Leyde E. Rodríguez Hernández, Otras Visiones Políticas.- Carlos Marx decía que Francia es el país de la política, Alemania el de la filosofía e Inglaterra el de la economía.

 


«Francia, país político», es una simplificación intencionada, una síntesis, pero que ahora, como en los tiempos del genial pensador, contribuye a explicar que existe, a partir del 6 de mayo de 2012, una singularidad francesa (más que una « excepción francesa »). Esta singularidad, que podría ser relativa, radica en que el partido socialista francés (centro-izquierda, antigua socialdemocracia), ha llegado a la presidencia francesa sin ocultar el deseo de intentar cerrar un breve y problemático ciclo histórico de políticas neoconservadoras.

 

Es un dato sumamente curioso que el nuevo inquilino del Elíseo, François Hollande, haya pronosticado, el 6 de mayo de 2007, cuando ostentaba el cargo de primer secretario del partido socialista, que la luna de miel de los galos con Nicolás Sarkozy terminaría con un amargo despertar: los ciudadanos recibirán una temible factura como consecuencia de la política económica y fiscal del entonces flamante presidente.

Sin equívocos,  François Hollande -vencedor y nuevo líder de los franceses con más del 52% de los votos de la elección presidencial-, fue premonitorio, porque la derrota de Nicolás Sarkozy está asociada a la incapacidad de cumplir con su principal axioma de la campaña electoral, en el 2007, centrada en la manida frase de “trabajar más, para ganar más”, la cual embrujó a los 18.800.000 de personas que votaron por él, para un 50,8% de los votos. En aquel momento, el análisis socio-demográfico realizado por institutos de encuesta arrojó que habrían votado por Nicolás Sarkozy el 46% de los obreros, el 25% de los desocupados, el 77% de los trabajadores independientes, el 82% de los artesanos y comerciantes, el 67% de los agricultores, el 65% de los jubilados y el 42% de los estudiantes. Aquel 6 de mayo de 2007 se pudo constatar que, incluidos los obreros, ningún estrato social numéricamente significativo, salvo los desocupados, votó masivamente contra Nicolás Sarkozy y que, por el contrario, los sectores ideológicamente más conservadores, como los agricultores, los trabajadores independientes y los artesanos y comerciantes votaron masivamente por el candidato de la derecha.

Por su parte, los más ricos no tuvieron ninguna dificultad en identificar al candidato más resuelto a defender sin vacilaciones sus intereses: los dirigentes de la asociación patronal MEDEF estuvieron exultantes con el resultado electoral y, ejemplo extremo, en Neuilly-sur-Seine, el suburbio aristocrático de París, Nicolás Sarkozy obtuvo el 86,81% de los votos.

Bajo el influjo de esta ola sarkozysta, Francia se vio gobernada en los años 2007-2012 por una derecha dura e implacable, que defendió, sin concesiones de ningún tipo, un programa funcional a los intereses del gran capital transnacional expuesto claramente durante la campaña electoral y en los años posteriores, si bien se adornara con promesas demagógicas de un futuro mejor luego que Nicolás Sarkozy delineara su misión imposible: “moralizar” un sistema capitalista” que en el siglo XXI es más impúdico y represivo que en  épocas históricas precedentes. [1]

En tal sentido, Nicolás Sarkozy no solo se vio frustrado de moralizar el sistema social  que por naturaleza reproduce la inmoralidad a escala planetaria, sino también tuvo poco éxitos en sus esfuerzos por incrementar el crecimiento económico, reducir el déficit presupuestario, que se hace cada vez mayor, y las inversiones siguieron sin responder a las expectativas de mejoramiento del nivel de vida de la población. La manipulada  frase de “trabajar más, para ganar más”, se tradujo en la cotidianidad francesa en menos posibilidades de empleos, lo que significó aproximadamente una tasa de desempleo de 9,8 %, un desempleo de los jóvenes de menos de 25 años de un 24% y un número total de desempleados en el orden de los 4,5 millones. Además, 8 millones de franceses viven por debajo del umbral de la pobreza (fijado en 970€ mensuales) en la quinta potencia mundial, mientras que el país es dos veces más rico que en 1990 (2,56 billones de euros de riqueza producida al año).[2]

Calificado por muchos como "el hiperpresidente" por su intensa actividad presidencialista y la constante exposición mediática,  Nicolás Sarkozy recibió un voto de castigo por sus promesas incumplidas e irresponsabilidades al frente del Palacio del Elíseo, que lo llevaron a convertirse en el estadista más impopular de la V República francesa. El ejercicio de malabarismo electoral hacia la seducción de los electores de la extrema derecha fue un hecho muy complicado para Nicolás Sarkozy, porque los votantes de este viejo partido filo-fascista están muy identificados con la estrategia de su joven líder y abogada Marine Le Pen, tendiente a distanciarse del antisemitismo de su padre y normalizar en gran parte la retórica (aunque no el contenido político) de su partido extremista, antiinmigración y contra la Unión Europea, lo que le ha funcionado, para convertirse en la tercera fuerza política gala. Por lo que parece indicar que el Frente Nacional tiene unos apoyos más amplios que nunca en la política francesa.

En el momento del voto definitivo, el 6 de mayo de 2012, en la mente de millones de franceses  martilló el recuerdo de las controversias alrededor de la figura y la imagen de Nicolás Sarkozy. Los electores recordaron múltiples escándalos de corrupción y de financiamientos ocultos a su carrera política. El capítulo de las vacaciones pagadas por amigos multimillonarios en exclusivos emporios turísticos, su cercanía con el neoconservador mandatario estadounidense George W. Bush y su postura con respecto a la invasión a Iraq, la guerra en Afganistán, contra Libia e incluso la incursión del ejército galo en Costa de Marfil, todo esto completó el dudoso perfil del ya antiguo inquilino del Elíseo, quien por sus últimos movimientos electorales en el ámbito político de la extrema derecha demostró su marcado linaje derechista al exhortar a sus socios europeos a aceptar un cierre  de las fronteras si el flujo migratorio arrecia, revisando el acuerdo Schengen, en  vigor desde 1995.

¿El cambio es ahora?

La victoria de la centroizquierda francesa, luego de 17 años de presidentes de derecha, tiene un impacto en el escenario europeo que no puede minimizarse, porque como ha prometido François Hollande en su consigna electoral: “el cambio es ahora”; lo que debe producirse en los próximos meses es la reorientación del rumbo en la política económica y financiera de Francia, pasando inevitablemente por un debate sobre estas intenciones en el seno de las instituciones de la Unión Europea, que implicaría a todos sus miembros atendiendo a la influencia de Francia en el sistema regional europeo dada su condición de quinta potencia mundial y segunda economía de la Eurozona.

François Hollande ha establecido el compromiso con su pueblo de que renegociará  el pacto fiscal europeo de ajustes y austeridad, impulsado por Nicolás Sarkozy y el canciller Angela Merkel, quienes establecieron una alianza bautizada como el eje “Merkozy”, para agregarle un acápite de apoyo al crecimiento económico. En los próximos días, François Hollande le explicará a Angela Merkel su deseo de que el Banco Europeo de Inversiones, en Luxemburgo, conceda más créditos a las pequeñas y medianas empresas; reasigne los fondos de cohesión no utilizados del presupuesto de la Unión Europea para impulsar el estímulo de la economía; la creación de bonos europeos para financiar las infraestructuras sociales y otros proyectos que permitan el crecimiento económico y la transformación de la relación entre el Banco Central Europeo y el Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera, para que este último pueda aprovechar el dinero del primero.

¿Qué pasará en caso de que François Hollande defienda con fortaleza sus promesas electorales? Hasta hoy el canciller Angela Merkel considera que el pacto fiscal "es innegociable", aduciendo que  los ajustes son la única manera de lograr el crecimiento de las economías, por lo que cabe esperar una polarización del debate en torno a la política económica y financiera de la eurozona en la cumbre europea prevista para el 28 y 29 de junio de 2012.

Una  nueva política francesa, sin alejarse totalmente de la economía neoliberal dominante en el escenario europeo, provocaría una inevitable conmoción y contradicciones con la ortodoxa política de austeridad aplicada por la Unión Europea. El nuevo presidente francés parece hablar con responsabilidad cuando exige una reorientación del nuevo marco de gobierno económico de la eurozona hacia políticas que piensen más en el crecimiento de las economías.

Aunque  la proyección de François Hollande no implica transformaciones estructurales del sistema capitalista, muchos coinciden que con las perspectivas económicas y presupuestarias cada vez más pesimistas que afrontan España e Italia, una nueva campaña para poner en marcha políticas de crecimiento económico más dinámicas podrían no dejarle tan aislado en Europa, como algunos predecían, y reduciría las tensiones con Alemania. De todas formas, hay que esperar la reacción de los mercados financieros a la nueva estrategia francesa. Si los mercados permanecen tranquilos, el presidente François Hollande podría jugar con la posibilidad de iniciar un periodo más largo de incertidumbre europea. Si no, ningún presidente francés puede permitirse el lujo de provocar ni mantener una situación de más inestabilidad en Italia y España, con el riesgo de contagio a Francia. Es imposible prever cuánto tardará la eurozona en alcanzar un nuevo consenso sobre la disyuntiva entre austeridad o crecimiento económico.

En el plano interno, para el presidente François Hollande es una fortaleza política que su partido cuente con mayoría absoluta en el Senado, que es incluso presidido por Jean-Pierre Bell un correligionario socialista.  Es además probable que pueda apoyarse en una mayoría de su propio partido en la Asamblea Nacional, como resultado de las elecciones parlamentarias del 10 y el 17 de junio próximo, otro escenario no menos favorable sería la necesidad de alcanzar algún acuerdo de gobierno con otros partidos de la llamada izquierda plural como los Verdes, el Partido de la Izquierda y el Comunista, estos dos últimos unidos en el Frente de Izquierda, en una progresión electoral de indiscutible perspectivas políticas para la sociedad francesa, porque enarbola un programa verdaderamente alternativo al neoliberalismo y al sistema capitalista.

En cualquier caso, François Hollande, dado el extraordinario poder constitucional del presidente francés, tendría enorme libertad para dirigir, a su gusto, la política europea de Francia. Las únicas limitaciones posibles estarían en las presiones para convocar referendos sobre temas importantes y la necesidad de obtener una mayoría parlamentaria de tres quintos para llevar a cabo cambios constitucionales.

El presidente François Hollande también deberá recordar que los franceses aman la paz y tiene el desafío de cumplir el compromiso electoral de retirar los 3600 efectivos militares desplegados en Afganistán antes de finales de 2012.

Pero el escenario postelectoral interno continuará caldeado ante la siguiente cita electoral legislativa -fijada para junio- en que el Frente Nacional encabezado por Marine Le Pen anticipa obtener algunos escaños en la Asamblea Nacional francesa. Este sería otro hecho que impactaría la política gala al significar el regreso de la extrema derecha al Parlamento, después de 25 años de ausencia en esa instancia de poder. En la extrema derecha en ascenso con un discurso antisistema y antieuropeo, François Hollande tendría la oposición más radical a su proyecto de reacomodo del modelo económico neoliberal en el contexto francés.

La elección de François Hollande en Francia y el progreso de la influencia política de Jean-Luc Melenchon, líder del Frente de Izquierda, en dicho país, debería ser un motivo de reflexión para las fuerzas de izquierda europeas  incapaces hasta ahora de dar una respuesta teórica, ideológica, económica, política y cultural coherente a la realidad contemporánea, dominada en todos los órdenes por el capital monopolista transnacional y caracterizada por el incremento de la explotación y de la opresión de los trabajadores de todas las categorías, el despojo de los recursos naturales, incluidos los alimentarios, de los países llamados periféricos, la degradación acelerada del medio ambiente y la sucesión de guerras de agresión imperialistas desatadas por los Estados Unidos, las cuales recibieron de sus aliados, incluida Francia, un apoyo incondicional.

Esperamos que en “Francia, país político”, el cambio de verdad sea a partir de ahora. El presidente François Hollande tiene en sus manos una gran responsabilidad histórica y la posibilidad única de innovar y renovar los enfoques hacia una dirección progresista de la política francesa en Europa y en el escenario internacional.

Sí, en eso se espera, con toda seguridad, la contribución de Francia en los próximos cuatro años, para bien de los franceses que acaban de desafiar por las urnas las draconianas políticas de austeridad. Y para esperanza de la humanidad toda. ¿Por qué no?

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