Miguel Fernández, periodista cubano residente en Miami - Cubainformación.- Hasta estas orillas de América llegó la noticia del nuevo crimen. Manos empapadas de odio intentaron vandalizar este viernes 12 de agosto, la memoria en piedra del Poeta de Orihuela, que recuerda todos los días en el madrileño San Sebastián de los Reyes, que el espíritu inmortal de Miguel Hernández está más vivo que nunca. 


El poeta pastor, quizás nos alerta, desde su pedestal embarrado en pintura roja, que aún están vivas las fuerzas del odio, de una ultraderecha fascista que se resiste a convivir en paz, las mismas que hace 69 años le arrancaron la vida en las mazmorras alicantinas.

Los cobardes atacadores dejaron a su paso svásticas nazis sobre el monumento, e inscribieron textos emblemáticos del fascismo español como “Rojos no” y “Arriba España”, además de cubrir  el rostro del poeta con pintura roja. Una señal inequívoca que la democracia es solo un juego para estos sicarios que, aunque se arropen en sobrios trajes con corbata, aún conservan la nostalgia de las bombas sobre Guernica.

Miguel, desde el Cielo, sigue apuntando con su pluma y con su ejemplo cual es el camino a seguir. Sea en Madrid, en la Habana, en Miami o en cualquier rincón del planeta donde el odio pretenda imperar sobre la razón humana, porque los que actúan inspirados en el odio,  solo muerte y destrucción reservan para sus oponentes.

Ese Miguel que cambió su pluma por el rifle, que cavó trincheras y arengó a los milicianos de la República, el Miguel que se hermanó en el frente de combate con el cubano Pablo de la Torriente Brau, el poeta, combatiente y comunista, es el Miguel que le sigue doliendo en las costillas a esos que pretenden regresar al pasado de terror y odio.

De odiadores está lleno el mundo. El pasado 22 de julio, en Oslo, Anders Behring Breivik, dejó una estela de sangre y muerte, a nombre del anticomunismo. De este lado del mar, en la “apacible” ciudad en que vivo y escribo estas notas, a nombre de ese mismo anticomunismo furibundo, satanizan músicos, destruyen libros y discos, y exigen que resuenen los tambores de la guerra contra una islita gigante e irredenta que se llama Cuba.

Vandalizar el memorial de Miguel Hernández es solo una muestra de cuan derrotados están esos cobardes –donde quiera que estén- pero, ojo, porque el odio, aunque venga de perdedores, siempre cobrará su deuda de sangre. Ahora solo queda mantenerse, como aquel Miguel comisario, alertando a los hombres de bien a seguir en combate.

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