Foto de la intervención de Fidel durante la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en 1992

Yaima Puig Meneses - Granma.- Veinte años después de realizada la primera Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, Brasil, lejos de mejorar, se ha hecho mucho más evidente el progresivo deterioro de las condiciones naturales en nuestro planeta y la mayor parte de los principios aprobados en ese momento —ratificados diez años después en Johannesburgo–, han sido constantemente boicoteados por muchos países desarrollados.


 

Al iniciarse hoy en Brasil otra Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (Río+20), un grupo de países continúa ignorando el nexo existente entre el desarrollo económico y social y la preservación del medio ambiente reconocido en 1992, en Río de Janeiro, bajo el paradigma del desarrollo sostenible. Muy poco se ha hecho desde entonces para contrarrestar el continuo deterioro de la calidad ambiental y la agudización de los principales problemas socioeconómicos internacionales.

Aun así, continúan siendo amplias las expectativas generadas alrededor de este importante evento internacional que tiene como principales objetivos: alcanzar un renovado compromiso político en favor del desarrollo sostenible; evaluar los avances logrados hasta el momento y las dificultades que aún persisten en la aplicación de los resultados de las dos Cumbres anteriores —Río 1992 y Johannesburgo 2002—; y al mismo tiempo, hacer frente a las nuevas dificultades que están surgiendo e impiden el cumplimiento de los objetivos internacionales acordados en el contexto del desarrollo sostenible.

En tanto, los debates estarán encaminados a dos temas fundamentales: la economía verde en el ámbito del desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza; y el marco institucional para el desarrollo sostenible.

DESARROLLO SOSTENIBLE ¿PARA QUIÉN?

El agravamiento de muchos de los problemas que condujeron a la cita de 1992, ha generado múltiples crisis internacionales, cuyo denominador común son los insostenibles patrones de producción y consumo de los países desarrollados. No obstante, la actitud de la mayoría de esos gobiernos se aprecia cada vez más distante del reconocimiento de su responsabilidad histórica al respecto.

Mientras, la población mundial supera ya los 7 000 millones de habitantes con recursos cada vez más escasos y ciudades al límite de sus capacidades. ¿De qué sirve diseñar acciones, principios y proyectos comunes en escenarios internacionales si luego no se utilizan, ni se cumplen, ni se implementan?

La llamada economía verde ha sido uno de los más controvertidos temas durante el proceso de preparación de esta Cumbre, pues es vista como el remplazo del paradigma del desarrollo sostenible y una alternativa a la necesidad de modificar los actuales patrones de producción y consumo a través del empleo de la energía renovable, reciclando los desechos, con productos menos tóxicos y una serie de factores más que, dicho así, podrían parecer la mejor solución para resolver muchos de los actuales problemas que afectan el medio ambiente.

Sin embargo, para ello es necesario, además, transformar el modo en que se produce, en que se consume, en que se distribuye mejor la riqueza y se transfieren recursos financieros y tecnología hacia los países en desarrollo. La economía verde no incluye eso, parte de una visión artificial, donde se supone que a través de productos ecológicamente más limpios, es posible reformar la economía mundial.

Incluso, el origen del concepto está asociado a la crisis financiera del 2008 y es considerada como otra de las tantas estrategias de supervivencia del capitalismo. El solo hecho de priorizar el pilar económico y relegar a un segundo plano las dimensiones social y ambiental del desarrollo sostenible, ya la vuelven incompatible en gran medida con los principios de la Declaración de Río aprobada en 1992 y las propuestas de la Agenda 21.

¿Cómo la economía verde contribuye a la erradicación de la pobreza, a disminuir las inequidades y el abismo entre los más pobres y los más ricos? Para nada de eso tiene respuestas hasta la fecha. Su aplicación, irracional y descontextualizada, más bien podría incrementar los problemas en este sentido.

La humanidad pide a gritos soluciones inmediatas para los acuciantes y catastróficos problemas ambientales que hoy amenazan, más que nunca, la supervivencia del planeta. Las herramientas están a mano, pero falta voluntad política de muchos gobiernos; falta pensar menos en ver crecer las riquezas económicas y contribuir más a erradicar la pobreza, no en parte ni en algunos lugares "escogidos". Falta pensar más en el ser humano como el centro de las preocupaciones relacionadas con los principales problemas del medio ambiente y el desarrollo.

Veinte años después de la primera Cumbre de la Tierra, esta nueva Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo constituye un escenario perfecto para evaluar, analizar, dialogar, decidir¼ todo a favor de los verdaderos problemas que afectan hoy la subsistencia de la especie humana. La pregunta es ¿seremos capaces de lograrlo?

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