Comenzó por un torbellino hipotecario que dejó a miles sin sus casas, se extendió a toda la esfera financiera y finalmente a la industria y  los servicios, con una secuela de cierre de plazas y quiebras de negocios de todos los tamaños.

La desgracia llevó a la gente a emigrar hacia esos nuevos poblados levantados en terrenos vacíos con tiendas de campaña, materiales desechables o simples casas rodantes.

The New York Times lo atestigua. Nueva York no es solo Manhattan. Los campamentos de pobres y “homeless” (personas sin hogar) pululan y se extienden de las ciudades mayores a otras más pequeñas. Las fogatas hablan de la frugalidad de la comida.

Seattle, Sacramento, Saint Petersburg, Nashville y Olimpia reproducen esa realidad a lo largo del país, pero es en la localidad californiana de Fresno donde el fenómeno aumentó de proporción con mayor celeridad en los últimos tiempos, dice el diario,  porque allí tres “favelas” se han apoderado del centro urbano y hay otros menores en las afueras.

Como en todos los barrios marginales de cualquier parte, en esos lugares son comunes la droga, la prostitución y la violencia.

No sé qué va a hacer esa gente, porque la crisis viene con bríos poderosos y su hálito de destrucción suele colarse como un tumor en el tuétano de los huesos de las sociedades capitalistas.

Está por verse si el plan de Timothy Geithner, secretario del Tesoro, para que el Estado tenga potestad para controlar y regular sobre todo a las grandes instituciones financieras y su manía de fraudes, da resultado e influye en la suerte de los desamparados que crecen.