Ana Hurtado - Original en Cubadebate / Cubainformación
Estaba reunida cuando vi que me estaban llamando. Era Luís, el amigo de Max. Me resultó extraño, sabía que Max estaba en Miami y que no estaba muy bien de salud, por lo que no me podría estar llamando para avisarme de que había venido. Siempre que vino a La Habana en los dos últimos años (los que yo llevo residiendo aquí) nos veíamos. Mínimo dos veces por visita. Y siempre estábamos Luís, él y yo. A veces compartíamos con otros amigos suyos, como Reinaldo Taladrid e incluso cuando en 2023 tuvo lugar la Conferencia de Nación y Emigración, con su hija Vivien.
Max, como si fuese mi abuelo o un padre ya mayor, me abrió su mundo, el de La Habana que él vivió los últimos años de su vida.
De él aprendí entre otras cosas la altura frente a las situaciones. La reflexión y el análisis. El matar el impulso y la acción directa que podría tener consecuencias negativas para mí, con contar hasta diez y entonces mandarme a actuar.
Recuerdo que desde el primer momento en que lo conocí, empecé a aprender. Recuerdo también haberme equivocado haciendo alguna declaración que para mí tenía todo el sentido y la razón, pero estaba dicha en un mal momento. Y Max llamándome desde Miami a Barcelona para decirme que debía explicar lo que había dicho y por qué, pero que debía afrontar las cosas. Y eso, que yo ya hacía, lo implementé. Aprendí que si eres valiente, con los años, como yo veía en él, lo acabas siendo más.
Max me hablaba de Fidel y de sus años de juventud. Me contaba anécdotas, como aquella del Pico Turquino, donde quedaron varios amigos de la universidad para subirlo y Fidel no pudo ir porque se enfermó y si mal no recuerdo cogió una gripe. Max fue y lo hizo en esa ocasión; y contaba que lo subió con unas alpargatas como esas mismas que tanto uso yo en esta isla, típicas en los campesinos españoles y andaluces, con la suela de esparto. Las que ya usaba mi abuelo. Y posiblemente también el padre de mi abuelo.
Se fue a Miami a principios de la década de los sesenta con su mujer y sus hijas, y al principio estuvo muchos años sin venir. Luego volvió y habló personalmente con Fidel, que lo estaba esperando.
¿Por qué te fuiste Max? – le preguntó Fidel.
No me gustó que Cuba se hubiese alineado con la URSS- contestó Max.
Y Fidel, le dijo:
Y tú, ¿Qué hubieses hecho en nuestra situación?.
Y ahí Max comprendió. Entendió la grandeza de Fidel y retomó el vínculo con él y con su país. Que se afianzó mucho más a partir de los años noventa.
Fidel se ocupó personalmente de él y de su familia cada vez que venían a Cuba. Conoció a sus hijas, rió con ellas.
Hace poco, y rompiendo el ciclo natural de la vida, a Max se le fue su primera hija tras padecer una dura enfermedad. Recuerdo que sin tan siquiera pensarlo le mandé un ramo de flores a Coral Gables, en donde él vivía. Era la manera más directa que tenía de expresar cuánto sentía su dolor, el dolor más fuerte que podemos tener las personas, el de perder un hijo.
Andar con él por La Habana era como visitar la ciudad a lo largo de los años. Acudir a una ejemplar clase de historia. No hay esquina por la qué pasáramos que él no tuviera una anécdota o algo que contar al respecto.
Max me enseñó como son los hombres de verdad: sin miedo ni cobardía.
Hasta el último momento de su vida estuvo peleando desde las entrañas del monstruo contra el bloqueo estadounidense a Cuba, habiendo sido increpado sin tener en cuenta su edad, con decenas de improperios y ataques. En el plano físico y en el virtual. Porque Max, a sus años, era un cibercombatiente de primera categoría.
Le intentaron poner once bombas en la redacción del medio que dirigía en Miami. Pero no pudieron con él. Tampoco han podido ahora, que se ha ido del plano físico tranquilo, rodeado de su familia y de la gente que le profesa tanto respeto que inspira.
Querido Max, nosotros te vamos a echar de menos. Pero debes saber bien que no te vas. Que te quedas. Allá donde más falta haces que es en el pueblo revolucionario. Los medios de comunicación de tu isla se han volcado recordándote, tu presidente, tus queridos héroes de la República. Y un sinfín de personas que te conocían y también que no. Mostrando su admiración por ti y honrándote.
No te vayas a pensar que no han aparecido los de siempre. Los que tanto te empeñaste en combatir y desenmascarar. Pero, ¿Cómo un hombre va a combatir dialécticamente con otros que no muestran la cara y se esconden tras un antifaz?
Esos perfiles falsos que se agazapan tras la imagen del Fidel y tras la imagen de la Revolución. Esos perfiles cobardes que atacan a la máxima dirección de la Revolución y que también te atacaban a ti. Han salido a cuestionarte; cada vez son menos Max. Es gente trasnochada que queriendo un reconocimiento que no obtienen, embisten cual toro al torero desde el anonimato que les regala su miedo.
Siguen sin ser nadie Max. No pueden tocarte ni con el pétalo de una flor. De hecho creo que debemos agradecerte, pues contigo se han ensañado tanto que entre otras cuestiones, hemos podido ver que son la nueva cara de la contrarrevolución. Los híper críticos súper comunistas que critican hasta el vuelo de una paloma. Tú has formado parte de su desenmascaramiento. Y tu partida física ha servido para que demuestren quienes son, y el rechazo que el pueblo les tiene, ante tan deshonrosas acciones.
Hasta en tu muerte ha habido polémica Max. Así eras tú. El hombre de las dos Habanas, el amigo de Fidel de la universidad y de los últimos años. El padre, esposo y amigo.
El valiente de Miami.
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