Este 29 de septiembre Roberto Chile cumplió 70 años de edad. En su homenaje, volvemos a publicar esta entrevista


Para encarnar su vínculo con Fidel Castro, Roberto Chile apunta hacia arriba con su dedo índice. Pero no es este un gesto fútil: consagró más de 25 años de su vida a captar la imagen del estadista y líder revolucionario, y a acompañarlo a donde fuera.

“Una suerte, una posibilidad que me dio la vida, que cumplí sin esperar nada a cambio: ni aplausos, ni nada que se le parezca”, dice sentado en un banco del patio de su casa, con la mirada directa y audaz que le identifica en las fotos de toda la vida. Usa la gorra que no abandona, es blanco el pelo que escapa por sus bordes.

—Lo filmé por primera vez en 1981, en el Palacio de la Revolución. Yo formaba parte de un equipo que realizaba audiovisuales de contenido histórico. Estaba mirando a través de la cámara cuando Fidel se me apareció en el visor; me palpitó el pulso y a duras penas conseguí acertar en el foco, al mismo tiempo que el Comandante se acercaba al grupo. Luego, cada vez fueron más frecuentes las veces que estuve en trabajos vinculados con su presencia.

Un día le pidieron que fuera a filmar en los pedraplenes de la cayería norte de Ciego de Ávila, que se estaban construyendo por idea de Fidel. “Aunque esa misma noche, en una actividad en el Consejo de Estado, él se detuvo delante de nosotros y preguntó a dos de sus colaboradores que si ya tenían al camarógrafo que iría al día siguiente a los cayos. “Sí, Comandante, ya todo está listo”.

—Entonces, puso su mano en mi hombro y dijo: “Pero a este no me lo manden que este anda conmigo”.

Desde ese instante supo que seguiría a Fidel a todas partes sin reparos y sin miedos. Y así fue durante más de dos décadas. Viajaba junto a él a cuanto sitio iba y a cuanto sitio, por supuesto, le pedía que fuera.

—¿Después de fotografiarlo durante tantos años, ¿qué recuerda de Fidel con más frecuencia?

—Esa convergencia suya entre grandeza y espiritualidad. En la tribuna, el líder de talla mundial. Cuando hablaba con las personas del pueblo y las tocaba, un hombre sencillo. Además, siempre me llamó la atención su mirada y su dedo índice, que marcaba pautas cuando apuntaba hacia arriba, hacia delante o hacia uno de los dos lados, nunca hacia abajo. Son gestos que pude perpetuar en muchas imágenes que le tomé durante años, y también en algunas fotografías relativamente recientes.

—¿Cómo era trabajar con él?

—Un ajetreo constante. Eran días, años, en que costaba trabajo encontrar tiempo libre para estar en mi casa, para compartir con mi familia, aunque no dejaba de atenderla. Sin embargo, luego de cumplir con mi deber, el de reportar o perpetuar los momentos más importantes del quehacer revolucionario de Fidel,  pude incursionar en la realización de documentales.

—Y ese vínculo con Fidel, ¿qué huellas le dejó?

—Fidel fue un ser humano capaz de sobreponerse a las adversidades, no temía a la derrota, siempre tenía la esperanza de que se podía más. Lo recuerdo como a un familiar. Una vez, hablando del Che, dijo: “A veces sueño con él”. Pues yo a veces he soñado con Fidel, que estoy trabajando con él, que estamos conversando, porque tuve la suerte de conversar con él, de verlo en diferentes estados de ánimo, de compartir con él momentos de frustración, de dolor y de alegría.

—Como camarógrafo, una de las situaciones más difíciles que enfrenté fue cuando me llamaron para documentar el momento en que Fidel firmaba su Proclama al pueblo de Cuba. Él estaba convaleciente, en su cama. Cuando llegamos nos notó sorprendidos, y dijo: “No se desanimen, la Revolución hay que defenderla hasta la última gota de sangre si fuera agredida”.

—Era evidente que no estaba pensando en su vida, en su salud, sino en los peligros que corría la patria, y quería que quedara constancia de aquel momento, porque si fallecía los enemigos no podrían decir que era invento de sus seguidores. Cuando él pronunció aquellas palabras, yo levanté la mano y le dije: “Viva Fidel”. Él levantó la suya, y con los ojos empañados —nunca una lágrima— hizo el mismo gesto.

Chile cuenta como uno de los momentos más emocionantes de su vida el de haber estado en la caravana que trasladó los restos mortales de Fidel desde La Habana hasta Santiago de Cuba. Fue junto a un grupo de profesionales que admira mucho, y también de su esposa Vivian, quien lo asistió en su labor durante la travesía.

—A veces cierro los ojos y todavía siento aquel tronar popular que decía: “Yo soy Fidel, yo soy Fidel”. Recuerdo que parecían velas los celulares de la gente encendidos en la noche durante los recorridos por las distintas ciudades. El pueblo le daba una despedida a Fidel que yo estoy seguro que todavía él agradece. Fueron momentos que me estremecieron de dolor, pero también de orgullo revolucionario.

—El trabajo de Chile sobre Fidel, y además sobre temáticas culturales, históricas…, ha trascendido el reporte y se ha asentado en la realización de documentales, ¿Cómo llegó a este género?

— Un poco por inspiración natural. Un documental no es como una película de ficción, que requiere un guion de hierro, donde todos deben saber qué decir o hacer. En el documental, lo que hace falta es inspiración, que nazca una idea, que el realizador la conozca y profundice en ella. Así fueron apareciendo los documentales y me lanzaba a ellos, a veces, sin saber adónde iba a llegar, pero ahí están decenas de ellos sobre diferentes temas, creo que con un estilo propio, con una sensibilidad natural.

—¿Sensibilidad humana?

—Como periodista, como documentalista, siempre me preocupé por emocionar o estremecer, más que por informar. Eso se logra cuando el mensaje que uno transmite sale del corazón. No puede llegarse al alma de los demás de otra manera. Generalmente, no tuve que abordar la noticia. Casi siempre me tocó recrear el hecho con un tiempo de meditación. Entonces, mi propósito ha sido estremecer, despertar en la gente, con imágenes y sonidos, las mismas emociones que avivaron los acontecimientos llevados a la pantalla.

—Recuerdo algunos de estos hechos con tremenda emoción, como la llegada del niño  Elián a Cuba, y los momentos que estuve con Fidel y el pueblo cubano en aquella batalla. Creo que esas son imágenes inolvidables que marcarán siempre mi realización, lo que pude hacer por este país.

—Todas las que filmamos durante tantos años cumplieron un rol inmediato en la vida del cubano, y lo mejor que podría pasar es que llegaran al futuro. Sería grandioso que las generaciones sucesoras pudieran conocer al Fidel que conocimos los que lo retratamos, los que lo filmamos.

—Usted se ha movido entre la fotografía fija y el arte de la fotografía audiovisual, ¿qué le aporta una a la otra?

—Vengo de la foto fija, pero cuando comenzaba realmente a tomar como propio ese oficio, tuve que dedicarme a la imagen en movimiento, a filmar videos, al documental.  Por esa suerte, pude hacer mía la imagen. En cada trabajo que realicé, traté siempre de filmar yo mismo. La fotografía era como mi estandarte, mi amuleto, lo que llevaba siempre delante. Fui editor, dirigí documentales, hice guiones, producciones, aunque lo más importante para mí siempre ha sido la cámara.

—Pienso que la fotografía fija da un espacio limitado para expresar una idea. El documental o la imagen en movimiento ofrece mucho más, porque intervienen otros recursos y otros factores. Pero cada una tiene su encanto, y si me preguntaran qué hubiera preferido ser, si fotógrafo o cineasta, volvería a elegir ambas. No podría cambiar una por la otra.

—¿En el proceso creativo de sus audiovisuales, tiene alguna manía que le resulta inviolable?

—Sí, tengo una manía que no voy a abandonar nunca: procuro siempre la perfección, aunque sé que no se consigue. Hay quien dice que lo perfecto es enemigo de lo bueno, pero los que somos perfeccionistas siempre luchamos por acercarnos a lo perfecto. Sin embargo, sobre todo he tratado de ser un poeta de la imagen, de la escena. Pienso que sin poesía no hay arte, y que la poesía es la dueña de los sentimientos más conmovedores. Por eso voy detrás de esa inalcanzable poética, como decía Wichy Nogueras.

—Y a la música, ¿qué rol le concede en sus audiovisuales? ¿Por qué recurre con frecuencia a la de Frank Fernández?

—La música es esencial en la obra cinematográfica. Después del cine mudo, algunas otras vertientes han echado la música a un lado. Pero la diferencia es apreciable porque la música contribuye a exacerbar las motivaciones del espectador, genera emociones, conmueve, es capaz de sacudir el alma. Para mí fue una suerte encontrarme con el maestro Frank Fernández, su música pone alas a mis imágenes. Pienso, incluso, que si en algunos momentos mis imágenes volaron también fue gracias a las alas que le puso la música de él. Utilicé igualmente música de Silvio Rodríguez y de muchos otros creadores.

—Eso sí, le di una importancia vital a la música. Y no solamente de forma intuitiva, sino a partir de conversaciones con Santiago Álvarez, de lecturas, de intercambios con colegas. El arte cinematográfico hace posible aunar fuerzas, unir arsenales, para que la imagen y el montaje cumplan el objetivo de estremecer y de emocionar.

—¿Cuánto aprendió de Santiago Álvarez? ¿qué otras influencias recibió en esa época de aprendizaje?

—Santiago Álvarez es mi paradigma como realizador cinematográfico, como documentalista. Pienso que es lo más grande que ha dado la documentalística cubana y latinoamericana, y posiblemente de los grandes de la universal. Plasmó con maestría la realidad de nuestro país. Reunió talentos que, junto a él, hicieron posible aquello que hoy es patrimonio universal. Pude compartir con él en viajes de Fidel a distintos lugares, donde coincidimos. Lo vi trabajar con su gente y ser parte de su propio equipo, colaboré con sus documentales, y después fui su amigo.

—Creo que haber tenido amigos como él, como Alberto Korda, Raúl Corrales, Roberto Salas, Frank Fernández, Roberto Fabelo, Choco, Fuster y muchos más, también están entre las grandes suertes que he tenido en la vida, porque han sido estímulos para tratar de ser mejor como artista y como ser humano.

—Entonces, ¿quién es Roberto Chile?

—Un ciudadano cubano, un ciudadano del mundo, un impenitente fabricador de imágenes, un constante soñador que trata de poetizar o plasmar la realidad tal y como la ven sus ojos y sale de su corazón.

Hijo de una cubana de Sagua la Grande —trabajadora doméstica— y de un cubano de Cárdenas —carnicero—, de Adolfina y Juan Ramón, ambos fallecidos, nació el 29 de septiembre de 1954, en La Habana, en el entonces Sagrado Corazón (hoy Hospital Materno Ramón González Coro). Su hermano Ramón, el mayor, y él son los dos hijos de ese matrimonio feliz.

Recién la familia se había mudado a un edificio del municipio Centro Habana, que está en la calle Lagunas 379 entre Gervasio y Belascoaín, cuando el pequeño Roberto sintió una algarabía tremenda, un estruendo popular. Es uno de los recuerdos que guarda de su infancia temprana, y que cuando lo evoca se ve parado en el balcón mirando a la gente gritando, rompiendo parquímetros, diciendo consignas revolucionarias. A unos pocos metros de su casa estaba pasando la caravana triunfante de Fidel con el Ejército Rebelde después de haber derrocado a la dictadura de Fulgencio Batista.

—Alguien me tomó de la mano, dice. No creo haber visto a los rebeldes, pero sí sé que ese 8 de enero yo empezaba a compartir el nacimiento de una Revolución triunfante que después me provocó a participar en ella de una u otra manera.

Roberto Chile fue un muchacho travieso, con muchas inquietudes, que encontró amigos más traviesos e inquietos que él. Su adolescencia y juventud transcurrieron en un país efervescente, épico, con los milicianos en las calles y amenazas imperialistas.

—Así llegó la primera novia, el primer amor, los días inolvidables en que empiezas a sentirte un ser humano, a saber que ya eres un joven, un hombre. También, la primera escuela al campo, la cultura: cubana y universal, la música de Los Beatles, Los Zafiros, Los Van Van, Joan Manuel, de Silvio y Pablo, y de la Nueva Trova.

—En marzo de 2019 recibió el Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida, que otorga la Unión de Periodistas de Cuba. ¿Qué percepción tiene al respecto?

—Los premios siempre regocijan el alma, dan una gran alegría, incluso cuando uno no se crea merecedor de ellos. Pero el Premio Nacional de Periodismo José Martí fue uno de los que con más satisfacción y emoción recibí. También con una mezcla de humildad y gratitud; humildad porque uno sabe que hay otros que igualmente lo merecen y que todavía hay mucho por hacer para merecerlo, y con gratitud porque amor con amor se paga, y ese premio fue un gesto de amor de la UPEC y un gesto de amor del pueblo cubano, gracias a mi trabajo y al de quienes compartieron conmigo aquellos años gloriosos, aquellos años virtuosos, aquellos años inolvidables de estar en el acontecimiento importante y plasmarlo para hoy y para mañana.

—Por eso, quiero recordar a todos los que me acompañaron en ese avatar, a mis compañeros de forja, a Salvador, a Matos, a Diago, a los escoltas de Fidel que en todo momento me ayudaron para que pudiera lograr la mejor imagen; a su familia; a los compañeros del Consejo de Estado, y especialmente a Chomy y a Álvarez Tabío, que me guiaron en este trabajo. Quiero agradecerle también al pueblo cubano las muestras de afecto que me han dado en las calles en diferentes momentos y, por supuesto, a mi familia, especialmente a mi esposa, que me acompañó siempre venciendo en la retaguardia; a mis hijos Yanelys y Daniel, que eran la inspiración, a mi madre y a mi padre.

—Puedo decir como dice Silvio Rodríguez en una de sus canciones. “Yo soy un grano de arena, una hoja más en un árbol”. Y pienso que todos hemos contribuido con nuestro pedacito de virtud, con nuestro pedazo de corazón, a lo que hoy guarda la Revolución o la nación cubana como patrimonio audiovisual, como patrimonio histórico, como patrimonio periodístico.

—Cada uno de nosotros solo no hubiera hecho nada, juntos hemos podido dejar capítulos de la historia que hemos vivido, la historia gloriosa de este pueblo, donde solamente no son protagonistas los dirigentes y los líderes, también la gente más humilde, la gente común y la gente del pueblo, que hizo suya la historia, y que gracias a ellos estamos aquí.

Foto de portada: Roberto Chile, de Omara García Mederos/Cubaperiodistas.

 

 

 

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