Ana Hurtado - Original en Cubadebate y Cuba en Resumen / Resumen Latinoamericano / Cubainformación


El pasado 8 de diciembre se cumplió el aniversario de la muerte de Carlos Rafael Rodríguez, intelectual, político, economista y revolucionario cubano que ha dejado su nombre grabado en la historia.

Quizás al haber tantas efemérides concentradas en los últimos días, hemos pasado por alto la de Carlos Rafael, pero yo he querido darme la oportunidad de acercarme a uno de los marxistas con más trascendencia de toda Latinoamérica, ya que en mi condición de extranjera que vive en la isla he podido aproximarme a su pensamiento. Hecho que si ahora mismo estuviese yo en Europa, quizás, por no decir jamás, habría acontecido.

A Carlos hay que leerlo y estudiar su pensamiento como si fuese el de Fidel, el del Che o Lenin. Fue un marxista y un internacionalista proletario que ya se destacó en el pensamiento rebelde y libertario de la década del 30 del siglo XX.

Perteneció a una generación intelectual en su época que, a decir verdad y siendo honestos, se contrapone a la actual precariedad intelectual que existe y también que subyace detrás de muchos que parecen o dicen de sí mismos ser intelectuales.

¿Qué deberíamos hacer para tener en estos tiempos mentes como la suya o como la de tantos otros grandes hombres y mujeres que poblaron el pasado siglo? Me pregunto a quién corresponde la responsabilidad de la formación de intelectuales orgánicos en las sociedades. También me cuestiono si quizás gran parte de la intelectualidad, y no toda, la que en infinidad de ocasiones se deleita con la propia literatura o arte por el arte en sí, sin un compromiso social; la que vuelve la espalda a la realidad, la que espera recoger laureles, es digna de llevar en sí el nombre de intelectuales. Sin llevar el peso con ellos de una total renovación del panorama del pensamiento actual.

El escritor comprometido con su época, como Carlos Rafael, decide con responsabilidad anteponer su compromiso político a la vocación literaria. La necesidad de la realidad lo impone y está en el individuo tomar la decisión de si su compromiso es esta realidad, de la que nace todo, o prefiere ignorarla vanagloriándose en ríos literarios, o, lo que es peor, en fama efímera.

Por ello, los movimientos vanguardistas deben atraer nuestra atención como masa e invitarnos a cuestionarnos el mundo que nos rodea y sus actores. Incitándonos al cuestionamiento constante y a nuestra participación como objetos transformadores de una sociedad que desde el capitalismo se intenta entristecer, o pintar de falsos colores siempre y cuando la atracción de esa masa sea para formar parte de la cadena de consumo y legitimización de un sistema impuesto.

Y son muchos eruditos también los que están muertos y no lo saben todavía. Sin hablar del enemigo, que vive para agradar a un amo que lo desprecia. La muerte para este último, sería una verdadera liberación.

Pero estamos aquí para hablar de la figura de Carlos Rafael, desde la cual podemos acercarnos a la realidad que le tocó vivir, y también a la nuestra.
Él, ante todo, sabe algo que muchos hemos aprendido ya con cierta madurez, y es que nuestro objetivo, uno de tantos, no es perder el tiempo con los necios anticomunistas que “encuentran en cada frase nuestra un pretexto para sus insultos. La historia ha identificado ya esa actitud cerril mostrando su parentesco con el hitlerismo”.

Los que deben importarnos son los que se esfuerzan por mantenerse objetivos e ignoran todavía los puntos de vista centrales con que el marxismo enjuicia la realidad histórica. La nuestra es una vida de conquistas, no de rupturas y fracciones. No de oportunistas y extremistas.

Nuestro querido Carlos entendió mejor que una gran parte que el marxismo es un modo nuevo de concebir la historia y las relaciones sociales. Todos sabemos que para Marx las relaciones de producción eran la base de todo. Lo importante no era lo que se produce sino “cómo se produce”. La combinación de “lo que” con “cómo” da lugar a los diferentes sistemas económicos y sociales: esclavitud, feudalismo, capitalismo, socialismo… siendo este último el que nos sirve a nosotros como marco y base de la historia pasada, de la actual y de la futura.

En pensamiento de Rodríguez, Marx y Engels “nos ofrecen un ejemplo inolvidable de cómo aplicar a la interpretación de la historia su genial método”. Incluso, Engels demostró firmeza y aclaró concepciones erróneas a su teoría, ya que desde un primer momento se avistaron deformaciones de la misma que nada tenían que ver con su carácter verdadero.

También Carlos nos presenta a un Martí inclinado al socialismo que llama a los obreros “avanzada de los hombres” y los considera “los más sagrados entre nosotros”. Nos cita a un Martí que escribe lo siguiente:

“Estamos en plena lucha de capitalistas y obreros. Para los primeros son el crédito en los bancos… las cuentas de fin de año. Para el obrero es la cuenta diaria, la necesidad urgente e inaplazable, la mujer y el hijo que comen lo que el pobre trabajó para ellos por la mañana. Y el capitalista holgado constriñe al pobre obrero a trabajar a precio ruin”.

Consideraba que Martí no tuvo el tiempo ni los instrumentos de análisis que posteriormente permitirían a Lenin describir minuciosamente el fenómeno del imperialismo, pero pudo ver descarnadamente el propósito del naciente imperialismo norteamericano y qué había por debajo del turbio propósito de dominación comprendiendo que “pueblo que fía su destino a un solo producto es pueblo destinado a la servidumbre”.

Por eso, comprende claramente cómo Martí va al fondo de los problemas y que, al igual que Marx, pudo ver con toda profundidad el fenómeno intrínseco a su tiempo: la emergencia histórica de la clase obrera. Incluso, añadiendo una idea que considero fundamental: “Si no hay −en los años del 1891 al 1895− un Martí socialista, hay, sin embargo, un Martí que comprende las razones más profundas del socialismo”.

Por eso, creía que no era suficiente con el Martí literario, sino que había y hay que rendir tributo al Martí total, al Martí dirigente que trazó caminos de libertad. Considero imprescindible en el pensamiento de Carlos Rafael Rodríguez que no se puede ser individuo de la cultura si nuestras creaciones no van relacionadas de modo directo o indirecto con la esperanza del propio pueblo y con las tragedias y males ajenos.

Por eso mismo, también, en su juventud fue a España y se reunió con los intelectuales del momento, tanto españoles como de otras partes del mundo. Una España en guerra civil donde vio una asombrosa transformación de milicias populares en ejército, que él mismo experimentaría décadas más tarde cuando sube a la Sierra Maestra y se une al Movimiento 26 de Julio y a los rebeldes contra la tiranía batistiana.

Carlos se nutrió en España del espíritu de Miaja, Campesino, Modesto y Líster, los verdaderos ídolos de las milicias, y ya interiorizó que la unidad proletaria sería sin duda el mejor instrumento de la transformación en el país. Pero luego se inició aquella insurrección traidora que nos hizo perder la guerra.

Él y sus compañeros en la Península comprendieron de primera mano que el fascismo no es ni más ni menos que una agresión común al espíritu.
Comprobaron en España que con unidad el fascismo puede ser vencido y que el hombre tiene demasiados problemas para que nosotros los revolucionarios descansemos. Que es preciso batallar y preparar la victoria.

Si algo me gusta de mi aproximación a Carlos, son sus palabras sobre el líder de la clase obrera, Vladímir Ilich Lenin. Este dejó escrito que “es más agradable y provechoso vivir la experiencia de la revolución que escribir acerca de ella”. Y no dejó de hacerla, escribiendo sobre ella hasta su último suspiro. Y “escribiendo” también estuvo “haciendo”, aunque bien sepamos que hacer es la mejor manera de decir. En Lenin confluyó todo. Fue un símbolo de la liberación humana que puso en práctica como nadie hasta el momento los escritos del marxismo.

Desde joven, al igual que Carlos Rafael, fue un marxista convencido tras ver cómo el zarismo ahorcaba a su hermano mayor y referente, Alejandro. Ambos no dejaron de hacer la revolución, escribiendo sobre la revolución. Para legitimarla y que sirviera de referencia a los que venimos detrás.

Lenin logró la victoria bolchevique con su Iskra, el periódico llamado “chispa”. La misma que tiene Carlos Rafael en sus diferentes tomos de Letra con filo, entre tantos más escritos.

La formación del bolchevismo fue una influyente herencia para Carlos, tal y como lo fue el odio que tenía el enemigo a él y a Lenin, padre de todos los bolcheviques.

Es bien conocido el atentado que sufrió Lenin al salir de dar un discurso en una fábrica de armamento a manos de Fanny Kaplan, dos de cuyos disparos atravesaron su pulmón y hombro provocándole secuelas que le acompañaron hasta sus últimos días y de las que nunca pudo recuperarse totalmente.

Carlos Rafael Rodríguez ha sido el único dirigente e intelectual cubano al que se le practicó un atentado en Matanzas. Información desclasificada en los archivos nacionales de los mismísimos Estados Unidos. El enemigo siempre sabe a quién atacar. Es precisamente a quien no ataque el enemigo a quien debemos ver con mayor precaución dentro de nuestras trincheras.

¿No es Carlos Rafael Rodríguez un ejemplo más de conocimiento y pensamiento de obligatorio estudio, difusión, conocimiento y reconocimiento?

Nos invita a una toma de conciencia real para que seamos capaces de entender por qué es necesaria la entrega total y absoluta en el caso de los trabajadores de la cultura e intelectuales hacia las batallas revolucionarias de la clase obrera. Ir de la mano de la vanguardia política. A la que muchos como Lenin, y en el caso de Cuba como Mella, Martínez Villena, Juan Marinello y Pablo de la Torriente entregaron hasta la última gota de sangre que había en sus venas.

Y sobre todo ahora, en nuestros tiempos, que tanto dinero hay corriendo para dilapidar cualquier alternativa opuesta al sistema hegemónico imperial, con laboratorios ideológicos detrás para desarmar a cualquier pueblo que luche por su soberanía y sea independiente. Por ello, nuestro afán renovador debe ser perenne, cultivando una implacable curiosidad intelectual en nosotros y en los que tenemos a nuestro alrededor. La misma que acompañó a Carlos Rafael toda su vida.

Por ello, tenemos que acudir a él y leerlo. Y honrarlo por todo el honor que merece.

 

La Columna es un espacio de opinión personal y libre de las personas autoras y no necesariamente tiene por qué representar la de Cubainformación.

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