Miguel Fernández, periodista cubano residente en Miami - Cubainformación.- El 6 de octubre de 1976 yo tenía apenas 17 años de edad. Era uno más de los millones de cubanos que conocieron, a través de la radio, la televisión y los periódicos, la noticia de que un avión comercial de la aerolínea Cubana de Aviación hacia sido destruido en pleno vuelo, con 73 personas a bordo. Jamás olvidaré ese minuto preciso en que todos nos sacudimos ante tamaña crueldad.
Aquel fatídico día, aún era un adolescente que recién concluía sus estudios pre-universitarios, y como tantos de los míos vivía ajeno a las palabras terrorismo, odio, crueldad. Crecía y soñaba con conquistar el futuro, sin saber que detrás de las sombras, los resentidos y aplastados por la historia no cejaban en sus intentos por destruir nuestra inocencia.
Ese día -el 6 de octubre de 1976-, empecé a comprender que significaba la palabra terror, pero aprendí también a conocer la palabra dignidad, ambas en su extrema magnitud. Ese día de octubre comprendí que la muerte y la venganza se arropan unidas en los cuerpos ocultos del terrorismo que no mide consecuencias.
Jamás olvidaré, a pesar de las apologías y reconocimientos que cada día se hacen en Miami a los terroristas confesos Orlando Bosh y Luis Posada Carriles, los dos autores intelectuales de este criminal sabotaje, sus macabras frases de: “en ese avión solo iban “cuatro o cinco negritas”, (dijo Orlando Bosch), o el “duermo como un bebé”, que dijo Posada Carriles, cuando en tiempos diferentes se les preguntó sobre estos hechos.
Orlando Bosh no tuvo reparos de decir públicamente ante las cámaras de televisión, al ser apresado en Venezuela, que “seguirá la lucha y seguirán los atentados en toda forma y manera a nuestro alcance”. Su confesión pública la reafirmó en una entrevista concedida al periodista Juan Manuel Cao el 5 de abril de 2006, cuando afirmó, sin pudor alguno que “en una guerra… como la que tenemos los cubanos amantes de la libertad contra el tirano, usted tiene que derribar aviones, usted tiene que hundir barcos, usted tiene que estar preparado para atacar lo que esté a su alcance”
Ni Bosh ni Posada Carriles sintieron piedad alguna para decidir la masacre de tantos jóvenes, esgrimistas en su mayoría, que regresaban a la Patria con el placer de llevar el máximo trofeo de vuelta, después ganar todas las medallas de oro en el Campeonato Centroamericano y del Caribe celebrado en Venezuela.
.”Yo estaba en Caracas –aseguró Bosh, el pediatra-asesino- y vi a las muchachas jóvenes por la televisión. Eran seis. Después que terminó la competencia, ésta, que era la líder de las seis, dijo que “esta victoria se la debemos a Fidel”, etc, etc. Y dio todo un discurso de loas al tirano. Nosotros habíamos acordado en Santo Domingo que todo el que saliera de Cuba a llenar de glorias a la tiranía tenía que correr los mismos riesgos que los hombres y mujeres que combatían junto a esa tiranía”.
Posada Carriles también describe con inigualable cinismo, en su libro autobiográfico "Los Caminos del Guerrero", su participación en tan macabro y abominable hecho, que enlutó a 73 familias cubanas, guyanesas y coreanas.
Después de 35 años, el crimen sigue impune. Orlando Bosh murió en la tranquilidad de su casa, libre de “toda culpa”, gracias a las gestiones de la Representante al Congreso de Estados Unidos Ileana Ros-Lethinen, y al perdón presidencial otorgado por el expresidente norteamericano George Bush (padre).
Posada Carriles camina sobre piedras ensangrentadas en una ciudad que lo ampara y lo califica de “héroe”, con el beneplácito de una justicia federal que cerró los ojos para absolver a un terrorista que no se esconde para vanagloriarse de sus muchos crímenes.
Todavía recuerdo aquel día de octubre de 1976, cuando uno de mis amigos de escuela, Carlos Alberto Cremata, perdió a su papá, asesinado por los que odian a su Patria y llevan 52 años tratando de devolver a los criminales y torturadores al poder que el pueblo les arrancó de las manos.
