Ana Hurtado - Original en Cubadebate y Cuba en Resumen / Resumen Latinoamericano / Cubainformación
Tendría yo alrededor de 18 o 19 años cuando escuché su nombre por primera vez. Mi educación escolar había sido muy buena, pero siempre religiosa y habiendo adquirido conocimientos occidentalmente establecidos y perpetuados. Dejé las ciencias a un lado a muy temprana a edad ya sabiendo que mi mundo era el de las humanidades, el del humanismo que más tarde reconocería martiano.
Fueron los conocimientos adquiridos en esas clases de los primeros años universitarios y contando con la fortuna de que en las asignaturas fundamentales conté con profesores dignos, que mi concepción del mundo fue tomando forma y me fui dando cuenta de cómo era este, y cómo lo habitábamos.
Me sumergía en un laberinto de conocimientos que me servirían no sólo para desarrollar una profesión, que a ojos de Kapuscinski para ejercerla bien uno había de ser buena persona, sino que se trataba simplemente de adquirir saberes que me permitirían ser persona, de la manera más honrada, desde ese momento en adelante.
Desaparecieron los padres nuestros y las aves maría al volver del recreo en el colegio, para hablar de la Escuela de Fráncfort de Meno, para hablar de hombres y mujeres que hoy día aún me queda por seguir profundizando en su pensamiento, que es tan profuso, que creo que me faltarían años para poder dominarlo. Y entre tantos nombres escuche el suyo, Noam Chomsky. No siendo este de dicha escuela.
Recordé en los días pasados, con motivo de la muerte y resurrección de Chomsky en internet, acerca de esta etapa, de lo que aprendimos, de en lo que posiblemente nos hayamos convertido casi 20 años después los que estábamos sentados en esas aulas de la Facultad de Comunicación en Sevilla.
Se nos entregó la simiente; la semilla del conocimiento para que lo hiciéramos nuestro y pudiéramos cincelarlo y desarrollarlo como profesionales y como personas. Y a nosotros, que nos estábamos formando la mayoría con la idea de trabajar en grandes medios de comunicación españoles y europeos, creo que nos pasó más factura en nuestra consolidación como seres humanos que como artesanos del lenguaje.
Con que nos haya quedado ese conocimiento a dos o tres de los que allí estábamos, ha merecido la pena. Otros quizás no han vuelto a escribir, dejaron de soñar, o cambiaron la meta de sus sueños. Pero fue nuestra base en teoría comunicativa y de la información.
Ferdinand de Saussure nos atacó duramente el primer año en la asignatura de Lengua, y fue el primer gran nombre, que a mí me hizo comprender algo que comparte el lenguaje con la sociedad: “Un elemento del sistema lingüístico no tiene ningún valor sino en su relación con la totalidad del sistema en el que todos sus elementos son solidarios y en el que el valor de cada uno de ellos resulta de la presencia simultánea de los otros”.
¿No es la sociedad justa y socialista en la que creemos, lo mismo? Un lugar en el que podemos existir individualmente, pero que si no es en relación con el resto, nuestra existencia esta ahí, pero carente de significado. Somos seres sociales, como el lenguaje, que si no se ponen en uso en cuanto al rango social que albergamos, somos solo como una vocal o consonante suelta, que no nos transmite ningún mensaje, aunque podamos nominarla.
El capitalismo apuesta por vocales y consonantes solitarias, pero solo nuestro sistema social y político socialista, en metáfora en este caso con el lenguaje, es lo que puede darnos sentido como sociedad. A la existencia.
Chomsky, un hijo de inmigrantes judíos rusos en Filadelfia, nos sorprendía pasados los años cincuenta del veinte llegando a nuestro contenido como futuros periodistas. La famosa gramática generativa y la gramática universal. Nosotros con la libertad y el poder del lenguaje, que nos vienen intrínsecos como personas. Pero es su paso a la notoriedad cuando gira de la lingüística a la crítica política coincidiendo en la década de los sesenta con la guerra de Vietnam.
El activismo político y su doctorado en lingüística lo hacen un individuo único, con toda la potestad para dictar sentencia desde las entrañas del imperio estadounidense: la lucha de clases, los laberintos de la desinformación.
Noam Chomsky nos muestra que el sistema supuestamente más democrático del mundo, tiene un déficit democrático superlativo con una distancia abismal entre las decisiones políticas del gobierno y la opinión pública. Nos demuestra las ambiciones imperiales que no han cambiado, sino que se crecen. Critica el capitalismo habiendo nacido y crecido en él.
Y nos enseña cómo nos engaña y manipula las mentes para que lo perpetuemos inconscientemente.
Su “muerte” en redes en los días pasados dio paso a una reencarnación de su pensamiento en aquellos que quieren y queremos que su legado no muera.
No fueron pocos los que crearon polémica desmintiendo la noticia, haciéndose de un minuto de notoriedad auto-sentida y de ego.
Muchos creímos al ver de fuentes fidedignas la revelación, su fallecimiento, pero la manera en que otros tantos se sumaban a desmentirla con soberbia, luchando por quién tiene la razón virtualmente, dejó a entrever que aún debemos avanzar demasiado como sociedad y puso en escenario las miserias de las redes y humanas.
Se manifestó de forma espiritual Chomsky inconscientemente para recordarnos que debemos seguir luchando en este mundo enfermo de protagonismos y fracciones, por que seamos letras que conforman el lenguaje. Un lenguaje que permite la comunicación solo en conjunto; siendo así como cobra sentido.
Es ahí donde podemos ver que asistimos a un fenómeno donde muchos quieren un especie de Escuela de las Américas. Una escuela que podríamos decir que prima y premia a los “triunfadores”. A aquellos que quieren destacar para dar sentido a un vacío existencial que el sistema no cura. La resurrección mostró a muchos individuos confundidos que aún creyendo estar en la ideología del progreso, usan mecanismos mentales de la ideología de la supremacía. Destacar con algo, para olvidarte de los males que te acompañan. Gente que a sabiendas y también inconscientemente, se deja guiar por los hilos invisibles de la escuela de pensamiento yankee.
Pero luego somos muchos los que preferimos las enseñanzas de la escuela de Frankfurt. Los que sabemos que el entorno actual solo puede enfocarse desde el marxismo, con criticas constructivas, en lugares correspondientes y sin olvidarnos jamás del sentido del momento histórico. Diferenciando a los trasnochados dentro de nuestras propias filas, que no saben ni qué es sentido, ni qué es momento histórico. Que creen que el 2024 es el 1959 o el 1917. Que la sociedad avanza, y con ella nuestro pensamiento, sin perder su esencia, debe andar de su mano sin abandonarla.
La Escuela de Frankfurt nos hace ver que el momento no es solo económico e individual. El momento es la forma de vida, la producción de ideas y de cultura que nos acompaña. La salvaguarda del ideario.
Es la crítica a lo anquilosado en el tiempo, a los patrones occidentales o a los de aquellos que los reproducen sin saberlo. A la moral vacía.
Es avanzar como individuos que formamos parte de la sociedad de una manera emancipadora y en el camino del bien, del humanismo y de la racionalidad. Es cambiar lo que deba ser cambiado sin olvidar quién es quién.
La Escuela de Frankfurt son horas y horas de reflexiones que ahora no vienen al caso, hacia un mundo moralmente mejor.
Por eso, nosotros, los que llevamos la Revolución adentro, como la procesión, jamás seremos de la Escuela de las Américas. Ni de héroes creados ni de fórmulas mágicas.
Sabemos de donde venimos, quienes somos, y a veces gritando u otras en silencio, tenemos más que claro a donde vamos.
La Columna es un espacio de opinión personal y libre de las personas autoras y no necesariamente tiene por qué representar la de Cubainformación.