Juan Pozo Álvarez - Panorama Mundial.- Ni remotamente el Caribe en toda su extensión constituye el centro de análisis político-militar, pero sí es una zona en la que convergen diversos intereses coloniales que reflejan las distintas tendencias y consecuencias de los efectos socio-políticos y económicos de los polos de poder mundial,


en particular los intereses político-económicos y estratégico-militares que ha defendido los EE.UU., en su condición de la potencia que posee el mayor dominio militar en el mundo.

En el caso particular del Caribe insular, este se integra a un espacio socio-económico y geopolítico más amplio que es América Latina, la misma que ha sido el traspatio tradicional de Washington, región en la cual se viene evidenciando un vertiginoso debilitamiento de su influencia y planes hegemónicos, reflejado en el marco político y aspiraciones imperiales de algunos de los círculos de poder que existen en la compleja sociedad estadounidense.

Por mucho que disfracen sus pretensiones y verdaderos propósitos, los hechos demuestran todo lo contrario, ya que el Caribe, sin constituir una prioridad, ocupa un lugar concreto en su política exterior.

Esto permite aseverar que en el caso específico de las pequeñas islas del Caribe, la presencia de los EE.UU. ha atravesado por disímiles etapas y momentos históricos, hasta alcanzar su fase superior imperialista, con la creación de un sistema de dominación hemisférica que fortalece su liderazgo, a la vez que acrecienta las tensiones. De ahí que los EE.UU. muestren su marcado interés para de alguna forma, mantener su presencia hegemónica en áreas claves de las islas del Mar Caribe.

Es por ello que se le ha dado cuerpo a la Iniciativa de Seguridad y Asistencia Militar para el Caribe que anunciara el Presidente Barack Obama durante la V Cumbre de las Américas, de Puerto España, Trinidad-Tobago, en abril del 2009. Es a través de su Embajada con sede en Barbados, para los países del Caribe Oriental que esta iniciativa se lanza con la firma de Memorandos de Entendimiento con algunos gobiernos en la región, haciendo especial énfasis en la supuesta lucha contra el narcotráfico que, por una parte, no solo compromete a los restantes, sino que también provoca fricciones e incomprensiones.

En correspondencia con lo antes expuesto, no resulta difícil encontrar a lo largo y ancho del Mar Caribe a sus dispositivos navales para el servicio de guardacostas, con sus respectivos equipos, muy sofisticados, con los cuales justifican su presencia y superioridad militar.

En tal sentido, la actual administración no pretende renunciar a su compromiso con los gobiernos del Caribe oriental, por lo que seguirán dando una atención diferenciada al desarrollo de programas específicos en el marco de su interpretación de la Iniciativa de Seguridad, con unas fuerzas armadas preparadas para enfrentar los nuevos escenarios.

El Caribe insular tiene a su favor que los principales ejes de conflictos están alejados de sus costas, pero en su contra está que por su cercanía al país norteño, constituyen una latente amenaza de acuerdo a este mismo concepto de seguridad nacional, excusa que utilizan de sustento para enfocar el proyecto Caribe de una forma distinta.

No es casual su ofensiva política y económica y el uso de otras palancas de presión y de acceso a través del canal militar. Para contener lo que consideran amenazas, activan sus mecanismos, aumentan la presencia de sus fuerzas navales en lugares estratégicos de la geografía caribeña, con el ofrecimiento de ayuda y asesoramiento en la lucha contra el narcotráfico y el tráfico ilegal de personas, lo que les permite poner en práctica sus planes hegemonistas y así consolidar su orientación geopolítica en una región tan vulnerable, diversificada y dependiente.

Estas condiciones se convierten en un factor facilitador para que relancen una estrategia, en busca de un mayor espacio en los renglones socio-económicos, sin descartar el terreno político-militar, con el cual tratan de poner límites a otras influencias y amenazas adicionales que quieren contener, pues estas van en contra de su diseño en política exterior, como es el caso de Cuba y Venezuela que encabezan el proyecto integracionista de la ALBA, el cual se hace extensivo a otras naciones, entre estas 3 pertenecientes al Caribe anglófono oriental: San Vicente & las Granadinas, Dominica y Antigua-Barbuda.

Sucesivas administraciones de los EE.UU. han aprovechado las brechas que se abren en los distintos escenarios y para encarar el actual contexto se auxilian de sus engañosos discursos y manipulaciones que estimulan la “democracia”, promueven la “libertad”, eliminan las “tiranías”, velan por el respeto a los “derechos humanos”, enfrentan el “tráfico humano”, el “narcotráfico” e incluso los desastres naturales, por lo que sus objetivos ideo-políticos resultan abarcadores, usándolos como argumentos para maniobrar con el tema de la defensa, lo que les permite dar aseguramiento supervisado a las operaciones marítimas.

Como consecuencia, múltiples han sido las injerencias político-militares norteñas en lo que se conoce como el Gran Caribe, las cuales datan desde mediados del siglo XIX; pero que en su conjunto se traducen en invasiones militares, golpes de estado, campañas de desestabilización, entre otras, de las cuales hemos sido testigos y a su vez se convierten en coyunturas para preparar condiciones para proyectarse, enfrentar y contener distintos tipos de conflictos.

Recordemos que el entorno geopolítico natural de Cuba es el Caribe y nuestro país aparece de manera permanente en la lista de estados que patrocinan el terrorismo y que desde hace más de una centuria, en la zona del extremo sur oriental de nuestro archipiélago, existe una base militar naval con el sello inconfundible de la norteamericanización, a manera de burda violación de los derechos humanos, con el uso de su característica prepotencia y que además el pueblo cubano enfrenta un despiadado y prolongado bloqueo que lleva más de 5 décadas.

Dentro de ese confuso contexto se han desarrollado las relaciones norteamericanas con el Caribe, en tal sentido, resulta importante no confundirlas con una mayor ayuda o acercamiento hacia la región, pues está demostrado que tan solo les preocupa el curso de sus intereses.

La actual orientación de la política exterior de Washington hacia el Caribe, podríamos decir que aparece insertada en otro orden de prioridades, enfocada hacia otros asuntos de mayor alcance mundial y complejidad en el Medio Oriente. No obstante, aprovechan situaciones bien enmarcadas y temas de sensibilidad que constituyen un reto para su tema de seguridad nacional, como ya reflejamos con antelación.

Con estos antecedentes, la nueva administración de Obama no puede ocultar su verdadero propósito de la supuesta defensa de seguridad nacional, por lo que adquiere especial trascendencia el replanteo de sus relaciones con los países caribeños, resultado de un ambiguo procedimiento que refleja su naturaleza imperial.

Durante la administración de Obama ha prevalecido una política netamente engañosa, con una línea aparentemente más suave. Esta falacia constituye una etapa diferenciada, que se hace más difícil de atacar y contrarrestar, por lo que tratan de recuperar el prestigio perdido con la anterior administración Bush, no obstante, el fin es el mismo, ya que Obama responde a intereses de esos círculos de poder.

Con el agravamiento de la crisis, han prometido un incremento de financiamiento para la iniciativa de seguridad en el Caribe y la lucha contra el crimen, ayuda para combatir los efectos del cambio climático, así como cooperación en la esfera de la educación y en el deporte, pero lo cierto es que su programa actual no ha satisfecho las expectativas.

Por otra parte, siguiendo instrucciones al más alto nivel, funcionarios de las Embajadas norteamericanas acreditadas en la región, vienen desplegando una discreta ofensiva política y diplomática para desestimular cualquier tipo de apoyo de los países de la región a la resolución que presentó Palestina en la Asamblea General de la ONU, reclamando su reconocimiento como estado independiente.

Este y no otro es el nuevo modo de enfocar las acciones de la administración Obama, que armó mucho ruido en la V Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, mostrando una aparente disposición para dejar atrás un pasado desagradable y así normalizar las relaciones, concediendo beneficios y ayuda. En realidad es todo un protector de pantalla para disimular su desvelado esmero de convertir al Caribe en una retaguardia fiel y segura para su política exterior.

No hay dudas que habrá que seguir de cerca el curso de los acontecimientos. La crisis global se expande, adquiriendo nuevas y desconocidas facetas, con un EE.UU. que en su sed imperial continúa su progresión hegemónica y belicista, lo que ha quedado demostrado con la sanguinaria cacería hecha en Libia, basado en la burda mentira y la desinformación a gran escala, lo cual es una verdadera amenaza para el destino de la humanidad, pues abierta y cínicamente se viola todo lo que está estipulado por las Naciones Unidas.

Ante estos acontecimientos no es posible permanecer en silencio, por lo que la denuncia de estos hechos es un reto necesario que demandan los duros tiempos en que vivimos y en este particular, las pequeñas islas del Caribe, reiteradamente, sin complejo alguno, en distintos escenarios han demostrado que tienen voz propia y han sido capaces de acometer acciones que refuerzan su posición por el bienestar de la región, en abierto desafío a la nación más poderosa del mundo.

Fuente: Panorama Mundial

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