BlackRock compra los principales puertos del Canal de Panamá
Trump pone su política exterior al servicio de las corporaciones
Ernesto Cazal
Misión Verdad
Una noticia ha pasado desapercibida en los análisis sobre la política exterior de Estados Unidos: la compra de 43 puertos en 23 países a CK Hutchison Holdings, propiedad de Li Ka-shing, con base en Hong Kong, por parte de BlackRock Inc., con sede en Estados Unidos, y su unidad Global Infrastructure Partners, junto con la división portuaria de Mediterranean Shipping Co., con sede en Suiza.
Se trata de un acuerdo por 19 mil millones de dólares, que incluye los puertos en ambos extremos del canal de Panamá: las entradas de Balboa y Cristóbal.
Hutchinson opera dos de los cinco puertos a lo largo del Canal de Panamá (Foto: Bloomberg)
El martes 4 de marzo el presidente Donald Trump afirmó ante el Congreso que, con el negocio, se estaba "recuperando" de China el "control" del canal, una afirmación infundada teniendo en cuenta que nunca hubo dominio o arbitrariedad alguna de la compañía hongkonesa en la operatividad del paso fluvial. Los puertos no controlan el canal; el Estado panameño sí, tal como lo ha confirmado una y otra vez el presidente Mulino.
De hecho, la Autoridad del canal había afirmado anteriormente que empresas estadounidenses y taiwanesas también operan puertos a lo largo del canal.
Y, según datos del propio canal, alrededor de 75% de la carga que transita por él tiene como destino o procedencia Estados Unidos. Sin duda, es el mayor beneficiario de la ruta y no ha habido perturbación en las entradas y salidas comerciales.
Por allí pasa aproximadamente 5% del comercio marítimo mundial. Se trata de una vía fluvial que, inaugurada en 1914, conecta estratégicamente el mar Caribe con el océano Pacífico.
La movida ha sido adjudicada mediáticamente como una victoria geopolítica de Trump ante las quejas por la "influencia china" y las tarifas de la autoridad; él mismo no descartó una medida de fuerza militar para "retomar" el control del canal, una grandilocuencia característica del presidente magnate cuyo objetivo primordial es imponer la narrativa para forzar negociaciones a su favor, respaldada por el extenso historial de intervenciones del país norteamericano.
Pero la compra de BlackRock, el mayor y más influyente administrador de activos financieros del mundo, tiene dos aristas que vale la pena resaltar, y que hablan a leguas de la conformación de la política integral —y no solo exterior— de Estados Unidos.
China como "amenaza"
La geopolítica de la administración de Donald Trump pretende virar sus prioridades hacia dos ejes regionales en simultáneo: el Hemisferio Occidental y Asia-Pacífico.
Este movimiento implica, en parte, traer de vuelta el monroísmo bajo nuevo cuño, donde Europa ya no es el factor determinante de influencia en la estructura de la política exterior estadounidense en el continente, sino China, uno de los principales socios comerciales del hemisferio, y el mayor para algunos países, incluido Estados Unidos.
Durante las últimas décadas, Beijing se ha consolidado como un socio pragmático, que no ideologiza sus relaciones con otros países, y basa su política exterior en el comercio y en la capacidad de hacer negocios, una posición incluso milenaria en su contacto con lo internacional.
Con la Iniciativa de la Franja y la Ruta, China ha expandido sus operaciones en todas las latitudes mundiales con inversiones billonarias, logrando así desarrollar una vasta red global de infraestructuras.
Entre 2000 y 2023, empresas estatales chinas invirtieron más de 46 mil millones de dólares en 147 proyectos solo en Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. La Iniciativa le ha permitido a los chinos tener acceso a materias primas, vínculos comerciales y ventaja geopolítica en la región.
Muestra de ello, en noviembre de 2024, el presidente Xi Jinping inauguró junto a Dina Boluarte en Perú el puerto de Chancay, donde domina el capital chino, estableciendo entonces una línea directa entre Shanghái y los flujos comerciales de América Latina.
Esta podría ser la razón de fondo por la que Hutchinson decidió vender sus agencias en Panamá a BlackRock, debido al enorme potencial de Chancay, construido para erigirse como un hub del Pacífico, en directa competencia con el canal centroamericano.
Por estas razones, Estados Unidos considera que China es una "amenaza" a la supremacía histórica sobre el continente, al que considera "patio trasero". Contener la sinoinfluencia en América Latina y el Caribe es, entonces, uno de los propósitos de la Casa Blanca.
Y, para ello, pone a disposición toda la estructura institucional de Estados Unidos y su despliegue nacional e internacional con el objetivo de apuntalar los capitales estadounidenses en sectores clave "con fines de lucro como la producción de combustibles fósiles (Alaska, fracking, perforación), tecnología patentada (Nvidia, IA) y, sobre todo, en bienes raíces (Groenlandia, Panamá, Canadá, Gaza)", escribe el economista británico Michael Roberts.
Control corporativo made in USA
Lo político, para Estados Unidos, se centra en la facultad de incrementar el volumen y la circulación de capitales propios, con mayor énfasis en la parte privada, algo que no resulta paradójico ya que las instituciones públicas en el país norteamericano son pivotes del negocio corporativo.
Por esta lógica impuesta, se puede afirmar sin temor a equivocación que los representantes del dinero configuran el verdadero poder estadounidense. Que Donald Trump, un magnate de las bienes raíces, sea presidente solo redunda esta característica y pone de manifiesto, más en la presente administración que en la primera, que los grandes capitales llevan la batuta del negocio, perfilando los pretendidos intereses nacionales del proyecto MAGA.
El caso estadounidense, además, es el paradigma actual de lo que el historiador francés Emmanuel Todd, en su libro La derrota de Occidente, llama "oligarquía liberal, entregada al nihilismo", pero que además es dueña y dispensadora de una gran máquina de imprimir dólares a cuenta del endeudamiento en dicha moneda por el resto del mundo, amén de una desigualdad social inmensa basada en una economía desindustrializada y sumamente frágil por la dependencia propia de las cadenas de suministro globales.
Es decir, es una clase que reproduce capital ficticio sin cesar para enriquecerse, y que utiliza el aparato gubernamental con fines privados, a pesar de la retórica democrática y liberal de la que se ufana. "La tragedia de la oligarquía estadounidense es que manda en una economía en descomposición y en gran medida ficticia", sentencia Todd.
Todo esto viene a cuento porque la política exterior de Estados Unidos está modificándose desde los intereses de dicho capital reinante, cuya sede en Wall Street juega en llave con las órdenes emanadas desde Washington. La compra estadounidense de los puertos panameños así lo evidencia.
Larry Fink, director ejecutivo de BlackRock, informó a Trump de todos los detalles de la operación mientras avanzaban las negociaciones, reportado por Bloomberg, justamente uno de los principales puntales mediáticos de la oligarquía financiera norteamericana.
Por otro lado, las declaraciones de Trump de retomar el Canal de Panamá habría que tomarlas desde el punto de vista del capital. Las operaciones del paso fluvial estuvieron bajo gestión estadounidense desde su inauguración para luego, a través de los Tratados Torrijos-Carter en 1977, transferírselas al Estado panameño en 1999. Estados Unidos quiere de vuelta su control operativo a través de la acumulación corporativa, denotando de esta manera la pretensión de que manda quien tiene el dinero, sin importar razón jurídica o estatal alguna.
La soberanía estadounidense se consagra en el mandato de los capitalistas que reinan el feudo burocrático. Es una marca de la casa, made in USA, que pone de manifiesto el verdadero afán de la actual Casa Blanca: levantar todas las restricciones a la obtención de beneficios. Y Trump, esta vez, y de esta manera (contrario a su primer gobierno), habría asegurado el apoyo de los mayores polos de poder capitalista en su país, tanto en Nueva York como en California.
Bajo esta visión, siguiendo al citado Roberts, "Trump considera a Estados Unidos como una gran corporación capitalista de la que él es el director ejecutivo", cuyos accionistas son los oligarcas del capital ficticio representados en BlackRock y demás vampiros financieros.