Mildred de la Torre y Ana Vera - La Tizza.- Versión leída en la Jornada Científica "La Revolución cubana: raíces y proyecciones", 12 y 13 de diciembre de 2019.
Estamos en un buen momento para hablar sobre los retos de la política cultural. Las políticas gubernamentales son siempre observatorios idóneos para conocer la sociedad y sus cambios, porque es ella quien condiciona a las políticas.
Debemos hacer una primera pregunta: ¿qué entender por política cultural? Las respuestas pueden incitar al debate. Lo cierto es que algunos, basándose en pronunciamientos oficiales de organismos internacionales, la definen como estrategia institucional a largo y mediano plazos para difundir la creación artística y literaria. Las autoras de este artículo quieren proponer que las políticas culturales se asuman como un objeto plural y, sobre todo, en su sentido de políticas sociales.
Para meditar al respecto, preguntamos:
¿Hay consenso sobre la banalización de las costumbres en la sociedad actual? ¿Sobre cómo lo ficticio subyuga a las esencias? ¿Se justifica la incomprensión casi generalizada de lo que puede significar la lectura como herramienta de aprendizaje y conocimiento? ¿Podemos explicar a nuestros hijos y nietos por qué sobreviven la discriminación y la bisutería cultural que permean y deshumanizan a los seres humanos?
Recordamos con dolor y nostalgia a los amigos y conocidos que no tuvieron paciencia para esperar el momento en que sus teorías académicas pudieran convertirse en herramientas para la transformación social.
Recordamos ahora los quebrantos sufridos por el sistema familiar y social cubano en los sesenta, en medio de una atmósfera de trascendentes cambios en los cuales todos estuvimos involucrados. Las rupturas asociadas a una inédita forma de socialización contribuyeron, en alguna medida, a la hibridación, a la vulgarización de las costumbres, al debilitamiento de la educación formal. Y si hoy hablamos de políticas culturales como políticas sociales, en la cultura nos encontramos ante una tarea impostergable: el trabajo conjunto con la esfera educacional y los medios de comunicación para recuperar valores como insumos para construir la sociedad del mañana. Estamos pensando en la necesidad de replantearse las esferas y sectores de dirección de la sociedad.
Se firman convenios, compromisos, se realizan seminarios, eventos entre otras muchas acciones, pero la práctica muestra vacíos en lo relativo a las respuestas que cabría esperar por parte de la sociedad.
Algo que lastima por no justificado es la pobreza sostenida de las bibliotecas escolares y la ausencia de lectura inteligente por parte de estudiantes y profesores.
Pensar en el futuro requiere mirar hacia el pasado y desear un mejor aprendizaje de la historia para comprender las causas de las rupturas, y sistematizar conocimientos que nutran a las políticas culturales.
Reclamamos volver a los fundadores del pensamiento cubano: Félix Varela, José de la Luz Caballero, José Martí, entre otros y a su llamado a conocer la sociedad para educarla bien, porque del conocimiento deriva la calidad de lo que hacemos para el mejoramiento humano.
Pensamos en los sucesivos cambios por los que hemos transitado, y en la movilidad social que reestructuró las culturas particulares. Sin embargo, no contamos aún con suficientes estudios sobre los cambios culturales derivados del proceso de transformación de la sociedad; para acercarnos a ello las ciencias sociales deben rebasar los márgenes estrechos del enfoque socioeconómico y demográfico y proponerse la comprensión de la cultura.
Somos una sociedad en tránsito, donde las políticas culturales de ayer confluyeron en un solo haz; las del mañana deben ser plurales y continuadoras de nuestro actual sistema político.
En este sentido, recordemos el movimiento intelectual que compartió el debate sobre los errores del Quinquenio Gris para contribuir a restañar heridas cuyos frutos se hicieron sentir en la desarticulación de la gobernabilidad del sector y en la transformación institucional.
Podríamos referirnos a los éxitos, indiscutibles, de los últimos años, pero no son ellos los únicos que deben sustentar nuestras políticas, sino también los problemas que enfrentamos. Se aspira a potenciar la autonomía de los municipios, las empresas y las personas, bajo un control estatal que sea representativo de toda la sociedad. Pero ¿cómo desarrollar sujetos autónomos sin potenciar su creatividad?
Los conflictos de hoy no son los de los años sesenta ni tampoco las prioridades. Ya no tenemos a la república burguesa viva entre nosotros. Ahora somos portadores de la memoria de logros y desafíos propios de la construcción socialista.
Continuidad no debe ser repetir, y «pensar como país» no es una consigna sino el llamado a un pensamiento articulado, trenzado en políticas enfocadas a la transformación de la sociedad.
Cuando pensamos en transformar la sociedad, ¿de qué hablamos?
Reflexionemos en la necesidad de plantearnos los retos del cambio sin demoler lo anterior; pensemos en abolir el «borrón y cuenta nueva» pero, ¿cómo construir sin demoler?
Démosle al debate abierto la importancia que merece, un debate inclusivo, desprejuiciado, que sume a la gente sencilla cuando aprende a expresar sus necesidades, en diálogo con la orientación política. Un diálogo que contribuya a sensibilizar a todos con lo que es suyo, con lo que es de todos. Así lograremos pensar como país.
¿Conocemos las consecuencias de la globalización?
¿Estamos conscientes de lo que el colonialismo cultural está logrando en los momentos actuales?
Se hace necesario identificar las causas de los problemas y delimitar responsabilidades. El paternalismo, la complacencia, la impunidad, las desigualdades, el silencio de las barbaries, la pretensión de sociedad perfecta, las metáforas para nombrar desaciertos, el «desvío de recursos», la «liberación» de los dirigentes, la ausencia del pensamiento científico y humanístico en el diseño de políticas sociales transformadoras del entorno, que desconocen las tradiciones específicas del lugar donde se implantan.
En el tratamiento publicitario de los aconteceres violentos en otras regiones del mundo, se exacerba la loa a las «buenas causas», mientras se subestima la naturaleza de las fuerzas opositoras. Pensemos en los procesos recientes de Bolivia, Chile, Ecuador, Brasil. Con una visión maniquea, la noticia abundaba en las «conquistas sociales» y en la ofensiva imperialista de la oligarquía, sin atender a las contradicciones dentro de los movimientos de izquierda. Tenían que suceder las explosiones sociales para que se diera a conocer lo que realmente estaba sucediendo en esos países. Y a pesar de eso, aún hoy la información sigue siendo parcial.
¿Qué hicieron las políticas culturales de esos países para lograr que la gente sacara a las calles cacerolas, violines, tambores y otros artefactos de la cultura artística y cotidiana, para personalizar las protestas políticas? ¿Qué ocurre con la cultura cubana y las políticas que la deben potenciar?
No nos cansamos de lamentar la tendencia creciente al adocenamiento de ciertos temas de la literatura y el arte, a la mercantilización grosera de la creación, a la promoción y aceptación acrítica de obscenidades. Lamentamos, en otro orden de cosas, el juego prohibido, presente en todos los grupos sociales incluyendo los niños, el racismo, la homofobia, el androcentrismo, las adicciones, los enfrentamientos religiosos subterráneos, el quietismo ideológico, el mal-decir, el regionalismo.
Queremos detenernos en las «guerras religiosas subterráneas» las cuales en realidad no son tales. Es importante recordar cómo la aceptación oficial de la religión como parte integrante de la cultura pasó por varias etapas de exclusión imposibles de reseñar en estos momentos. Sin embargo, en su seno se desarrollan tendencias que contribuyen al fortalecimiento de la obsolescencia y el ostracismo sociales tales como: el rechazo al aborto, al divorcio, al matrimonio de hecho, la negación de los símbolos, la exclusión social y religiosa, la exaltación de la evangelización colonial, la fe ciega y escolástica, la enajenación, entre otros muchos aspectos excluidos todavía del debate laico. Los dogmas religiosos ocupan los espacios públicos sin contrapartes inteligentes, cultas y razonadas.
¿Por qué no discutimos esos problemas en los espacios abiertos también?
Hemos preguntado antes por qué nuestras investigaciones no nutren las políticas sociales en el sector cultural. El movimiento intelectual cubano contemporáneo procede, en su inmensa mayoría, de la obra revolucionaria, por eso existen todas las condiciones para mirar hacia dentro, sugiriendo y desarrollando obras capaces de contribuir a la continua renovación del país.
Vivimos en plena era de pobreza del lenguaje articulado, acompañada de apelativos familiares que buscan el fácil camino al diálogo en los espacios públicos, un diálogo en el que «papi», «mami», «mi amor», y otros más, sustituyen a fórmulas de cortesía que han perdido su sentido. Sin embargo, esos apelativos funcionan para muchas personas. ¿Por qué? ¿Qué ser podría hacer para conducir la costumbre hacia formas más respetuosas del trato?
Eso también es un reto para las políticas culturales.
La emergencia de un pensamiento crítico es un patrimonio y un producto de todos. Hay diálogos abiertos entre sectores de la intelectualidad. El acceso a los resultados de esos diálogos debe ser obligado.
En cuanto al diálogo social contamos con una gran experiencia previa. El estilo del debate sobre la Constitución hay que reproducirlo. Aparecen aquí y allá, en la enseñanza artística, en el cine, el teatro, y la canción popular, señales de un pensamiento original que desafía la pobreza del lenguaje, tangible en los medios de comunicación y en todas las esferas de la vida social, donde la gama posible de temas y discursos renovadores contrasta con la vulgaridad y anacronismo de ciertos espacios de intención crítica.
Los medios de comunicación masiva ¿informan o desinforman? ¿Estamos capacitados para preparar a un público que debe enfrentar la bisutería que se desarrolla en el país y fuera de él? Lo que nos llega es violencia, modas, noticias de farándula, sexo, discriminación, mentalidad burguesa en detrimento de los pueblos, burla de las causas nobles, xenofobia, obscenidades, agresiones a la decencia y el buen decir. No se trata de negar los beneficios de la globalización cultural, sino de utilizarlos con inteligencia y sabiduría críticas.
Nuestras políticas tienen ante sí el reto de enfrentar el irrespeto a las tradiciones, su desconocimiento como valor espiritual, el desprecio a los sectores populares y los ancianos, el uso sexista de las mujeres, la repetición escolástica de la historia nacional con visión centrada en la muerte. La necrofilia no puede ser el horizonte de los jóvenes «Vivir el presente y desconocer la historia» tampoco puede ser la divisa, ni el antindependentismo, ni el anexionismo, entre otras tendencias. El auge de la marginalidad y la insensibilidad frente a las tragedias humanas es una consecuencia. Nos referimos, es un ejemplo, al uso del celular ante accidentes aéreos y terrestres, a enfrentamientos y otros dramas, tratados como espectáculos para difundir a través de las redes sociales. Nos referimos también a quienes alimentan el consumismo de sus hijos desde la infancia.
Hay que retomar las ferias del libro adonde se iba a leer, ver cuánto de ellas podemos recuperar en favor de nuestras instituciones de la cultura para que lleguen a ser expresión neta de la voluntad de la sociedad diversa y motivo de placer para las mayorías.
Vemos dos caminos paralelos para robustecer el pensamiento crítico y colocarlo en un sitio determinante: el diálogo abierto de todos con todos y el replanteo de la tradición cultural cubana y universal.
La enajenación es, como sabemos, patrimonio mundial, pero es también cubano. Es preciso buscar formas de reapropiación de lo nuestro a partir de profundizar en el pasado para mejor asumir la coyuntura presente y proyectar el futuro deseado. Se debe estimular la multiplicación de agendas investigativas sobre la historia cultural y la historia de la cultura si deseamos desentrañar, bajo una óptica contemporánea, la autoctonía cultural. No se trata solamente de divulgar las ideas y los pensamientos de quienes también pensaron el país bajo diferentes ópticas y tendencias ideológicas y dejaron sus huellas en la creación, sino de mostrar, críticamente, sus viabilidades mediante el discernimiento de sus bases estructurales. Este es un trabajo de todos, con todos, en el diálogo inclusivo, cordial, autónomo y responsable.
Ese es el verdadero sentido, a nuestro juicio, de «pensar como país», una meta posible para el desarrollo cultural en los próximos decenios.
Fuente: http://medium.com/la-tiza/retos-actuales-de-la-pol%C3%ADtica-cultural-d8f04d4919ee