Ana Hurtado - Original en Cubadebate y Cuba en Resumen / Resumen Latinoamericano / Cubainformación
Nosotros. Nosotros los revolucionarios, de Cuba y del mundo, si hay algo que tenemos que tener, es claridad. El enemigo muta, el contexto también, pero siempre detrás suya está el mismo trasfondo: derrocar a la Revolución Cubana.
Quieren a Cuba suya porque no pueden tenerla. Porque saben que por mucho que se empeñen en ensuciarlo, el socialismo funciona. Lleva funcionando 65 años a pesar de un bloqueo que ahoga a un pueblo, que desde el primer momento quieren matarlo de hambre.
Pero ya lo dijo Lester Mallori: “el pueblo quiere a Castro” y así sigue siendo. Un amor y una admiración con más fuerza que un séquito de espartanos.
No es nada nuevo para nadie que el imperio no quiere que la gente sepa que hay alternativas. En las cuales el ser humano está como centro e importa más que el dinero y las posesiones. Alternativas tan peligrosas para el imperialismo, que las intentan destruir y no pueden porque algo está claro: la fuerza, ante cualquier situación del calibre que sea, la tiene el pueblo.
Decía el Subcomandante Marcos que él era subcomandante porque el comandante era el pueblo. Que el pueblo ordenara que ahí estaría él, al servicio. Una gloriosa mañana del 1 de enero de 1994 el mundo se levantaba con la noticia del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas.
Mayormente formado por integrantes de pueblos originarios, el EZLN no aceptaba lo que iba a ser la nueva entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
¿Qué iba a ser de los pobres de la tierra, de los campesinos y proletarios?
Aquel primero de enero tomaron entre otras localidades a San Cristóbal de las Casas y declararon la guerra al estado mexicano. Tras doce días de combate, iniciaron acercamientos por la vía del diálogo con el ejecutivo para en épocas a posteriori - el zapatismo de finales del siglo XX -, terminar de abandonar las armas. Para comprometerse por la vía pacífica en transformar la realidad mediante el impulso de cambios y mejoras sociales.
A muchos movimientos de izquierda mundiales les entusiasmaba esta revolución de doce días. Se convirtió en algo atractivo e incluso influyó en diversidad de luchas posteriores. Es sin duda un movimiento digno de admiración, pero a mi parecer, sin profundizar en la naturaleza del EZLN, me permito compararlo con lo que creo es una verdadera Revolución.
Para revolucionar o transformar algo, hay que tener claras las prioridades y las convicciones. Hay que tener un liderazgo férreo y no desfallecer jamás. Durante mis años universitarios me interesé mucho por este fenómeno y por ese 1 de enero del 94.
Pero he llegado a una conclusión: quisieron ir de lo particular, a lo general. El último (y digno) fin que tenían, era la transformación revolucionaria en un México socialista.
Y es que cuando vas a cambiar algo, hay que aspirar desde el primer momento al cambio mayor, dejando claro el manifiesto de ideas. Tenemos que pedirlo todo. No puedes salvar un kilo de manzanas si una se pudre y se le van cortando los trozos en mal estado. Hay que sacar la que está podrida de raíz, aunque la pierdas, porque lentamente va a ir echando a perder a las demás.
Las revoluciones, cuando se da el paso firme, son para hacerlas aquí y ahora.
Fue una pena que Marcos y su gente no consiguieran lo que querían, una desilusión quizás para muchos. Pero se olvidan que sigue existiendo Cuba y ahí es a donde tenemos que mirar.
El mundo asiste a la aparición de izquierdas repugnantes. Proyectos políticos que se quedarán en el estercolero de la historia como traidores a pueblos víctimas del capitalismo más salvaje. Gente que mancilla la memoria de los que dieron la vida antes.
Y el imperio lo sabe. Sabe que lo único que no puede controlar, supervisar ni derrotar es al socialismo. ¿Dónde está el socialismo? Está en Cuba.
Con cosas a perfeccionar, con errores por mejorar, pero está. Que no hinca una rodilla en el suelo ante ningún designio imperial y que avanza, con la soga al cuello, pero lo hace.
Y el socialismo no es una idea nacional, sino internacional. Por eso, es una obligación ética y moral el apoyarlo si uno se siente revolucionario, en cualquier geografía. Es una obligación asumir las consecuencias por tener la frente en alto. Como también lo es el no olvidarnos del enemigo. Un enemigo que ha ido mutando, transformándose, camuflándose. Pero que es igual de constante que la fuerza y resistencia de este pueblo.
Porque la Revolución, es el acceso social de los individuos. Es la esperanza de que vale la pena luchar por algo mejor. Si la gente siente que deja de tener acceso social, se desinteresa por la política y empieza a consumir en sus vidas contenido banal del que el imperio introduce en las agendas de la gente de otros países. Sus aspiraciones cambian, sus fines se vuelven mediocres. Dejan de pensar. Y el pensamiento es lo que daña a la hegemonía. El pensamiento es la guerra que hay que hacer.
Cuando las personas forman parte de un sistema participativo, se genera un nivel de conciencia en el pueblo que es la principal arma para que agentes externos no lo derroten. Eso es lo que consiguió en sus primeros años la Revolución cubana.
Fortalecer el imaginario de la gente, su espectro de aspiraciones y poner la dignidad individual y general como escudo.
La dignidad no es cuantificable, o al menos es difícil de hacerlo. Pero cuando la hay, se nota de lejos.
Cuando la tienes y comienzas a sentirla, empiezas a pensar diferente de ti mismo, de la sociedad y a valorar tus capacidades como persona, como elemento de transformación.
Hay que llegar a un nivel de conciencia que nos permita entender que la vida no radica solamente en nuestra ideología ni en cómo pensamos. Sino como ponemos en práctica esa ideología y cómo nos comportamos.
Saber que tener un trabajo no es solamente para comer y vestirnos, sino para poder participar de la sociedad y con ella. Para ser autónomos como hombres y mujeres. Y libres de pensamiento.
Saber también que la libertad no es sólo acción sino disciplina para poder ejercerla sin hacer daño alrededor.
Todo esto el socialismo lo sabe, aunque le quede por terminar de hacer. No es un camino de años, quizás son siglos. Sólo hay que querer estar dentro para poder ser agentes de transformación de lo injusto, de lo hegemónico. De la mentira.
Porque ante todo tenemos la verdad, una interpretación humana de la realidad que aunque no llegue a ser absoluta, es la verdad de los pobres y de los humildes.
Y como pensaba el filósofo alemán Immanuel Kant, si la verdad los mata, a los que nos tiraron a matar, los vamos a dejar morir con ella y de ella.
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