Artur González / Heraldo Cubano.- De acuerdo con la biblia, “debe entrarse por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición y muchos son los que entran por ella”. (San Mateo, Lc. 13. 24) y esa precisamente fue la puerta que escogió el ex senador cubanoamericano Robert Bob Menéndez, quien acaba de ser condenado a 11 de prisión, al ser declarado culpable de 16 cargos entre ellos: soborno, extorsión, conspiración, obstrucción a la justicia y por actuar como agente extranjero para el gobierno de Egipto.  


Agentes del FBI encontraron 13 lingotes de oro escondidos en una caja fuerte y 480 mil dólares en efectivo, durante un registro practicado en su vivienda de Nueva Jersey. Además, ocuparon un lujoso auto Mercedes-Benz descapotable, entregado a su esposa como pago por negociar favores a gobiernos y empresarios extranjeros.

Con 71 años, pasará un buen tiempo en la cárcel donde deberá pagar por esos delitos que lo convierten en un delincuente común.

Menéndez es parte de la mafia anticubana que durante muchos años apoyó los actos terroristas contra el pueblo cubano y propuso decenas de resoluciones y leyes para reforzar la criminal y despiadada guerra económica, comercial y financiera, iniciada por el presidente Dwight Eisenhower el 19 de octubre de 1960, cuando le aplicó a Cuba la Ley de Comercio con el enemigo.

Mucho daño y sufrimiento le ha causado al país donde tiene sus raíces genéticas, incluso es el culpable de que el jefe de la misión diplomática de Estados Unidos en La Habana no tenga un embajador, pues se opuso a ello desde su cargo en el Senado y, por tanto, quienes son designados a esa sede diplomática solo pueden ser nombrados como encargados de negocios, perjudicando a los propios ciudadanos estadounidenses por su odio injustificado hacia Cuba. 

Cuando el juez Sindey Stein, de Manhattan, le permitió hablar, Menéndez lloró y pidió clemencia al tribunal, bajo el argumento de “haber dedicado toda su vida al servicio de los demás, pues en su medio siglo de servicio público había hecho más bien que mal”, como si las penurias y limitaciones de todo tipo, que ayudó a imponer y mantener contra 11 millones de cubanos, no bastarían para ser juzgado por genocidio, al pretender matar de hambre y enfermedades a todo un país.

Menéndez debió ser juzgado hace años, cuando fue acusado de recibir sobornos de un oftalmólogo que le facilitaba sostener relaciones sexuales con mujeres muy jóvenes en República Dominicana, a cambio de favores políticos y comerciales, pero debido a su poderosa influencia política pudo evadir a la justicia, algo que ahora no logró.

Certero fue el juez Sindey Stein al leer la condena, cuando expresó fuerte y claro ante la sala:

“Usted ha estado en la cúspide de nuestro sistema político, pero en algún lugar del camino perdió el rumbo. Trabajar por el bien público lo convirtió en trabajar por su bien personal. En algún momento usted se convirtió en un político corrupto”.

La actitud asumida por Bob Menéndez en el juicio, trae a la memoria lo expresado por el apóstol Santiago, cuando ante casos similares expresó: “¡Vamos ahora ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán.

En los próximos 11 años, dentro de una cárcel federal, el ex senador tendrá tiempo suficiente para entender el daño que le causó al pueblo cubano, solo por defender su libertad y soberanía ante el poderoso imperio yanqui, pueblo que jamás le hizo mal a quien nació de una madre cubana, la que se vio obligada a emigrar a Estados Unidos huyendo de la dictadura de Fulgencio Batista y no precisamente del sistema socialista.

Sin embargo, sin el menor decoro, Menéndez se unió a los esbirros del gobierno de Batista y sus descendientes, entre ellos Lincoln y Mario Díaz-Balart, Ileana Ros Lehtinen y otros hijos de connotados delincuentes, e incluso con terroristas a sueldo de la CIA que encontraron refugio seguro en los Estados Unidos.

El que las hace las paga y Marco Rubio, al igual que esos que aprueban crueles sanciones contra el pueblo cubano, deben mirarse en ese espejo, porque nadie se va de este mundo sin pagar las facturas pendientes.

 No se equivocó José Martí al señalar:

“El fausto se compra casi siempre al precio del decoro”.

 

 

 

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