Rubén Zamora - www.farc-ejercitodelpueblo.org.- El proyecto de la Gran Colombia, el sueño del libertador Simón Bolívar, sigue en la mira desesperada del nuevo imperio. El ideario de la independencia se ha postergado demasiado tiempo, y en nombre de ella se festejó el grito sublime del 20 de julio por el gobierno de Colombia, mientras el territorio nacional era ocupado por tropas norteamericanas en un acto flagrante de violación a la Soberanía Nacional, de los principios republicanos y de la Constitución Política.


El llamado súper concierto nacional del 20 de julio, y la cabalgata militar por la ruta del Libertador es una jugada mediática de usurpación de la memoria histórica y para tender otro manto falaz de desorientación, ante el más grave de tantos y vergonzosos actos de la dirigencia política del país en ejercicio del poder. El Consejo de Estado apenas susurró por la violación de sus fueros y el Congreso es incapaz de pronunciarse empachado como está de inmoralidad, ilegitimidad e ilegalidad habiéndose desconocido su derecho constitucional. Suficiente tiempo ha pasado como para haber declarado la ilegalidad de este hecho punible que pudiera postergar un infausto destino a la patria.

Nada legítimo, legal, ético o moral justifica en Colombia o en cualesquier otro país del mundo, la intervención de tropas extranjeras. Este acto, es una bofetada al anhelo de los colombianos de superar un conflicto que supera los 60 años y en los que han sido demasiados sacrificios los de nuestro pueblo. Solo la oligarquía más rancia, las multinacionales y las grandes corporaciones del complejo militar industrial de los Estados Unidos se han lucrado. Quieren perpetuar el dolor de los colombianos, pero además hundir en sangre el proyecto estratégico de nuestros pueblos del Sur, de centro América y del Caribe.

El terrorismo en Colombia lo encarna este régimen. Gracias a él, más de cuatro y medio millones de colombianos han sido desplazados, cientos de miles asesinados, un proyecto político -la Unión Patriótica- fue barrido a tiros y más de cinco mil de sus dirigentes asesinados. Más de seis y medio millones de hectáreas han sido arrebatadas a los campesinos y muchos enterrados en fosas comunes, el sindicalismo lo siguen golpeado mediante la arbitraria legislación laboral y guerra sucia. Los pueblos indígenas sufren el pillaje de sus territorios igual que en la época de la conquista y millones de colombianos padecen enfermedades curables, hambre, desnutrición y miseria. El narcotráfico penetró hasta los más sensibles hilos del poder y ha servido de amparo de los actos atroces del terrorismo de Estado y el paramilitarismo sigue intacto al servicio de los factores del poder dominante.

La rebeldía de los colombianos y su ejército de guerrillas de las FARC-EP, uno de los objetivos a liquidar, encarna el derecho de un pueblo que se resiste digna y heroicamente. Aun cuando difícil ha sido el combate seguimos indemnes y tenemos la certeza de la revolución bolivariana porque nuestro pueblo no será indiferente a su deber histórico y a la confianza que en él depositó el padre de todos los libertadores, Simón Bolívar.

Como en Vietnam e Irak, en estas instalaciones militares norteamericanas en Colombia, se fabricarán tenebrosas operaciones de extermino de la inconformidad popular, de veredas y poblados, de instalaciones civiles, de hombres, mujeres y niños de nuestra patria. En esta fábricas de terror se elaboraran planes contra los procesos independentistas de nuestros pueblos y de sus avanzados gobiernos que tanta lucha, tanto dolor y sufrimiento ha costado alcanzarlos.

Este acto desesperado del imperio, ante la incapacidad de sus cipayos de detener nuestros procesos, ya había sido advertido. Es una nueva fase del Plan Colombia que confirma su fracaso. El levantamiento de nuestros heroicos pueblos, les hará morder en esta arena de la América India, el polvo de su derrota.

La entrega de las bases militares colombianas a tropas gringas, dejará desnudo el rostro de los que traicionan en nombre patria y bendicen la ocupación. No harán jamás nada distinto a guardar silencio o justificarla. Solo quienes nos inflama la dignidad, el sentido del deber, la herencia heroica de nuestros antepasados, el verdadero a amor a la fortuna de nuestra tierra, a los más altos intereses de nuestros pueblos indoamericanos, a nuestras identidades y a los estandartes que nos han acompañado en las gestas libertarias, elevaremos nuestras voces de condena y nuestros alientos de combate ante la felonía de este gobierno y a la deplorable intensión del imperio norteamericano.

Porque Colombia resiste, ¡hasta la victoria!

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