Pascual Serrano - Crónica Libre.- Hace veinte años, una coalición internacional liderada por Estados Unidos comenzaba sus bombardeos sobre Irak con el objetivo de invadir el país y derrocar a su presidente, Saddam Hussein. Cuatro presidentes (Bush, Blair, Aznar y Barroso) anunciaban sus intenciones desde las Azores argumentando la existencia de unas armas de destrucción masiva que el tiempo demostró como una excusa falsa. Para que eso ocurriera se requirió de todo un aparato de propaganda mediática, periodistas sumisos, analistas a sueldo en las televisiones, directivos de periódicos con una línea belicista clara, marginación y censura de cualquier voz disonante.


La guerra nunca tuvo la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU, fue una guerra claramente ilegal en la que murieron más de 550.000 personas y cientos de miles más podrían haber muerto por consecuencias secundarias, siete millones fueron desplazadas y desencadenó un caos y una violencia terrorista en Iraq que todavía continúa.

Al dejar la presidencia en 2008 con sus índices de popularidad más bajos, George W. Bush reconocía que el mayor error de sus ocho años en la Casa Blanca fue hacer caso a los informes de inteligencia que decían que había armas de destrucción masiva en Irak. En una entrevista concedida a la cadena estadounidense ABC News, de la que se publicaron extractos, el mandatario también admite que no estaba preparado para la guerra cuando se convirtió en 2001 en presidente.

El perdón de Blair

En octubre de 2015, el primer ministro británico, Tony Blair, en una entrevista en CNN, pidió por primera vez perdón por los «errores de la guerra de Irak» y reconoció implícitamente que la intervención militar propició el ascenso del Estado Islámico (IS).

Por su parte, Durao Barroso confesó dos cosas fundamentales en esta historia: haberse sentido engañado en esa reunión porque le enseñaron documentos falsos y que fue Aznar quien más le insistió de la necesidad imperiosa de celebrar esa cumbre.

En cuanto al presidente español, José María Aznar, tras los atentados en la estación de Atocha en 2004 y su intento de culpar a ETA en lugar de reconocer su relación con el papel de España en la guerra de Irak, tuvo lugar un levantamiento ciudadano que llevó a la derrota de su partido en las urnas.

Aparato de propaganda mediática

Pero para que aquella tragedia se pudiera llevar hasta el final, hicieron falta algo más que la voluntad de esos cuatro criminales. Se requirió de todo un aparato de propaganda mediática, periodistas sumisos, analistas a sueldo del Pentágono colocados en las televisiones, directivos de periódicos con una línea belicista clara, marginación y censura de cualquier voz disonante.

La mentira de las armas de destrucción masiva fue dada por válida por la práctica totalidad de los medios. Mientras tantos periodistas y directivos de prensa hablan de contrastar noticias, escuchar a todas las partes, citar fuentes o datos, en aquellos momentos todos se incorporaron a la mentira, justificaron el crimen y, así, se convirtieron en cómplices.

Las llamadas del Pentágono a los grandes medios

La prensa ignoró a los inspectores de la ONU que no solo no encontraron las armas, sino que aprovecharon para filtrar información de objetivos militares a Estados Unidos para su posterior ataque. Como señala la periodista Olga Rodríguez, testigo primero desde Bagdad y luego desde Washington, “cuando días antes de los primeros bombardeos los inspectores de la ONU abandonaron el país -sin que importara su veredicto-, el Pentágono telefoneó a los directivos de algunos grandes medios de Estados Unidos para indicarles que la prensa estaría mejor empotrada con el ejército estadounidense y no en la capital iraquí trabajando por su cuenta”.

Rodríguez también recuenta que “en Estados Unidos la mayoría de la profesión se ajustó a las tesis de la administración Bush. Algunos fueron despedidos de sus medios por ser escépticos ante las posiciones oficiales y las principales cadenas de televisión llenaron su programación de interlocutores defensores de la operación militar”.

Los medios no han pedido perdón

Aunque en España, la sociedad se manifestaba en la calle contra esa guerra, nuestras televisiones se llenaban de analistas al servicio de la invasión y periodistas que comentaban con naturalidad la espectacularidad de los misiles y bombardeos contra el pueblo iraquí. Y ninguno expresando sus dudas sobre aquellas armas de destrucción masiva ni permitiendo analistas que defendieran esa tesis.

Han pasado veinte años y, como hemos visto, todos esos presidentes que tanto dolor y muerte provocaron en Irak, han dejado el poder, e incluso alguno ha reconocido su error, sin embargo, los medios de comunicación nunca han pedido perdón ni han reconocido que formaron parte del engaño, que no investigaron, que no dudaron y que no cumplieron su función de informar con veracidad en lugar de ser meras correas de transmisión de los gobernantes.

Invenciones, ilusiones y mentiras

Incluso, la BBC se permitió en marzo de 2013 hacer publicas una informaciones con los datos clave usados por Downing Street y la Casa Blanca que mostraban que se basaron en invenciones, ilusiones y mentiras.

La conclusión es clara, vivimos en sistemas políticos y económicos, en los que los gobernantes pueden reconocer errores, pueden pedir perdón, pueden incluso ser despedidos de sus cargos por el voto de los ciudadanos, pero los que, detrás, mueven la economía y los sistemas de engaño, siempre salen intactos. Volverá otra guerra, tendremos otros gobernantes, mejores o peores, pero los fontaneros del engaño seguirán siendo los mismos.

 

Pascual Serrano es periodista. Crítico con la prensa tradicional, en 1996 fundó la publicación electrónica Rebelión (www.rebelion.org). Su denuncia a los métodos de información de los grandes medios tradicionales se ha reflejado en libros como Desinformación (2009), o La prensa ha muerto: ¡viva la prensa! (2014). Otros libros publicados son Traficantes de información (2012), Medios democráticos (2016) y Paren las rotativas (2019).

Ha sido colaborador de Público, Eldiario.es y Sputnik.

En 2019 recibió el Premio de Periodismo de Derechos Humanos que anualmente concede la Asociación Pro Derechos Humanos de España (APDHE). En la actualidad dirige en Akal la colección A Fondo y colabora con varios medios, como Le Monde Diplomatique y Mundo Obrero.

Su último libro es Prohibido dudar. "Las diez semanas en que Ucrania cambió el mundo" (Akal).

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