De confirmarse esa tendencia, y el tiempo dirá, se aguaría la fiesta que ha desatado en Estados Unidos el anuncio de la muerte del famoso terrorista formado por la CIA y después declarado enemigo público número uno, tan oportuno y conveniente cuando Obama se dispone a contender por la reelección y sus cotas de apoyo han descendido.
Sobre el hecho mismo narrado,en distintas versiones rocambolescas, no pocas zonas informativas permanecen oscuras. ¿Por qué esa operación ahora, si los bien implantados servicios de inteligencia en la región en conflicto, tendrían que haber localizado desde hace tiempo a Bin Laden en un sitio tan vulnerable como el que se describe? ¿Por qué tanta prisa en desaparecer el cadáver? Y por último recordar que desde hace años distintas personalidades políticas, estadounidenses unas y de Paskistán y Afganistan otras, muy bien enteradas, lo dieron por muerto a causa de graves e insuperables padecimientos renales.
Razonables dudas aparte, el jolgorio puede tener un límite y desvanecerse como espuma momentánea cuando el ciudadano que vota se confronte a la dura realidad de una economía a la baja, que el candidato al frente de la Casa Blanca prometió sanar. Por lo pronto los mercados bursatiles experimentaron con el anuncio una reacción positiva de muy corta duración para volver a caer sintomáticamente.
