismo como un principio fundamental del judaísmo, apoyan al Estado de Israel como la realización básica del sionismo y se ven enriquecidos cultural, social y espiritualmente por el hecho de que Israel, un miembro de la familia de las naciones, es una vibrante y creativa realización del espíritu judío." Un texto que pareciera redactado por el filósofo alemán Fichte en su reivindicación, básicamente, de un derecho nacional que se asienta sobre una base ética y moral de un supuesto derecho natural. "Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra." Es decir, se niega la existencia de Palestina y sus habitantes porque "es un desierto", a la vez que se retoma el concepto mítico judaizante de la Torá: el pueblo elegido que sufrió la Diáspora.
¿Cuáles son las bases y fundamentos de un estado sionista?
Con esta fusión ideológica entre "historia" (emanada del Libro de los Libros) y religión, tenían una cierta base argumental para reclamar un Estado propio, pero a ello hay que sumar que los pogroms europeos contribuyeron a la concepción de los judíos como un pueblo eternamente exiliado y perseguido, discriminado (Theodor Herzl llegó a la conclusión de que el antisemitismo era un factor estable e inmutable en la sociedad humana) o el caso Dreyfus en la Francia de 1894.
Herzl, el padre del sionismo, publicó en 1896 "El Estado Judío" y un año después organizó el Primer Congreso Sionista Mundial en Basilea. De aquí surgió el "Programa de Basilea" o "Programa Sionista": "el sionismo aspira a asegurar un hogar nacional en Palestina para el pueblo judío, garantizado por el derecho internacional".
Como nacionalismo moderno, reproduce la idea de "un pueblo, un Estado" (se comparaban al resurgir de Grecia o a la unificación de Italia): la nota llamativa de esto es cómo se entremezcla una cuestión antropológica y otra eminentemente religiosa, pues el sionismo entiende el "pueblo judío" como un grupo nacional y no como un grupo religioso. Este pueblo, como tal, no existe, es un término acuñado por el judaísmo: en Israel, ese "pueblo" lo conforman argentinos, polacos, rusos, estadounidenses, etíopes (discriminados), etc. Su nexo de unión es únicamente la religión. A pesar de ello, entienden el judaísmo como una especie de herencia sanguínea, de ahí que los actuales israelíes se presenten a sí mismos como descendientes de los que siguieron a Abraham.
En diciembre de 2007, Estados Unidos anunció el traslado de su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, que pasaría a ser "reconocida" como la capital de Israel, en un claro movimiento dirigido a utilizar a la "ciudad tres veces santa" como combustible con el que avivar un nuevo incendio bajo un cariz religioso y que, además, contraviene de plano todo el Derecho internacional sobre la materia. En 2018, Israel realizó uno de los movimientos que consagraron al judaísmo al servicio del sionismo, por si quedaba alguna duda, al aprobar en su parlamento la Ley del Estado-nación judío, por la cual pasa a denominarse, ya jurídicamente, como "Estado nación del pueblo judío", entremezclando una visión religiosa, biológica y política que lo eleva como Estado étnico y religioso.
Lejos de que el Estado de Israel sea la única democracia ejemplificante de Oriente Medio, como la propaganda quiere hacernos ver, Israel no es nada más que otro estado teocrático, donde estado, institución y religión se entremezclan en la figura del primer ministro Benjamín Netanyahu, que proclamaba en rueda de prensa el 29 de octubre ante las cámaras de todo el mundo que "Debéis recordar lo que Amalek os ha hecho, dice nuestra Santa Biblia. Ahora ve y hiere a Amalec, y destruye por completo todo lo que tiene, y no los perdones; sino mata al hombre y a la mujer, al niño y al lactante, al buey y a la oveja, al camello y al asno", para sentenciar al día siguiente: "La Biblia dice que hay un tiempo para la paz y un tiempo para la guerra. Este es un tiempo para la guerra".
Este fundamentalismo religioso, como señalaba el compañero Alex Sanchís, joven abogado español, brigadista en diversas ocasiones en Cisjordania, es el que se utiliza para justificar que una sola vida israelí sea ponderable como algo infinitamente más valioso que las miles de vidas palestinas que apenas se nombran o se anonimizan.
Decía el analista Ghassan Kanafani que "La campaña mediática de Israel no es una mera incursión pasajera; se trata de una conquista sobre terreno trillado, golpeando profundamente en la conciencia de un público que ha sido engañado durante mucho tiempo".
Una colaboración en el espacio "Desde Cuba" de Radio Habana Internacional junto a Roberto Bastidas.
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