Gilda Fariñas Rodríguez - Revista Mujeres.- "¿Cómo dejar de pensar en los padres que, ahora mismo, pueden estar peleando la suerte de sus hijos, en circunstancias similares, en no pocos países o zonas convulsas del planeta?  ¿Cómo no pensar, ahora mismo, en los padres de la Franja de Gaza donde la ira militar de Israel destroza la esperanza y la vida?"


 

Me tropecé con esa imagen, una noche de 2006, mientras buscaba en internet información sobre la guerra que Estados Unidos y sus belicosos “socios”,  descargaban contra Irak y su pueblo. Estremecimiento, compasión, mucha angustia y algo más de dolor, fueron emociones que cayeron de bruces en mi pecho.

Luego se agolparon otras que iban desde el desconsuelo hasta la impotencia, desde la desolación hasta la ternura. Porque entonces quise tomar en mis brazos a ese padre y su hijo, quise estar allí, en medio de ese desolador desierto rodeado de arena y alambradas punzantes. Era el horror de la guerra, la crueldad del poder imperial sin importar lo que arrasara en nombre de su consigna de “iluminar” cualquier rincón oscuro del mundo.

De un tirón me leí la entrevista que BBC Mundo digital realizó al autor de la fotografía. Busqué, a numerosas preguntas, respuestas que quedaron sin saldar. Allí estaba ese padre abrazando a su pequeñito hijo que lloraba, desconsoladamente. Y ¿la madre, dónde estaba? ¿Muerta, desaparecida? Quizá estaría en otra parte de Irak. Ella, quizá, también desesperaba la ausencia y el destino del niño y el esposo. ¿Por qué llegaron recluidos a ese lugar árido hasta la desesperanza? ¿Por qué el niño solo con el padre?...

Pero es algo que nunca supe. Jean Marc Bouju, el fotógrafo francés de la agencia Associated Press y autor de tan conmovedora imagen, tampoco tuvo suficientes argumentos que ofrecer durante la entrevista. Dijo a la BBC, que emocionado por la escena que presenciaba, a unos 10 metros de distancia, solo atinó a apretar el obturador de su cámara antes que alguien llegara para prohibírselo.

En gratitud, imagino yo, la lente atrapó la escena, o viceversa, tal vez. En cualquier caso, del otro lado, el alma de la humanidad se estremecía. No en vano, esa fotografía resultó, en el año 2003, ganadora del concurso World Press Photo.

“La imagen aún me habla, todavía puedo escuchar a aquel padre hablándole en árabe a su hijo y el llanto del niño…”, así relató a la BCC sus recuerdos de aquel día, Marc Bouju, ganador, además, de dos premios Pulitzer, por las tomas que hizo del genocidio en Ruanda y del atentado contra la embajada de Estados Unidos en Kenya.

“Un día, explicó Bouju, me informaron que estaban recibiendo prisioneros. Cuando llegué al lugar, vi dos camiones que traían cerca de 30 prisioneros, y ví que también había un niño, lo que me pareció muy extraño. Los soldados decían que de acuerdo a sus regulaciones debían encapuchar a todos los prisioneros y atar sus manos. Cuando colocaron la capucha en el padre, el niño entró en un ataque de pánico, estaba aterrorizado y empezó a gritar y llorar sin parar, aferrándose desesperadamente a su padre.”

Durante su conversación con el sitio digital inglés, el fotorreportero describió la consternación del padre al no poder consolar al pequeño. Después un soldado le desató las manos. “Primero, sólo podía hablarle a su hijo a través de su capucha. Luego por lo menos pudo abrazarlo. Pero aún así, no podía hacer mucho. En esas condiciones era incapaz de proteger a su hijo…”

Bouju confesó que, mientras tomaba la foto nunca pudo dejar de pensar en su propia hija que tendría a la sazón la misma edad del niño iraquí, cuatro años. “Pensaba, ¿qué sucedería si fuera a mí a quien le estuvieran colocando esa capucha? Me imaginaba lo asustada que estaría, lo terrible que sería.

A ser preguntado sobre la reacción del público al ver la fotografía, Jean Marc reconoció que “muy pocas personas me acusaron de ser poco patriota. La mayoría de la gente se mostró conmovida por la compasión, por ese padre que intentaba proteger a su hijo en las más difíciles de las circunstancias”.

De este lado del mundo, y en lo personal, suspiré la tranquilidad de comprobar  que no son pocos los residentes de este mundo que compartimos la repulsión por los horrores y los errores que las guerras desatan. También por las emociones que avivan. Desafortunadamente, esas son imágenes con las que debe lidiar, a diario, la humanidad. Ajenas a hechos aleatorios, escenas como esas aún no dejan de nublar los ojos y apretar el pecho.

¿Cómo dejar de pensar en los padres que, ahora mismo, pueden estar peleando la suerte de sus hijos, en circunstancias similares, en no pocos países o zonas convulsas del planeta?  ¿Cómo no pensar, ahora mismo, en los padres de la Franja de Gaza donde la ira militar de Israel destroza la esperanza y la vida?

 

 

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