Wilkie Delgado Correa* - Cubainformación.- Y mientras tanto, todas las supuestas instituciones garantes de la libertad y la justicia, callan y están paralizadas y como atadas de pies y manos ante los decretos del nuevo emperador asentado en la Casa Blanca.
Fue en mi temprana juventud que cayó en mis manos y leí la novela Espartaco del escritor estadounidense Howard Melvin Fast (Nueva York, 11 de noviembre de 1914 - Connecticut, 12 de marzo de 2003). Fue grande la impresión que me produjo esta extensa obra cuya historia argumental luego tuvimos oportunidad de ver en la película del mismo nombre.
El autor escogió como proemio una cita de Hólderlin en La muerte de Empédocles: “Y abiertamente consagré mi corazón a la tierra grave y doliente, y a menudo, en la noche sagrada, le prometí amarla con fidelidad hasta la muerte, sin miedo, y con su pesada carga de fatalidad, y no despreciar ninguno de sus enigmas. Así me até a ella con un lazo mortal”.
Resulta interesante antes del abordaje de las experiencias vividas por el autor de la novela y Espartaco el personaje de la novela, señalar los análisis que hiciera el escritor francés Albert Camus en su ensayo El hombre Rebelde:
“¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes toda su vida, de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato. ¿Cuál es el contenido de este «no»?
El esclavo se subleva por todas las existencias a un tiempo cuando juzga que, bajo este orden, se le niega algo que no le pertenece únicamente a él, sino que es un ámbito común en el que todos los hombres, incluso el que lo insulta y lo oprime, tienen dispuesta una comunidad.
Dos observaciones apoyarán este razonamiento. Se advertirá en primer lugar que el movimiento de rebeldía no es, en su esencia, un movimiento egoísta. Puede tener sin duda determinaciones egoístas. Pero el hombre se rebelará tanto contra la mentira como contra la opresión. Además, a partir de estas determinaciones, y en su impulso más profundo, el hombre en rebeldía no preserva nada puesto que lo pone todo en juego. Exige, sin duda, el respeto a sí mismo, pero en la medida en que se identifica con una comunidad natural”.
Y prosigue con sus disquisiciones Albert Camus:
La rebelión de Espartaco al final del mundo antiguo, unas decenas de años antes de la era cristiana, es a este respecto ejemplar. Se notará primero que se trata de una rebelión de gladiadores, o sea de esclavos destinados a los combates de hombre a hombre y condenados, para deleite de los amos, a matar o ser muertos. Empezada con setenta hombres, esta revuelta se termina con un ejército de setenta mil insurgentes que aplastan a las mejores legiones romanas y recorren Italia para marchar sobre la propia ciudad eterna. No obstante, esta rebelión no aportó…, ningún principio nuevo en la sociedad romana. La proclama lanzada por Espartaco se limita a prometer a los esclavos «derechos iguales». Este paso del hecho al derecho que hemos analizado en el primer movimiento de rebeldía es, en efecto, la única adquisición lógica que se puede hallar en este nivel de la rebeldía. El insumiso rechaza la esclavitud y se afirma como el igual al amo. Quiere ser amo a su vez. La revuelta de Espartaco ilustra constantemente este principio de reivindicación. El ejército servil libera a los esclavos y les entrega inmediatamente como siervos suyos a sus antiguos amos. Según una tradición dudosa, es cierto, incluso habría organizado combates de gladiadores entre varios centenares de ciudadanos romanos e instalado en las graderías a los esclavos, delirantes de júbilo y excitación. Pero matar a hombres conduce tan sólo a matar a más. Para hacer triunfar un principio, lo que hay que abatir es un principio. La ciudad del sol con que soñaba Espartaco sólo habría podido elevarse sobre las ruinas de la Roma eterna, sus dioses y sus instituciones. El ejército de Espartaco marcha, en efecto, para sitiarla, hacia Roma aterrorizada por tener que pagar sus crímenes. Sin embargo, en ese momento decisivo, a la vista de las murallas sagradas, el ejército se inmoviliza y refluye, como si retrocediera ante los principios, la institución, la ciudad de los dioses. Destruida ésta, ¿qué poner en su sitio, fuera de ese deseo salvaje de venganza, ese amor herido y vuelto furioso, que ha mantenido en pie hasta entonces a estos desdichados?. En todos los casos, el ejército se retira, sin haber combatido, y decide entonces, por un curioso movimiento, regresar al punto de origen de las revueltas serviles, rehacer en sentido inverso el largo trayecto de sus victorias y volver a Sicilia. Como si esos desheredados, en adelante solos y desarmados ante este cielo al que asaltar, retornaran hacia lo más puro y lo más cálido de su historia, en la tierra de los primeros gritos donde morir era fácil y bueno. Entonces comienzan la derrota y el martirio. Antes de la última batalla,
“… Las seis mil cruces que, después de tan justas revueltas, jalonarán la vía de Capua a Roma demostrarán a la multitud servil que no hay equivalencia en el mundo del poder y que los amos calculan con avaricia el precio de su propia sangre”.
Por su parte Fast, el autor de la novela Espartaco, la dedicó a su hija e hijo. Y señala que el libro “es una historia sobre hombres y mujeres valientes que vivieron hace mucho tiempo, pero cuyos nombres nunca han sido olvidados. Los héroes de esta historia albergaron el ideal humano de la libertad y la dignidad del hombre y vivieron noble y honradamente. Lo he escrito para que aquellos que lo lean –mis hijos y los hijos de otros– adquieran gracias a él fortaleza para afrontar nuestro turbulento futuro y puedan luchar contra la opresión y la injusticia, de modo que el sueño de Espartaco llegue a ser posible en nuestro tiempo”.
En el prólogo a la primera edición (1951), cuya publicación tuvo que financiar pues ninguna editorial de los Estados Unidos se atrevió a publicarla, tal era la presión macartista en aquel periodo, el autor expresa: “Ésta es la historia de Espartaco, que encabezó la gran rebelión de los esclavos contra la República romana en los años finales de ésta. He escrito esta novela porque creo que es una historia importante en el momento que nos ha tocado vivir. No se trata de establecer mecánicamente un paralelismo, sino de que de este episodio se puedan extraer esperanzas y fuerza, y resaltar el hecho de que Espartaco no vivió sólo para su tiempo, sino que su figura constituye un ejemplo para la humanidad de todas las épocas. He escrito este libro para infundir esperanzas y valor a quienes lo lean, y durante el proceso de su escritura yo mismo me sentí con más ilusiones y más coraje”.
Terminado aquel periodo, Howard Fast comenta en 1996 que para su “sorpresa, se vendieron más de cuarenta mil ejemplares de la obra en tapa dura, y varios millones más unos años más tarde cuando el clima de terror se hubo disipado. Fue traducida a 56 lenguas y, finalmente, diez años después de haber sido escrita, se produjo la versión cinematográfica”.
Finalmente Fast, quien cumplió prisión, como otros tantos perseguidos, por negarse a denunciar a otros artistas e intelectuales durante esa era fascista denominado macartismo, cuyo personaje inquisidor fue Joseph McCarthy, quien ocupó una banca en el Senado de los Estados Unidos entre 1947 y 1957.
Y teniendo en cuenta sus características, se ha definido el macartismo como: 1. La práctica política de hacer públicas acusaciones de deslealtad o subversión sin tener en cuenta las pruebas; y 2. El uso de métodos de investigación y acusación considerados injustos, con el fin de suprimir la oposición.
Durante este periodo, las personas que eran sospechosas de diferentes grados de lealtad al comunismo se convirtieron en el blanco de investigaciones gubernamentales. Estos procesos fueron conocidos como la «caza de brujas».
En los Estados Unidos, nación que se proclama dechado de la libertad y democracia del mundo, cuyo modelo pretende imponer por todos los medios, incluyendo la fuerza bruta, desde su fundación mostró apego voluntarista a desarrollarse mediante la práctica en un sentido u otro de la filosofía de la opresión y asesinatos de los negros y los obreros, y de la filosofía del despojo. Esta última tradición surgió tempranamente con el llamado “destino manifiesto”, y luego sustentada en la Doctrina Monroe, que doscientos años después la declaran vigente. La intolerancia racial acérrima se manifestó organizadamente en el Ku-Klux-Klan.
Hoy mismo en la era Trump se proclama sin ambages sus tesis imperialistas de convertir a Canadá en el Estado 51 de la Unión, invadir Panamá para usurpar Canal de Panamá, y posesionarse de Groenlandia, y otras muchas sanciones a países. Y, por supuesto, el colosal despojo de la condición y derechos humanos de millones de inmigrantes, todos tratados como criminales. Y confinados incluso a cárceles, de porque sí, fuera de su territorio y de sus leyes. Y mientras tanto, todas las supuestas instituciones garantes de la libertad y la justicia, callan y están paralizadas y como atadas de pies y manos ante los decretos del nuevo emperador asentado en la Casa Blanca.
Doctor en Ciencias Médicas. Doctor Honoris Causa. Profesor Titular y Consultante. Profesor Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba. Premio al Mérito Científico del MINSAP por la obra de toda la vida.
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