Por Manuel E. Yepe* /Foto Virgilio Ponce - Martianos-Hermes-Cubainformación.- La influencia desempeña un papel cada vez más importante en el sistema político estadounidense. La oligarquía financiera compra y paga cada vez más abiertamente a los políticos con donaciones para sus campañas electorales, haciendo con ello más evidente una mutua dependencia que sitúa a la ciudadanía en una posición de total indefensión.


La fusión del poder de las corporaciones con el accionar de los funcionarios electos o nombrados en el sistema “democrático representativo” no deja espacio a la defensa del interés público.

Millones de dólares en financiamiento para las elecciones inundan las salas del poder de Washington aportados por decenas de miles de bien remunerados lobistas de las corporaciones, en tanto que los ejecutivos de las corporaciones se mueven cada vez con mayor libertad entre lo público y lo privado. La separación entre los organismos del gobierno y las corporaciones privadas se hace más y más intangible.

Este control corporativo sobre la actividad del gobierno ayuda a explicar por qué la ciudadanía estadounidense sufre un sistema de salud que llena los bolsillos de los ejecutivos de la industria en detrimento de los enfermos; la industria de la guerra causa tanta muerte y destrucción para enriquecer a fabricantes de armas y
contratistas de la defensa, y el sector financiero quebranta a la clase obrera y a los pobres para distribuir miles de millones de dólares en bonificaciones a los directores ejecutivos de Wall Street.

Este corporativismo en rápido crecimiento se extiende más allá de las fronteras de la nación a través de su diplomacia, como denunció un artículo titulado “Cómo las corporaciones dominan la diplomacia estadounidense” publicado a fines de junio en la revista Information Clearing House con la firma de Rania Khalek.

Muchos de los mensajes de embajadas de EE.UU. publicados por WikiLeaks revelan la exorbitante influencia que ejercen las corporaciones sobre la diplomacia de Washington y la constante intervención del personal de sus embajadas en los asuntos internos de otros países por cuenta de las corporaciones estadounidenses.

Esta colusión corporativa-gubernamental, que a menudo opera a los más altos niveles del poder, ha logrado crear un procedimiento operativo que propicia que los funcionarios del gobierno tengan lo que puede considerarse un segundo empleo como servidores de las corporaciones que, en el caso de los diplomáticos, equivale a un trabajo como agentes virtuales de mercadeo de alguna corporación.

El trabajo periodístico de Rania Khalek ilustra con revelaciones de WikiLeaks la manera en que los diplomáticos de EE.UU., de manera sórdida e indecorosa, actúan más por cuenta de intereses corporativos que por los de la nación que representan.

Con diplomáticos sirviéndoles como personal de ventas con acceso privilegiado a los jefes de Estado de muchos países, las grandes corporaciones promueven la venta de sus mercancías, tecnologías y servicios, y ofrecen a muy elevado nivel de gobierno seductores contratos capaces entorpecer las ofertas de sus rivales europeos o asiáticos.

Con beneplácito o aprobación del Departamento de Estado, en algunos países, diplomáticos estadounidenses espían por cuenta de las corporaciones y en detrimento de los derechos populares y el medio ambiente, a dirigentes indígenas, obreros, estudiantiles y académicos, así como a sus partidarios que organizan huelgas y protestas.

Por encargo de los consorcios, diplomáticos de EE.UU. analizan las políticas oficiales de los países de su acreditación que afectan o puedan perjudicar sus intereses corporativos y tramitan sobornos y pagos para sufragar acciones desestabilizadoras.

En no pocos países tercermundistas, diplomáticos de Estados Unidos se involucran en las relaciones obrero-patronales ejerciendo presión sobre los gobiernos para objetivos tales como, por ejemplo, mantener por debajo del salario mínimo oficial a los trabajadores de las maquiladoras.

Quizás el logro más positivo de las indiscreciones de WikiLeaks haya sido sacar a la luz la corrupción introducida en el gobierno de los Estados Unidos por las corporaciones a través su diplomacia.

Se evidencia que la oligarquía estadounidense, que hace siglos ha venido actuando como un gobierno invisible, se adentra en una época en que ha tenido que dejar a un lado la ficción democrática para mostrarse crudamente.

Parece que la ciudadanía consciente de Estados Unidos también ha comenzado a ver el asunto más claramente, pese al ocultamiento y manipulación de la información por los medios principales en manos precisamente de aquel gobierno invisible.

La consigna popular de “¡Ocupar Wall Street!” enarbolada por los “indignados” en representación declarada del 99% de los ciudadanos de Estados Unidos como propuesta para resolver la crisis del sistema, es prueba de ello.

*Manuel E. Yepe periodista cubano, especializado en temas de política internacional.

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