Oscar Domínguez G. - Prensa Latina.- Los tiempos cambian: la noticia del descubrimiento de América se conoció tres meses después en Europa. Hoy se produce un prosaico gol y millones disfrutamos ese orgasmo colectivo en directo. Siento que cambié tanto de equipo en este mundial que tuve que reducir mis salidas a la calle. No podría mirar a los ojos a la señora que me vende el pan y la leche. O el aguacate para el almuerzo. Cuando el hombre decidió coger el mundo a las patadas inventó el fútbol.



Cada cuatro años, durante el mundial, los cardiólogos, en acuartelamiento de primer grado, afilan el bisturí para operar corazones averiados de hinchas frustrados, o felices. Este año, con las ruidosas vuvuzelas, los otorrinos hicieron su agosto.

Terminé pujando por España, que hoy definirá el pleito final ante los tulipanes holandeses. Que tampoco me incomodan, ni más faltaba. La inédita Copa quedará en buenas manos y mejores pies.

Es tan sofisticado el escurridizo balón Jabulani que idearon para el mundial de Suráfrica, que debe tener incorporado jacuzzi, internet y gimnasio. Ese balón está hecho pensando en el gol. Fútbol sin goles es como una puesta de sol sin sol.

En tiempos de un mundial, la humanidad tiene la televisión por cárcel.

Aunque no lo crea el padre Astete, el fútbol sirve para demostrar la existencia de Dios: cada vez que marcan un gol, los jugadores miran al cielo en acción de gracias. Si pierden, también miran hacia allí en señal de reproche al Galileo.

El Charro Moreno, el argentino que también jugó en Colombia, desechó jugosas ofertas del Nacional de Montevideo para ejercer en defensor, solo porque allí jugaban sus amigos. Los románticos pasaron al archivo.

El fútbol, esperanto de los puntapiés, permite disfrutar lo mismo una buena cabriola ejecutada por un africano, un brasileño, un alemán o un oriental. "El goleador del campeonato es el mejor poeta del año": Passolini. A esos balones que pegan en el palo y se niegan a entrar, les quedaron faltando cinco centavos para el gol.

Los zurdos también son gente. Lo demuestran jugadores como Messi, cuya estrella estuvo apagada en Suráfrica. A los futbolistas los suicidan pronto en su espléndida primavera. Tienen corta vida útil. Pero han aprendido: ya aparecen en revistas del corazón acompañados de mujeres de viento, sacadas de la pasarela, olorosas a Chanel.

Los nuevos dueños del balón se tutean en el baño turco y en el club con sus asesores económicos egresados de Harvard. Tienen los pies en la cancha y el corazón en Wall Street.

A los jugadores que se hurgan la nariz en vivo y/o escupen en varios idiomas deberían obligarlos a aprenderse de memoria el manual de urbanidad de Carreñoâ�� en chino.

Que no se entere el presidente Uribe de que el gol es una droga, porque lo prohibe. Alguien hace un gol y de inmediato recobra energías. Queda como tocado por diez dosis personales de "perica".

A algunos goleadores les caen tan duro sus compañeros para felicitarlos, -caso del español Puyol en su solitario gol contra Alemania- que la próxima vez lo pensarán dos veces antes de anotar. Primero vivir.

Los futbolistas deberían jugar con cinturón de castidad. No para pecar dentro de la cancha, sino para proteger sus partes pudendas en los tiros libres que podrían dejarlos estériles.

Los científicos deben perfeccionar un chip para incorporarlo al balón. El objeto de este chip sería ayudarle al árbitro a equivocarse menos. La idea es volverlos infalibles, como los Papas.

Hay mucho de beso de Judas en ese apretón de manos que se dan los jugadores antes del comienzo del partido. Me recuerda la precaria paz que nos damos en misa para luego volver al rencor.

Iluminados como Ronaldo, Kaká y Messi, que se fueron en blanco, convirtieron sus extremidades en multinacionales del entretenimiento. Dio más de que hablar el pulpo Paul con sus predicciones.

Los dueños de ataúdes y hornos crematorios deberían ofrecer precios de temporada durante los mundiales. Arqueros hay que se salen de la ropa porque sus defensores los hacen trabajar excesivamente. Estos quejosos deberían permanecer en casa acariciando el gato y viendo los partidos por televisión.

Muchas veces los jugadores son objeto de faltas tan salvajes que la FIFA debería exigir la presentación de los planos de cada futbolista, para rearmarlo en caso de emergencia.

En toda chilena hay un golpe de estado al balón. (Cuenta el uruguayo Eduardo Galeano que la chilena fue inventada por Ramón Unzaga en una cancha del pueblo chileno de Talcahuano).

Ser cuarto árbitro es tan emocionante como ser alcalde de la ciudad de hierro.

Después de arruinar los tobillos o la rodilla del rival, ciertos profesionales del juego brusco alzan las manos tratando de minimizar el ataque. Es un falso positivo al árbitro para que no los mande al vestuario.

Ojalá los jugadores y árbitros del futuro lleven micrófonos ultrasensibles incorporados que nos permitan a los hinchas saber qué comentan o qué insultos intercambian entre ellos durante el partido. Sería el auténtico reality en vivo.

Del académico Javier Marías es esta bella hipérbole: "El fútbol es la recuperación semanal de la infancia".

¿Por qué los jugadores aplauden a los colegas que les envían balones imposibles de controlar? "Cuando dos equipos empatan, ambos pierden. Es una derrota recíproca y humillante", pontifica el dramaturgo brasileño Nelson Rodrigues.

Aficionados hay que si no los muestran siquiera una vez en las transmisiones de televisión, consideran que reencarnaron en vano. Gracias a la televisión decenas de maridos fugados de casa fueron sorprendidos por sus esposas con las manos en la masa ajena en las graderías.

Se lo contó a Hernán Peláez el delantero uruguayo Ghiggia, autor del gol que le valió a Uruguay el mundial de 1950, el célebre maracanazo: "Hicimos colecta para celebrar el triunfo en la habitación del hotel".

Los colombianos nos sentimos protagonistas en este mundial: visitamos a los anfitriones surafricanos para perder contra ellos; el técnico de Honduras, Rueda, es de los nuestros: un árbitro, Ruiz, devengó por cuenta de la FIFA, y Shakira y Juanes se hicieron ver con su arte. Un odontólogo de Macondo atendió al gaucho Maradona en una urgencia dental.

Las finanzas del niño Alberto Camus, futuro Nobel de Literatura, eran tan precarias que jugaba de arquero porque en ese oficio se gastaban menos los zapatos.

El fútbol ha mostrado la debilidad de occidente por el hedonismo, y de oriente por el dolor. Cuando le cometen falta a un jugador occidental, simula morir. Los orientales se levantan en medio del dolor, se soban el esternecleidomastoideo averiado por el golpe aleve del rival, y regresan a la fatiga.

Hablando de árbitros que se equivocan, conviene recordar lo que Wilde leyó sobre el piano de un bar en Nueva Orleáns: "No disparen sobre el pianista: procura hacerlo lo mejor que puede".

A medida que sus equipos son eliminados, los entrenadores derrotados llaman a sus mujeres -o amantes- desde el camerino, y les ordenan que empiecen a mirar avisos clasificados.

Che, Maradona, excluir de la selección a Riquelme, Lavezzi, Zanetti o Cambiasso es tan insólito como editar una antología de creadores gauchos sin Borges, Cortázar o el "divino" Lugones. Tal vez allí radica parte del fracaso.

La historia, implacable, suele abreviar. Solo recuerda a los ganadores. "El segundo siempre es el primero de los derrotados".

Pasar del mundial al balompié local es como hacer el tránsito de la langosta al proletario chunchullo. Pero toca. El fútbol es el fútbol en cualquier parte. Nos vemos en Brasil-2014.

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