Ana Hurtado - Original en Cubadebate y Cuba en Resumen / Resumen Latinoamericano / Cubainformación


Cuenta la leyenda que había un italiano de Génova que se puso en disposición de los reyes españoles Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón para emprender un viaje. Poco tiempo después de que se expulsaran a los judíos de la Península Ibérica.

No sabía bien donde iba, pero España acababa de ser reconquistada por los cristianos tras ochocientos años de dominio musulmán y si algo tenía claro la corona es que debían levantar política y económicamente el panorama para reforzar su mandato.

Entonces llega Cristoforo Colombo, como le llaman en Italia y al que hasta hace poco tiempo creíamos de ese país, y dirige una expedición hacia el mare horrendum, con la incertidumbre de qué se encontraría. Hacia el misterio.

Supimos hace unos días que según unas pruebas de ADN realizadas a sus restos, el hombre no era italiano, sino español de la parte de la cornisa mediterránea y que ocultaba un secreto: el ser judío. Pero para no desviarnos mucho del tema, volvamos al viaje.

Cuando la reina le concede a Colón los privilegios y potestades, este se embarca rumbo a lo desconocido.

Cuando yo iba al colegio siempre nos decían que Colón pensaba que había llegado a lo que hoy se conoce como la India, y que, sin embargo, descubrió América. Ya todos sabemos que no la descubrió, porque no se puede descubrir algo que ya existe. Se encontró con un territorio que no se llamaba todavía América, y en palabras de Eusebio Leal, no sabemos como se llamaba antes de este momento. Sí que estaba formado por diversidad de pueblos originarios con distintas identidades, pero muy fraccionado todo. Normal en un territorio de semejante inmensidad.

Con el tiempo, los pueblos fueron conformando un mestizaje y sincretismo cultural, material, ideológico y étnico que dio como resultado el continente que conocemos hoy. Pero como es obvio, no podemos ignorar lo que pasó.

Normalmente, suelo acudir a gente que admiro y que tiene legitimidad en ciertos temas, cuando necesito ampliar mi visión y comprender mejor las cosas. En este caso y como mencioné antes, me remito a Eusebio.

A Leal lo entrevistó la compañera Magda Resik y recoge parte de su pensamiento en el libro Hay que creer en Cuba. Y muestra su percepción de los acontecimientos, del genocidio que la corona española perpetró, sin perder de vista el contexto y el humanismo.

¿Qué había en este territorio, qué hacían?

Había civilizaciones, eso está de más decirlo. Había pueblos que derramaron su sangre y fueron asesinados por un imperio colonial que no sabía qué hacer para remontar su estatus y situación. Pero, y cito a Eusebio, “no podemos juzgar ningún acontecimiento histórico desde nuestros días con los tamices de hoy; debemos verlos figurándonos cómo se pensaba en aquel momento. El pensamiento era muy diferente. (…) No soy partidario de atribuir a la conquista española únicamente el gran pecado de subordinar o someter a los pueblos antiguos”.

Y esto no quita las barbaridades que se cometieron en nombre de la corona y de la cruz, con la biblia al lado. Latinoamérica y Norteamérica tenían a sus pueblos, organizados en diversas civilizaciones y también actuaban como tal.

Vuelve Eusebio: “Los conquistadores aztecas llegaron hasta los confines de su imperio imponiendo tributos, vasallaje y exigiendo vidas humanas para realizar sacrificios que ellos creían que aplacaban a los dioses y alimentaban su culto”.

“Por otra parte, los incas avanzaban sometiendo de una manera brutal a todos los pueblos que no se plegaban a su poderío. En lo que llamamos el Caribe, no ha quedado el nombre de los mansos, de los ciertamente tranquilos siboneyes, ni siquiera de los taínos, que no fueron precisamente guerreros feroces; ha quedado el nombre de los fieros caribes que, procedentes de las islas más pequeñas de las Antillas, irrumpían como grupo dominante, robando mujeres, saqueando cosechas, asolando pueblos”, concluye Eusebio.

Y nadie está justificando que se hiciera lo que se hizo, o los métodos del imperio chino o del romano cuando expandían sus territorios. Lo que se hizo, en la época que se hizo, estuvo mal si lo miramos con la conciencia que tenemos ahora. Matar personas y exterminar pueblos, como ahora hace el sionismo, es una masacre. Pero esto no puede hacernos perder la luz y hablar con propiedad cuando vamos a referirnos a la conquista de América, o al genocidio de América, como prefiramos llamarle.

Lo que realmente no es justo, ni correcto, es que con esa misma visión y conciencia que tenemos ahora, sean muchos los que falten el respeto a los pueblos. Me han sangrado los ojos cuando los días pasados en redes sociales he visto ataques a “España y los españoles”. Nos guste o no, al decir esto, se está metiendo dentro al pueblo. Nos guste o no, tenemos que llamar a las cosas por su nombre.

No fue España y no fueron los españoles. Fueron la corona y la iglesia, pero no los españoles. No nos gustaría leer a los compañeros revolucionarios barbaridades del tipo: “todo el pueblo cubano está contra la Revolución”.

¿Verdad? Porque no es cierto. Porque Cuba no es contrarrevolucionaria, igual que los musulmanes no son terroristas o los españoles somos “genocidas” como he llegado a leer. Hay que tener ética. Hay que saber que el lenguaje construye el pensamiento. Hay que entender que hablar así es faltarle el respeto, en el caso de los españoles, a un pueblo trabajador y sufrido que también fue víctima de la corona en aquella época, y que a día de hoy sigue pagando impuestos para mantenerla.

Mis abuelos, niños de la guerra civil, no son genocidas ni fueron genocidas; no son culpables de lo que la corona hizo en el nombre de nuestra tierra. La resistencia antifascista y republicana española tampoco.

Por eso nuestro papel como revolucionarios en primer lugar es pensar antes de hablar. Por eso mismo también, cuando desde el Gobierno de México se exigen disculpas, tienen que especificar que no son disculpas de España, sino de la corona y el rey. Porque tenemos que fomentar el respeto entre pueblos.

Porque realmente es de mal gusto leer que los españoles son genocidas o que hicieron esto y lo otro, que son los causantes de los males de Latinoamérica.

Porque yo considero que Chávez lo definió muy bien echando su cuerpo hacia adelante y diciéndole al Borbón mirándolo de frente: “¿Por qué no te callas?”.

Porque aquí también llegó un pueblo digno con el pasar de los años que nada tiene que ver con la monarquía que seguimos arrastrando.

Y porque sí, autocrítica también, nosotros los españoles todavía no hemos sido capaces de hacer una Revolución como la que hizo Fidel. Porque hay y ha habido muy, muy pocos Fideles. Pero también debemos ser respetados como cualquier ser humano digno, y no mezclar nuestro gentilicio con el de una corona arcaica y obsoleta.

Porque el padre del Apóstol José Martí fue sargento del ejército de la corona española y sastre para las tropas, y su madre Leonor, era de esta tierra también.

Le escribe Martí a Amelia un 28 de febrero de 1883:

“Papá es, sencillamente, un hombre admirable. Fue honrado, cuando ya nadie lo es. Y ha llevado la honradez en la médula, como lleva el perfume una flor, y la dureza una roca. Ha sido más que honrado: ha sido casto”.

Igual que don Ángel fue socialista y aplicó el socialismo con sus trabajadores sin saber que lo estaba siendo. Y vino a combatir en la guerra de independencia a Cuba, defendiendo a la corona. Obligado, porque vino por sorteo, como “quinto”. Y dio al mundo a uno de los seres más importantes que han nacido.

¿Eran ellos también genocidas? ¿Eran todos los antepasados españoles que tienen los cubanos genocidas? ¿Todos aquellos que venían escapando de la miseria española también lo eran?

Desde luego que no. Desde luego que nuestra memoria, la del pueblo antiimperialista y digno, no debe ser manchada ni burlada por gente que no sabe de historia; que no la comprende, que no sabe diferenciar y poner en alto el nombre de los pueblos. Los mismos que llegaron a México exiliándose del fascismo: “México, la España antifascista te saluda”. Gracias, Lázaro Cárdenas por acoger a todos los que lo necesitaron.

Porque para cerrar este escrito, vuelvo a Eusebio:

“No soy partidario de atribuir a la conquista española únicamente el gran pecado de subordinar o someter a los pueblos antiguos. De hecho, como resultado posterior a ese acontecimiento, surgió un nuevo mundo de verdad, una nueva cultura, de la cual todos nosotros somos hijos”.

Todos vosotros lo sois. Somos hermanos. Y espero que cuando alguien vaya a hablar en términos generales de nosotros, vuestros hermanos de sangre, de la historia, de corazón, de la vida, tenga más respeto y limpia la boca para hacerlo.

“Si quieren que de este mundo lleve una memoria grata llevaré, padre profundo, tu cabellera de plata”.

José Julián Martí Pérez

 

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