Después de leer tan excelentes artículos en Kaos y otros medios lternativos sobre lo acontecido en Honduras, no creo que pueda decirse mucho más sobre el tema. Las cadenas de televisión y los periódicos (¿cuál es el bueno?, rezaba uno de los titulares de la “prensa libre”, al día siguiente de la instalación de Goriletti), siguieron con su guión calcado: la telenovela Sotomayor (y el extraordinario orgullo que los “latinos” debemos sentir), la inmigración, las tetas de la cantante cual, el matrimonio de sutano, el más sexy de la semana... la lista de distracciones e imbecilidades (o de imbéciles distracciones, sería infinita).
Un acontecimiento tan significativo para los latinoamericanos como el golpe de estado en el país centroamericano, que puede retrotraer al continente a una de sus peores etapas del pasado, ha ocupado espacios cortos y tan llenos de ignorancia, que hasta pienso que ha sido lo mejor que pudiera pasar. La gente que ve las cosas como son, si no se vuelve cínica, se vuelve rebelde. Apostemos, entonces, por el aumento de los rebeldes en detrimento de los cínicos.
El tratamiento a vuelo de pájaro (cagón) del golpe de estado a Zelaya, no se le ha dado a otros acontecimientos locales o nacionales que no se discuten de verdad, y a cuyas raíces no se llega (ni se desea llegar, porque habría que cuestionar todo un estilo de vida), sino sólo a su explotación como crónica roja (rojísima, tétrica).
Resulta que a las madres en esta Gran Nación (término adorado por la jerga del Miami reaccionario), además de olvidárseles los hijos en los carros, mientras compran, y achicharrárselos el calor o congelárselos el frío (según las coordenadas geográficas de una nación tan Grande, ahora se les ha ocurrido comérselos.
No, no han leído mal. Los detalles se ofrecieron con la amplitud que equería el caso, sin una sola interrupción de comerciales, en inglés y español. No se asusten, no voy a repetirlos.
¿Qué hay detrás de esta madre que se dice poseída por un diablo aníbal y de los delincuentes que profanaron y revendieron (parece que durante años) los terrenos para sepulturas del cementerio de negros Burr Oak de Chicago? ¿Qué hay detrás del reguero de huesos de niños que no encontraron descanso ni siquiera muertos, en la sección del cementerio dedicada a ellos?
Los viejitos retirados por incapacidad mental o física, o simplemente orque no daban más, acompañados de su soledad porque sus hijos trabajan como animales o están “having fun” (también se lo merecen, después de todo), ya se convencieron de que no hay descanso ni en la vejez y saben que pudiera no haberla ni en la muerte, si la reventa de terrenos de cementerio se expande (como es lógico pensar de todo producto que se respete).
La rueda de la codicia no la para nadie, es demasiado humana, y la crecienta la miseria, la ignorancia como expresión de un orgullo no por retorcido menos real y una escala de valores donde predomina el deseo permanente de acumular, de ostentar y reafirmarse a través de las cosas. El ostentador no se ha dado cuenta de su conversión en una cosa más.
Ese es el mundo en que estamos viviendo. El que nos pro(im)ponen.
Ernesto González, escritor cubano residente en Chicago, publica artículos en revistas locales y electrónicas, ha enseñado español en la East-West University y en la escuela Cultural Exchange. Fue asesor de la prueba nacional de español de Riverside Publishing. Sus novelas “Habana Soterrada”, “Memorias de una Bodega Habanera”, “Descargue cuando Acabe” y ‘Bajo las Olas” están disponibles en amazon.com (EEUU) y lulu.com (Europa y Latinoamérica)