Jesús Arboleya Cervera - Progreso Semanal.- De una forma u otra, el término derecha cubanoamericana aflora con frecuencia cuando se habla de la política en el estado de la Florida, de las relaciones de Estados Unidos con Cuba e incluso en muchos de los recientes acontecimientos ocurridos en América Latina. Pocos, sin embargo, tienen una idea clara de lo que abarca su definición.


Su formación tiene su origen en la vieja oligarquía cubana y su periferia más cercana, cuando pasaron a encabezar el movimiento contrarrevolucionario auspiciado por Estados Unidos contra Cuba.  

En tal sentido fue una fabricación norteamericana, que partió de dos premisas básicas: recuperar lo perdido en Cuba y lograrlo mediante la intervención del gobierno estadounidense, lo que explica la naturaleza restauradora de su agenda hasta nuestros días.

Para la derecha cubanoamericana nunca ha sido funcional el tránsito pacífico hacia el capitalismo, ni la emergencia de fuerzas políticas alternativas dentro de Cuba. “Que me devuelvan lo mío”, sin importar otras consecuencias, es la consigna que se materializa en la ley Helms-Burton. 

El capital acumulado por algunas de estas personas en Estados Unidos antes del triunfo revolucionario, la posibilidad de aprovechar la preparación de muchos en el desarrollo del sur de la Florida y la ampliación de los negocios norteamericanos en América Latina, incluido el tráfico de drogas, así como los beneficios resultantes de las inversiones estadounidenses en la guerra contra Cuba, articularon la base económica del “enclave cubanoamericano de Miami”, el cual encontró en la derecha cubanoamericana a su principal representación política.  

La base social de esta fuerza es el llamado “exilio histórico”, básicamente conformado por los cubanos que emigraron en los primeros años posteriores a 1959, portadores de una matriz ideológica caracterizada por una furiosa oposición al proceso revolucionario cubano y a cuanta cosa que, de manera real o inventada, pudiera oler a “comunismo”. Esta postura se ha visto constantemente alimentada por el fundamentalismo conservador norteamericano y la relación de beneficio que ha significado para estos grupos la hostilidad contra Cuba.

Aunque no todos provenían de la oligarquía cubana y algunos vivieron  difíciles períodos de asentamiento en Estados Unidos, fue una inmigración especialmente privilegiada por la política norteamericana, lo que explica, junto con otros factores, el nivel de éxito relativo que se aprecia en los indicadores económicos y sociales del enclave miamense.

En la medida en que se desarrollaban estos intereses específicos en suelo norteamericano, fue necesario protegerlos mediante la política, cosa que los cubanoamericanos supieron hacer gracias al acelerado incremento de sus posiciones de poder a escala local, así como en su representación a nivel estadual y federal.

El momento de consolidación de este proceso fue el triunfo de Ronald Reagan en 1980 y la creación de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA) en 1981. Aunque esta organización surgió por iniciativa de la CIA, con vista a generar apoyo para la política hacia Cuba y América Latina, su presidente, Jorge Mas Canosa, tuvo la perspicacia de proyectarla en función de ganar posiciones políticas y administrativas a escala local y nacional, cosa que también convenía a los republicanos. 

De nuevo, relacionado con una función contrarrevolucionaria, va a producirse el abordaje de los cubanoamericanos a la vida política norteamericana. Pero esta vez se transformó su propia naturaleza, ya que no actúan en calidad de cubanos, sino de norteamericanos, con aspiraciones dentro de ese sistema que superan la política hacia Cuba, aunque esta continúe siendo el patrón que los define y garantiza tanto el monolitismo de sus posiciones, como su visibilidad e influencia en el debate político estadounidense.

La derecha cubanoamericana se integra al movimiento conservador por todas las bandas. En el caso de Estados Unidos, de manera particular a través del Partido Republicano, donde han llegado a alcanzar un activismo prominente, así como en las diversas organizaciones creadas por el lobby conservador. A escala internacional, mediante su asociación histórica con la extrema derecha latinoamericana, a la que aporta acceso e influencia en las estructuras de poder estadounidenses.

En la actualidad, dado su peso relativo en el sur del estado de la Florida, Donald Trump necesita de esta fuerza para sus planes reeleccionistas en 2020. También importa el papel que algunos políticos cubanoamericanos desempeñan en el Congreso, sobre todo para contrarrestar el asedio que los demócratas han planteado al presidente.

A cambio de este apoyo, Trump les ha concedido un protagonismo significativo en el diseño y aplicación de la política hacia América Latina, lo que incluye ubicarlos en posiciones de poder dentro de la burocracia gubernamental que se ocupa de esta esfera.

El verdadero poder de la derecha cubanoamericana depende, en primer lugar, de su sintonía con los intereses gubernamentales. Pero incluso cuando no es así, como fue el caso del gobierno de Obama, siempre tienen la opción de vincularse a una poderosa oposición, reflejo de la polarización existente en el mundo político norteamericano.

Claro está que también importa su capacidad para movilizar votos y dinero en la comunidad cubanoamericana, su control de ciertas estructuras políticas y administrativas del sur de la Florida, así como su posicionamiento en el aparato gubernamental y la sociedad civil estadounidense. Salvo en el primero, donde al menos coyunturalmente se aprecia una alianza bastante sólida con la administración de Donald Trump, en el resto de estos campos se observan retrocesos importantes del nivel de influencia antes alcanzado por la derecha cubanoamericana.

Mientras que a finales del pasado siglo los niveles de filiación con su agenda se movían entre el 80 y el 90 % del electorado cubanoamericano, en las últimas elecciones ha descendido a niveles que oscilan alrededor del 50 %. Su capacidad de recolección de fondos también ha decrecido y durante la administración Obama fue ostensible el abandono de sus posiciones por parte de importantes grupos del empresariado cubanoamericano. En las elecciones parciales de 2018 la derecha cubanoamericana perdió dos de los tres escaños al Congreso federal que ocupaba en el estado de la Florida.

Ello se corresponde con las tendencias demográficas y generacionales que se observan en la comunidad cubanoamericana, así como a la existencia de intereses económicos con miras en el mercado cubano. Sin embargo, aún no se observa la consolidación de fuerzas políticas que reflejen plenamente estas tendencias y actúen de manera decidida contra la agenda de la derecha cubanoamericana, por lo que ésta continúa siendo la fuerza política más poderosa en la comunidad y su existencia sigue siendo altamente funcional para el Partido Republicano y las tendencias más extremas del movimiento conservador norteamericano.

De resultas, cualquier cambio de la política de Estados Unidos hacia Cuba, incluso cualquier proceso de corte progresista en América Latina, tendrá que tener cuenta el potencial negativo de esta fuerza y actuar en consecuencia.

No hay dudas de que Miami es la capital de la derecha latinoamericana, dentro y fuera de Estados Unidos, y corresponde a los cubanoamericanos transformar esta realidad. De ahí la importancia de lo que ocurra en esa pequeña región, conocida por Miami, donde no solo interesa el turismo.  

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