Artur González / Heraldo Cubano.- Hace 127 años Estados Unidos protagonizó un crimen horrendo, para poder tener un pretexto que le permitiera ingresar en la guerra que se desarrollaba entre España y el ejército de cubanos que luchaban por su independencia de la metrópolis europea.
El hecho ocurrió la noche del 15 de febrero de 1898, cuando a las 21:40 horas, el acorazado Maine de la marina estadounidense volaba por los aires en la bahía de La Habana, a donde había arribado el 25 de enero de 1898 para una visita, sin previa invitación por parte de las autoridades españolas de la Isla.
No les importó acabar con la vida de sus propios marineros, porque el objetivo era lograr una justificación para poderse incorporar a la guerra, la cual España perdía ante el avance de las tropas insurrectas cubanas, debido al aumento de bajas de un personal no adaptado a las altas temperaturas del Caribe, las condiciones del terreno y a la lucha que con afilados machetes atacaban los cubanos a los soldados ibéricos.
El pretexto fabricado por la mente torcida de los militares yanquis fue la voladura del acorazado y culpar a España del hecho. De un total de 354 hombres de dotación, fallecieron 266 y más de una veintena de heridos.
Igual que hacen en esta época, en Estados Unidos, con la colaboración de algunos editores de diarios importantes, al conocerse la noticia de inmediato la prensa inició la campaña para manipular psicológicamente a la población, insinuando que la explosión fue efectuada por España, sin haberse efectuado ninguna investigación, lo que demuestra quienes estaban detrás del terrible suceso.
Esto queda demostrado en la publicación el 16 de febrero del diario World, de la siguiente información: “No está claro si la explosión se produjo dentro o debajo del Maine”. Otro periódico publicaba en sus titulares: “Destrucción del Maine provocada por el enemigo”.
El verdadero propósito era envenenar a la opinión pública para que aceptara la participación yanqui en una guerra que no le correspondía. Rápidamente había prendido la indignación en la ciudadanía y comenzaron a solicitar una respuesta militar. Se había logrado el objetivo diseñado.
La Marina yanqui organizó la comisión investigadora y los expertos que llegaron a la Isla, al concluir los interrogatorios a los testigos y las investigaciones de rigor, presentaron un informe que aseguraba: “Sólo la explosión de una mina situada debajo del buque pudo haber provocado tal destrucción”.
Cuando ese informe fue tratado el 29 de marzo de 1895 en el Congreso de Estados Unidos, la decisión no se hizo esperar y el 25 de abril, se le declaraba la guerra a España. En menos de 4 meses, con el apoyo del ejército libertador cubano, los españoles se rendían, pero los cubanos fueron ignorados, arrebatándoles la libertad por la que tanta sangre había derramado desde 1868.
Investigaciones posteriores en el siglo XX, versionaron que William R. Hearst, uno de los magnates de los medios de comunicación estadounidenses, involucrado fuertemente en la campaña mediática desatada contra España en febrero de 1898, unos días antes de la explosión del acorazado Maine, visitó La Habana en su yate nombrado Bucanero, el cual fue atracado junto al Maine en la rada habanera, incluso visitó el barco y después regresó a los Estados Unidos. Cuatro días después explotó el acorazado.
Aunque no existieron pruebas, los buzos oficiales yanquis que inspeccionaron los restos del buque en 1898, detectaron que la quilla y las chapas del casco estaban dobladas hacia dentro, posiblemente como resultado de una fuerza causada por una detonación externa.
Muchas versiones salieron de ese hecho, pero está claro que fue el pretexto provocado para intervenir en la guerra y apoderarse de su ambicionada Llave del Golfo o Perla de las Antillas, como le decían a Cuba.
El 13 de marzo de 1962, después de transcurridos 64 años del hundimiento del acorazado, el general Lyman L. Lemnitzer, jefe de la Junta de Jefes del Estado Mayor del ejército de los Estados Unidos, firmó un memorando muy secreto, dirigido al Secretario de Defensa, donde se enumeraban nueve tareas que podían realizarse con el pretexto de justificar una intervención militar de los Estados Unidos a Cuba, conocido como Operación Northwood, en el marco de la Operación Mangosta, aprobada por el presidente J.F. Kennedy.
La tarea número tres expresa textualmente:
“Organizar una operación similar a la del acorazado Maine. Para esto pudiera volarse un barco norteamericano en la Bahía de Guantánamo y acusar a Cuba de la acción. También pudiera volarse un barco en aguas cubanas, quizás cerca de La Habana o Santiago de Cuba, planteando que fue hundido por la marina y fuerza aérea cubanas. Los Estados Unidos podrían iniciar el rescate de las víctimas y posteriormente dar un listado de los muertos para provocar la indignación y mostrar la irresponsabilidad y peligrosidad de Cuba”.
El mismo hecho pero un siglo después.
Eso lo formuló un alto jefe del ejército de los Estados Unidos, no un simple académico o investigador histórico, sino un profesional que tenía acceso a documentos secretos y a los archivos militares de ese país, para proponer una Operación muy secreta que sirviera de justificación para apoderarse de Cuba.
No hay más que especular, pues queda bien demostrado quienes están detrás de la exposición del acorazado Maine y los únicos responsables de la muerte de los 266 muertos y más de veinte heridos y mutilados, sin que nunca pagarán por ese crimen.
Sabio José Martí cuando afirmó:
“El remedio no empieza sino en el horror y la vergüenza de la culpa”.
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