Juan Manuel – Cubainformación.- Cualquiera, con la ayuda de una cuartilla de papel, puede comprobar la aplicación punto por punto del manual de propaganda o decálogo Goebbeliano en lo relativo a la última crisis coreana. El Estado del Norte sería una dictadura comunista hereditaria gobernada por la histeria mientras el del Sur sería una democracia ejemplar cuya presidenta es una mujer, donde reina la tranquilidad y se contempla las nuevas bravuconadas del Norte sin hacerles mucho caso.


No van más allá. Ahondar en las razones, las causas y los efectos, no conviene. Los grupos de expertos, think tanks, tecnócratas, que diseñan científicamente no sólo campañas de diversa índole sino la propia realidad, condenan al grueso de la población a formas de análisis basadas en el mito, la simplicidad y la emoción primaria, dirigiéndose a nosotros, según las técnicas propias a la publicidad, como a niños de 12 años. Lo que conviene es producir ideas claras, sencillas, repetidas hasta la saciedad por palabras e imágenes igualmente claras y sencillas. Nada nuevo hasta aquí.

Los elementos novedosos son por una parte, la utilización de las llamadas “redes sociales”, un espectáculo virtual personalizado cuya infraestructura depende de corporaciones capitalistas; por otra, la intervención de Organizaciones No Gubernamentales (ONGs), infiltradas por agentes de la inteligencia política y militar, que apoyándose en una imagen políticamente correcta otorgada por corporaciones capitalistas de la comunicación, exigen la capacidad de intervenir de manera independiente, al interior de estados soberanos, como supuestas emanaciones de una genuina sociedad civil a la que representarían no sabe mediante qué mecanismos.

Mientras que el primer fenómeno se manifiesta abiertamente bajo la forma de empresas comerciales como Facebook, Tweeter o Tuenti, produciendo esencialmente material gráfico; el segundo encuentra en la calle su campo privilegiado de actuación, organizando todo un catálogo de acciones de protesta que han logrado, con el imprescindible apoyo de una propaganda mediática monopolística, tumbar a varios gobiernos, facilitando así la colonización de estados de forma pacífica y prácticamente sin coste económico.

Volviendo a las imágenes que en los últimos días difunde el brazo propagandístico del imperialismo capitalista, nos centraremos en la figura de la mandataria coreana. En este punto, nos encontramos con una nueva técnica de desactivación de la protesta. En efecto, una de las técnicas de probado resultado para neutralizar las reivindicaciones sociales ha sido integrarlas al espectáculo del poder oligárquico. En especial, las reivindicaciones igualitarias de la mujer ha sido un as en la manga de los tahures de corbata que siempre ha funcionado: Margaret Thatcher, y Angela Merkel fueron el producto de sendas y exitosas campañas de márketing que consiguieron actuar como auténticos espolones políticos contra el feminismo y el socialismo durante más de una década. En este sentido, la señora Park Geun-hye es tan mujer como el señor Obama es negro. Sólo hace falta mirar las imágenes distribuidas para constatar que esa señora está tan rodeada de un océano de hombres como Obama lo está de blancos anglosajones. Se trata, en definitiva, de un nuevo producto de diseño político destinado a convencer acerca de la apertura y modernidad de regímenes en realidad gobernados por clanes mafiosos.

Se insiste también en que Corea del Sur es una democracia. Demostrar lo contrario exigiría un artículo independiente. Me centraré sólo en un indicio: ¿Dónde está la gente? Las calles del país aparecen desiertas debida a una supuestamente “tranquila normalidad”. Nunca veremos imágenes de masas en el Sur, a pesar de que ha habido huelgas generales y masivas manifestaciones siempre silenciadas por los medios. ¿Dónde está la población pues? Corea del Sur es uno de los países donde, al igual que en Japón, el capitalismo ha conseguido aplicar sus más criminales postulados. Bajo una prosperidad aparente se oculta una dictadura que gobierna gracias a una cuidada teatralidad política en la que el partido A y el partido B son empresas al servicio de las corporaciones capitalistas. Además, Estados Unidos ocupa militarmente el país desde hace 60 años, convirtiéndolo en una colonia que utiliza a su antojo en su política imperialista. En realidad, la población surcoreana vive azotada por uno de los índices de competitividad y precariedad laboral más altos del mundo. Ningún colchón vendrá a amortiguar el golpe del trabajador que no sea capaz de mantener la extenuante productividad a la que se ve sometido. Ninguna garantía jurídica o de cobertura social vendrá en su ayuda frente a unos clanes mafiosos que gobiernan protegidos por una impunidad absoluta. El modelo de dominación capitalista se repite hasta la saciedad con la única diferencia del mayor o menor grado de brutalidad en su aplicación. ¿Dónde está la población pues? La población surcoreana está en sus pisos viendo la televisión, es decir, esa realidad producto o producida, viviendo en el temor, en el arresto domiciliario a perpetuidad que la dictadura del capital llama “libertad”.

Pasemos a Corea del Norte, una dictadura atroz, donde vemos calles llenas de masas enardecidas, disciplinadas, clamando por combatir al enemigo, supuestamente coaccionados por la tiranía de un joven de 30 años. ¿Cómo puede darse tamaño contraste? ¿Acaso sería la Península Coreana, patria del Ying Yang, el paraíso o la cuna de la expresión de extremos tan opuestos, la tierra prometida de la disociación neurótica?

En efecto, en ningún otro lugar del globo se manifiestan, a excepción quizás de países calcinados por el imperialismo capitalista como Irak, Siria o Libia, las contradicciones históricas y de clase, como en la Península Coreana. La zona desmilitarizada que los separa -y en la que, por cierto, pareciera haberse creado una importante reserva botánica y zoológica aprovechando la ausencia total del ser humano- es sin duda uno de los lugares más peligrosos del mundo. Sin embargo, se trata a nuestro entender más de una guerra de nervios, que de una amenaza bélica real, cuyos episodios recurrentes hemos podido observar durante los últimos 20 años.

No obstante, es importante subrayar que el imperialismo es quien lleva la batuta y quien marca los puntos de la agenda organizando constantes maniobras militares conjuntas a gran escala en Corea del Sur a las que Corea del Norte está obligada a responder. El objetivo sería por tanto minar la capacidad de resistencia del Norte, obligando al país a destinar la mayor parte de su producción al esfuerzo bélico, siguiendo el modelo empleado contra la Unión Soviética y que tan buenos resultados dio. Se trata también de comprobar regularmente la cohesión del enemigo comunista, provocando su disidencia interna, sitiándole por hambre, aterrorizándole con amenazas, caricaturizándole para finalmente derrotarle militarmente con mínimo coste económico mediante una pequeña fuerza expedicionaria o, en su defecto, mediante subcontratas terroristas o mercenarias. Y es que, para el capitalismo, la pela es la pela y “mínimo coste, gigantescas plusvalías”, el lema.

Pero la población civil no está en sus planes sino como sujetos pasivos, confinada al mero consumo, vaciada de poder político gracias al control de gobiernos títeres. Sólo girando a la izquierda, facilitando un auténtico empoderamiento de las masas, así como la expropiación a gran escala de corporaciones y mafias, se podrá liberar a la población del adocenamiento y el espectáculo, sólo activándola políticamente en lo real, podrán sobrevivir y, a la postre, vencer, los estados amenazados en esta III Guerra Mundial no declarada que el imperialismo capitalista desencadena desde la destrucción de la Unión Soviética.

 

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