Resulta llamativo, aunque no sorprendente, cómo las elecciones para elegir al próximo jefe del imperialismo mundial o, dicho de otra manera, inquilino/a de la Casa Blanca provoca tanto seguimiento mediático en todo el mundo.


Durante todo el año, los medios de comunicación al servicio del capital, incluso otros, no han cesado de “informar” acerca de dichas elecciones; según se aproximan estas, la actividad informativa al respecto se intensifica. Es como si quisieran ensalzar la democracia que, en realidad, en Estados Unidos no existe. Y podemos decir que no existe por infinidad de motivos, pero sobre todo porque allá sólo se puede concurrir con posibilidades de triunfo electoral si se tiene muchísimo dinero, algo que, obviamente no está al alcance de cualquiera. En ese engendro que llaman Estados Unidos sólo puede gobernar el dinero que, por supuesto, lo hará en beneficio de los que tienen mucho, muchísimo dinero.

Además de los medios informativos lacayos del capital, los socialdemócratas de todo el mundo se empeñan en hacernos creer justo lo contrario a lo que acabo de decir. Estos insisten en presentar a la candidata del partido demócrata, Kamala Harris, poco menos que como si fuera una revolucionaria.

Presentan al partido Republicano y a su candidato, Donald Trump, como si fueran monstruos (y evidentemente lo son). Lo que sucede es que si quitamos la mascara que cubre el verdadero rostro del partido Demócrata y el de todos los presidentes de Estados Unidos que han gobernado bajo su careta, observaremos que son más de lo mismo.

Los presidentes demócratas y republicanos siempre han sido igual de crueles para con Cuba y el resto de los pueblos mundo.

Entre los republicanos y los demócratas apenas existen diferencias, por más que se empeñen en hacernos creer desde algunos sectores de la “izquierda”. Los dos partidos son grupos de inversionistas, y ambos candidatos evidentes agentes del gran capital. No hace falta esforzarse demasiado para darse cuenta de su similitud; basta con recurrir muy brevemente a la historia para comprobar que, con los demócratas en el poder, Estados Unidos nunca ha dejado de ser un verdugo para el resto del mundo, muy especialmente para Cuba revolucionaria. A continuación, expongo algunos ejemplos.

De los cuatro presidentes estadounidenses que quisieron comprar la isla de Cuba a los españoles, tres eran demócratas: en 1848 James Knox Polk (1845-1849); en 1853 Franklin Pierce (1853-1857); y en 1857 James Buchanan (1857-1861). El cuarto presidente que quiso comprarla, William McKinley (1897-1901), era republicano, e hizo la oferta de compra en 1898, pocos días antes de la injerencia militar estadounidense en la Guerra de Independencia de 1895-1898, tras el autohundimiento del Maine.

Preparada por los republicanos, con la administración de John F. Kennedy —demócrata— en el poder, Estados Unidos invadió Cuba por Playa Larga y Playa Girón el 17 de abril de 1961. El 3 de febrero de 1962 ordenó el bloqueo económico total de la Isla. Y el 22 de octubre del mismo año, con la conocida “Crisis de Octubre” en marcha, se anunció públicamente el bloqueo naval contra la Isla. También puso en marcha la Operación Mangosta, un proyecto del imperialismo yanqui contra Cuba después de su derrota en la citada invasión. Este proyecto, que buscaba desestabilizar a la Revolución cubana y que costó la vida de no pocas personas y grandes pérdidas económicas, se inició en noviembre de 1961 y concluyó el 3 de enero de 1963, aunque extraoficialmente continuó por mucho más tiempo.

A Ernesto Che Guevara lo asesinaron el 9 de octubre de 1967 en La Higuera, Bolivia, luego de ser herido y apresado un día antes. Sabemos que René Barrientos, el presidente del país andino por aquel entonces, mandó asesinar al Guerrillero Heroico por órdenes del gobierno de los Estados Unidos. El presidente imperialista en aquel momento era Lyndon Baines Johnson, el principal impulsor de la Guerra de Vietnam, y, qué casualidad, pertenecía al partido demócrata.

Si nos centramos en el último presidente demócrata antes de Obama, William Clinton, podremos observar que más y más de lo mismo. El 27 de junio de 1993, Clinton ordenó un ataque de proyectiles contra Bagdad. Se lanzaron veintitrés misiles Tomahawk, con el nefasto y buscado resultado de ocho civiles muertos —entre los que se encontraba la conocida artista en el mundo árabe, Layla al-Attar— y una docena de personas heridas. Al día siguiente, camino de la iglesia, el presidente demócrata expresó a la prensa: “Me siento bastante bien respecto a lo que sucedió y pienso que el pueblo estadounidense debe sentirse igualmente bien al respecto”.

Su administración se involucró en los repetidos ataques aéreos a Iraq, donde las sanciones impuestas por la ONU, forzadas por Estados Unidos, se cobraron la muerte de cerca de 2.000.000 de personas por enfermedad, desnutrición y otras causas, en su mayoría niñas y niños.

Curiosamente, el belicista Clinton eludió el Servicio militar obligatorio en plena Guerra de Vietnam —recordemos que buena parte de ella con el demócrata Johnson en el poder—, marchándose a estudiar a Europa. Tiempo después, cuando trató de llegar a la Casa Blanca, se defendió diciendo que lo hizo por motivos políticos y morales, ya que, según él, estaba en contra de aquella guerra y era “objetor de conciencia”.

Clinton endureció el bloqueo norteamericano contra Cuba con la ley Helms-Burton de 1996, que es una flagrante violación del Derecho Internacional. Y con el Plan Colombia llenó de armas e instructores militares el país sudamericano, facilitando la práctica sistemática del terrorismo de Estado.

En mayo de 1998, Fidel hizo llegar un mensaje a William Clinton a través del escritor Gabriel García Márquez. Producto de aquel mensaje, los días 16 y 17 de junio del mismo año, una delegación de oficiales norteamericanos del FBI recibió, en La Habana, amplia información documental sobre las actividades de terroristas de Miami en territorio cubano. La única respuesta que Cuba recibió por parte del Gobierno norteamericano, casi tres meses después, fue la detención de los informantes cubanos en Estados Unidos. Era el 12 de septiembre de 1998, y los Cinco antiterroristas cubanos fueron condenados a injustas y alucinantes penas, incluidas varias cadenas perpetuas en cárceles del imperio. Me estoy refiriendo a Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Fernando González, Antonio Guerrero y René González.

Cierto que los últimos de ellos quedaron en libertad cuando gobernaba el demócrata Barack Obama. Pero eso fue un intercambio; y en la mente del inquilino de la Casa Blanca permanecía intacta la idea de destruir a la Revolución Cubana.

Clinton fue un látigo para todo el mundo. Combinó la penetración económica abierta y la captación de nuevos clientes políticos con la intervención militar y de inteligencia encubierta. Con él como presidente, el imperialismo yanqui se expandió bastante más que con ningún otro presidente desde Harry Truman —otro demócrata, que además ordenó el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki—, estableciendo numerosos estados–clientes que actualmente son miembros de la OTAN. A través de esta alianza, Clinton declaró dos veces la guerra a Yugoslavia —primero Bosnia y después Kosovo—, y los sangrientos resultados de sobra se conocen. Envió tropas a Somalia, que tuvo que retirarlas precipitadamente del país africano, para volver a enviarlas otra vez y bombardearlo despiadadamente. También Haití supo lo que es una invasión norteamericana, en el intento yanqui de incluir a la nación caribeña entre sus nuevos estados-clientes. Terrorífico historial el del demócrata presidente para ser un “objetor de conciencia”.

Barack Obama ya sabemos también lo que ha hecho a lo largo de todo su mandato. El “encantador de serpientes” mantuvo el bloqueo contra Cuba. Sí, visitó la Isla, pero tuvo la desfachatez de expresar allí mismo que su intención era la de subvertir a la población, principalmente a la juventud, para borrar a la Revolución. ¿No se acuerdan cómo insistió en que había que olvidar la historia?

Como presidente de los Estados Unidos fue responsable del golpe de Estado en Honduras contra Manuel Zelaya. Barack Obama se involucró —ya sabemos de qué manera— en los conflictos de Libia, Siria, Yemen, Afganistán y Ucrania. Recordemos también que fue el demócrata Obama quien declaró a Venezuela Bolivariana como “amenaza para la seguridad nacional” de Estados Unidos. Y ya sabemos lo que esto implica.

El demócrata Joe Biden, que fue vicepresidente con el gobierno de Obama, mantiene el genocida e ilegal bloqueo a Cuba y las más de 250 medidas impuestas por Trump. Lejos de apagarlos, ha propagado los incendios que otros pirómanos de la Casa Blanca provocaron en buena parte del mundo. Y de su sanguinario papel en el genocidio sionista contra el pueblo de Palestina, ¿qué decir?

En fin, creo que no hacen falta más pruebas para poder afirmar que en el fondo —y en la superficie— demócratas y republicanos son exactamente lo mismo. Tras las elecciones, gane Donald Trump o Kamala Harris, en los Estados Unidos seguirá gobernando el dinero en beneficio de los que tienen mucho, muchísimo dinero.

(Baraguá / @maceobaragua)

 

 

 

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