Ismael Enríquez Palacios - Prensa Latina.- Después de casi un año de gestión, el presidente Barack Obama dio escasas señales de que pueda o quiera rectificar la forma de hacer política en Estados Unidos, dejando promesas sin cumplir y expectativas insatisfechas.


Obama, quien llegó a enamorar a gran parte del mundo con la palabra cambio, concedió un rostro más refrescante a Washington tras el rechazo cosechado por George W. Bush, pero en poco varió sus pasos tanto dentro como fuera del país.

Una cuestionable política de rescate financiero, envío de más tropas a Afganistán, la prisión de Guantánamo aún abierta, problemas para pasar la reforma sanitaria y variar los estatutos medioambientales, y tropiezos con América Latina, son algunos de sus resultados.

Para millones de norteamericanos, aún sigue siendo una utopía el seguro médico, pues la reforma sanitaria chocó con disímiles intereses que movilizaron sus influencias para impedir siquiera la aprobación de una propuesta concreta de ley.

La Casa Blanca presionó al legislativo para que coseche éste, lo que podría ser el primer gran éxito palpable de gobierno, pero los demócratas no logran los 60 votos necesarios para la aprobación de la iniciativa, con o sin apoyo republicano.

Tampoco es perceptible un cambio inmediato en las políticas medioambientales, y la oposición parece dispuesta a dar batalla con tal de mantener intocables los niveles actuales de emisión de gases causantes del efecto invernadero y el calentamiento global.

El mandatario llegó a la Cumbre sobre Cambio Climático en Copenhague con la recomendación expresa de medir bien sus palabras para no caer en el descrédito, porque en casa le prometieron tronchar cualquier iniciativa en pos del medio ambiente.

Y es que, aunque gozan de mayoría en ambas cámaras del Congreso, los demócratas no pueden encausar ninguna factura por sí solos debido a los disímiles intereses en su seno, que fraccionan al partido y obligan a ceder ante posiciones moderadas y conservadoras.

En el área económica el gobierno tuvo mayor empuje, y logró fraccionar las filas republicanas con su política de rescate financiero, pese a que aún los expertos se cuestionan la pertinencia de la medida y su eficacia en la generación de empleos.

Obama inyectó sumas astronómicas de dinero de los contribuyentes en empresas y bancos y con ello salvó la situación momentáneamente, pero no logró ni siquiera tocar las causas de la actual crisis financiera y dejó intactas las bases del capitalismo de casino de Wall Street.

Mientras, el desempleo sigue en aumento, principalmente entre los afro-estadounidenses y latinos, aumentan las solicitudes de ayuda para la alimentación, y la clase media sigue engrosando las filas de las personas sin techos.

El Premio Nóbel

Escudado en su habilidad para hacer política, Obama dio pasos para intentar sacar al país del descrédito en que Bush lo sumió ante los ojos del mundo, con señales de algún retorno al multilateralismo por lo menos en concepto, ya que en la práctica, la Casa Blanca navegó en la misma dirección.

En ese sentido, Washington mantuvo el bloqueo contra Cuba, impuso bases militares en Latinoamérica y respaldó un golpe de Estado en Honduras que se burla del reclamo de la comunidad mundial, a la cual tampoco acaba de sumarse en la condena de los vejámenes cometidos contra los palestinos por su aliado Israel.

A pesar de ello, el mandatario recibió a principios de diciembre el Premio Nóbel de la Paz, cuya concesión escandalizó a medio mundo y dejó a la otra mitad con la esperanza de que lo impulsara a obrar los cambios prometidos.

El Comité del Nóbel concedió mucha importancia a la visión y a los esfuerzos de Obama en la perspectiva de un planeta sin armas nucleares, según el presidente del jurado Thorbjoern Jagland, pero lo cierto es que Estados Unidos sólo reajustó su arsenal. Como prometió a Moscú, Washington parece dispuesto a disminuir su número de armas atómicas, pero a costa de la modernización de su armamento, para aumentar la potencia de las ojivas y cubrir con una el área que antes cabría a varias.

En su discurso de aceptación en Oslo, el laureado reconoció lo mínimo de sus logros y la ironía de aceptar un galardón por la paz a pocos días de anunciar el envío de 30 mil soldados adicionales a Afganistán.

Ante el zigzagueo de su gestión, cada vez son más los que le piden al mandatario ser coherente entre lo que dice y lo que hace, porque aunque la política de Washington pueda enredar a cualquiera que llegue a la Casa Blanca, tampoco se le ve muy afanado por salir de la trampa.

(*) El autor es periodista de la Redacción Norteamérica de Prensa Latina.

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