Juan Carlos Zambrana Marchetti - Kaos en la Red.- En la alborada del siglo XXI, la humanidad experimenta una renovación del entendimiento que se manifiesta en el uso de la razón más que de los dogmas.


El avance de la ciencia ha iluminado áreas grises en que las creencias eran la única forma de ‘explicar’ la vida.

Hoy vemos gente en los trenes leyendo, mediante un dispositivo portátil, información antes restringida y ahora disponible vía electrónica en enormes librerías virtuales. Multitudes compartiendo información y organizándose en las redes sociales a través de Internet. Jóvenes analizando en tiempo real los acontecimientos políticos al otro lado del mundo. Éstas son algunas de las características de nuestros tiempos que nos obligan a hacer una lectura más racional de la realidad, lo cual se manifiesta en todos los aspectos de nuestras vidas, incluso en la política.

Para darnos cuenta de la magnitud del cambio, tendríamos que empezar por recordar que en la antigüedad los gobernantes y los gobernados daban la impresión de pertenecer a mundos diferentes. Los primeros, entronados como semidioses, y los segundos sometidos a la obediencia o a la represión.

Eso se debía, en gran medida, a que los pueblos no tenían acceso a la información, ni, mucho menos, a la toma de decisiones. Por lo tanto, el poder era privilegio de los reyes y el conocimiento era privilegio de los sabios, ambos ejerciendo la autoridad suprema otorgada por el designio de Dios.

En muchos aspectos, esa forma de entender la política se mantuvo vigente a través del tiempo, cambiando de forma más que de fondo hasta finales del siglo XX, cuando la tecnología puso la información y el conocimiento al alcance de los pueblos a través de Internet. Se redujo enormemente la diferencia de conocimiento entre el gobernante y su pueblo, lo que condujo a que el concepto de ‘pastores y rebaños’ fuese gradualmente reemplazado por el de ‘servidor y cliente’.

Hoy, basta con ver lo que Evo Morales está haciendo en Bolivia para darnos cuenta de que los tiempos han cambiado. Que estamos en un momento histórico para la humanidad, porque no se necesita ser enviado de Dios para conducir a un pueblo. Tampoco ser el heredero de un linaje en particular, o tener título nobiliario alguno. Ni siquiera ser millonario para comprar el poder, o controlar a los militares para gobernar por la fuerza. Desde que el pueblo tuvo acceso a la información, dejó de depender de la clase política que la controlaba para obligarlo a ceder su representatividad en la farsa de la democracia representativa.

Antes, se llegaba al Gobierno por el padrinazgo de las fuentes del poder que eran principalmente el dinero, las armas y el conocimiento. Monopolizar alguna de esas fuentes de poder era el mecanismo para mantenerse o rotarse en el poder, pero en el presente la liberación del conocimiento le ha dado al pueblo un poder inusitado que asusta a los conservadores.

La derecha está desconcertada a nivel mundial porque no encuentra la forma de enfrentarse con esta nueva fuerza. Ahora no sabe cómo actuar en democracia, porque sólo está programada para operar con el concepto tradicional del poder: aquel que conlleva autoridad absoluta sobre el destino de su pueblo, y en el que las masas sólo obedecían y su responsabilidad era la lealtad.

El poder ahora emerge del principio de asociación efectiva para reclamar la representatividad política que le corresponde al pueblo. Los individuos se organizan en grupos ciudadanos, asociaciones, confederaciones y grandes redes sociales capaces de conformar gobiernos y organizaciones internacionales sin perder su autonomía original.

Su responsabilidad, por lo tanto, no es ya la lealtad ciega con el gobernante, sino informarse para mediante su voto ejercer de modo independiente su capacidad de raciocinio. Ahora, la responsabilidad del líder parte del entendimiento de lo que quiere su pueblo y la honestidad para lograrlo.

El requisito para ser Presidente no es ya el poder personal ni la sabiduría extraordinaria, y mucho menos la predestinación. Es la lealtad con los intereses de su pueblo.

Es por eso que ahora, en Sudamérica, hombres y mujeres sin dobleces, poses, ni falsas grandezas conducen a sus naciones por profundos procesos de cambio, derrumbando viejas estructuras colonialistas que tanto sojuzgaron a sus pueblos. Los tiempos están cambiando, es verdad, pero no podemos perder de vista que todo esto se lo debemos al acceso libre al conocimiento. En síntesis, la nueva batalla de los imperios y ex imperios contra los pueblos se dará por tratar de volver a controlar las comunicaciones e Internet.

Todavía hay gente que no se da cuenta de la importancia que tiene para toda la humanidad el caso de Julian Assange, el fundador de Wikileaks. Es obvio que detrás del cargo de tener sexo consensual sin uso de preservativo los países de la OTAN esconden otra motivación: no sólo impedir las incriminatorias filtraciones de sus comunicaciones internas, que demuestran su traición a los intereses de los pueblos, sino además exponer otro proyecto que llevan a cabo muy discretamente en su desesperación por controlar las comunicaciones e Internet.

Con el pretexto de la ‘seguridad nacional’ pretenden monitorear Internet, invadir la privacidad de toda la humanidad y acumular información sobre todo lo que digamos y hagamos. Paralelamente, planean llenar Internet de penalizaciones, como por ejemplo, con la excusa de defensa de “derechos de autor”, criminalizar la libre difusión de información, incluidas imágenes. Con esos dos mecanismos nos tendrían a todos en sus manos, no para encarcelarnos a todos, sino para escoger a los que les resultaren incómodos como ahora es el caso de Assange.

La humanidad está cambiando, es verdad, pero éste es el momento crucial para que los pueblos hagan escuchar su voz en defensa del libre acceso al conocimiento y a la verdad. La prensa corporativa sigue escribiendo su historieta de engaño, y si los pueblos no salen ahora a apoyar esta causa, podemos perder la libertad que apenas empezamos a disfrutar.

Hagamos escuchar nuestras voces en defensa de Internet, del derecho a la información, de Julian Assange, del presidente Rafael Correa y del pueblo ecuatoriano. Instruyamos esa defensa a nuestros Gobiernos, y demandemos acción de los foros mundiales. Dicen los detractores de Assange que los Gobiernos tienen el derecho a la privacidad. Creo yo que están rotundamente equivocados. Somos los seres humanos los que tenemos el derecho la privacidad, los Gobiernos que instauramos, como servidores públicos, tienen la obligación de la transparencia, más aún cuando se trate de relaciones diplomáticas y no de la seguridad nacional.

Es el acceso libre al conocimiento y a la información lo que nos está formando una nueva conciencia política y dándonos el coraje para enfrentar poderes que antes parecían intocables. Es esa libertad la que les está dando a los pueblos, quizá por primera vez en la historia, el acceso directo al poder.

No nos dejemos quitar nuevamente esos derechos tan fundamentales que por tanto tiempo nos fueron conculcados.

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