Javier Gómez Sánchez - (Foto: Caricatura de Ángel Boligán) - Granma.- La evolución de la guerra mediática financiada por Estados Unidos ha ido moviéndose del terreno informativo al emocional. Ya no se trata de una dinámica de desinformación vs. información, sino de emotividad vs. racionalidad.


Lograr la descomposición de debates legítimos y críticas necesarias es una misión permanente de la subversión contra Cuba en redes sociales.

Cuando hace poco más de un mes fue divulgada una lista oficial de actividades en las que se iniciaría un regreso gradual por fases a la normalidad –anunciando que serían explicadas por las máximas autoridades en la Mesa Redonda del día siguiente–, un sentimiento de alivio y expectativa recorrió las mentes de los cubanos. Pero con el avance de las horas de esa tarde y noche, otro mensaje se expandió a la velocidad de un rayo.

De celular en celular, a través de la red de mensajería WhatsApp, comenzó a circular una lista de medidas que mezclaban las oficialmente presentadas con otras falsas, algunas de ellas pensadas para provocar desconcierto, molestia e incomodidad. De grupos de usuarios, a chats privados y viceversa, el alcance de la lista falsa se multiplicaba por minutos. Nunca se sabrá con exactitud cuántas personas la leyeron, y cuántos creyeron en su contenido, o pudieron reconocer el lenguaje sospechoso, distante de los términos usualmente utilizados en ámbitos gubernamentales y de comunicación a la población, en el que se le notaban las costuras.

Al poco rato, varios periodistas de medios oficiales, por iniciativa personal, alertaron desde su muro de Facebook sobre la circulación de la falsa lista de medidas. Para cuando dieron las 12 de la noche, ya probablemente la mayor parte de los cubanos que tiene internet en sus celulares y utilizan WhatsApp la había leído. Al día siguiente, con la Mesa Redonda, quedó demostrada su falsedad, pero para ese entonces la lista había cumplido su cometido.

Como si se tratara de antibióticos que van perdiendo efectividad, en la respuesta ante el uso de las redes sociales para la guerra mediática contra Cuba –en la que participan muchos actores sociales con distintos roles–, no es suficiente contraponer la mera información. No basta con esperar a la emisión esa noche del NTV, o la salida del periódico al día siguiente. Pero tampoco se trata ya de la inmediatez de lo digital contra el ritmo propio de los medios tradicionales. Se trata, principalmente, de intencionalidad.

La evolución de la guerra mediática financiada por Estados Unidos ha ido moviéndose del terreno informativo al emocional. Ya no se trata de una dinámica de desinformación vs. información, sino de emotividad vs. racionalidad. El propósito de la lista no era el efímero de desinformar, sino mantener activados en segmentos de la sociedad cubana los resortes de molestia, desconfianza, resentimiento y aversión hacia todo lo que provenga de la dirección política del país. No importa que después resulte falsa si lo momentáneo tributa al objetivo permanente.

No es una guerra de contenidos, sino de impactos emocionales. Cuando las personas deslizan el dedo por su celular y se desplaza la gráfica de su muro de Facebook, en unos instantes pasan por su vista imágenes y titulares que captan o no su atención. Un creciente número de páginas webs contrarrevolucionarias han basado su alcance mediático en la simple combinación de imagen y titular con el efecto de manipulación que esto produce. Aun cuando la persona no abra el contenido, basta para posicionar el tema que les interesa.

El uso simplista de titulares y contenidos de lectura rápida, se combina con memes, y la producción de videos para YouTube, o transmisión en directo vía Facebook. Los estudios de tráfico o lectoría, que benefician a los sitios digitales de los grandes medios, no son capaces de medir el efecto subjetivo que emotivamente este tipo de guerra comunicacional produce.

Esta influencia emocional en las redes sociales ha sido efectiva para utilizar a su favor el deseo de precios más bajos de acceso a internet, el desasosiego provocado por la escasez y las colas en las tiendas, el disgusto ante la mala calidad de varios servicios. Constantemente posiciona,  cual «líderes de opinión», a músicos, humoristas, actores y todo tipo de figuras públicas, siempre y cuando sus publicaciones sean lo suficientemente superficiales como para ser útiles a esos propósitos.

Lograr la descomposición de debates legítimos y críticas necesarias es una misión permanente. Lo que surgió con razón como un reciente cuestionamiento urbanístico y arquitectónico, o acaso estético, a partir de algunas desafortunadas acciones constructivas en la capital, fue redirigido a fuerza de inducción en las redes para buscar convertirlo en un espacio de expresión antigubernamental.

La segmentación de zonas del público digital cubano implica para esas intenciones tanto la explotación de temas de impacto general o nacional, como de aquellos propios de sectores específicos: mientras la apertura de tiendas en dólares puede captar el interés de la mayor parte de la población, el patrimonio arquitectónico en El Vedado resulta más sensible solo para una parte –minoritaria, pero de inserción social estratégica– dentro de esta.

Las acciones mediáticas que despiertan la emotividad e inhiben la racionalidad de cada segmento se modifican y amplifican desde espacios comunes o diferentes. La acción de páginas webs y youtubers orientados a la población más amplia, se combina con espacios digitales «alternativos» pensados para un sector con desenvolvimiento social y profesional en las artes, las universidades y el propio mundo periodístico o del sistema de la cultura.

Secuestrar causas sociales y temas como el racismo, los derechos sexuales y los roles de género, cuyos logros educativos y legislativos han sido llevados adelante precisamente por su integración con las instituciones como parte de la agenda gubernamental y de la transformación que la Revolución ha producido, es otro de los objetivos. Trastocar la sensibilidad en fanatismos irracionales, para lograr que aquellos que antes fueron discriminados ahora se muestren tan o más intolerantes, en contra de las propias instituciones que defienden tales derechos.

¿Les importan realmente nuestros derechos sexuales como cubanos a quienes están en las redes, detrás de esos medios digitales, y se benefician del dinero que reciben por verter veneno contra su propio pueblo? ¿Quién lucha más por esos derechos, los que postean persiguiendo, insultando y exigiendo renuncias, o una institución como el icrt, que por política del Estado produce telenovelas y emite horas de televisión para educar sobre el tema?

Lo mismo que vimos fabricarse contra la Policía Nacional Revolucionaria, se vuelve un factor común en esta guerra mediática de emociones vs. racionalidad, que no respeta ni el fallecimiento de un joven y popular cantante, para utilizarlo contra el mismo Sistema de Salud Pública que no pudieron ver fracasar ante la COVID-19.

Se trata de construir una especie de «farándula virtual» en la que, a mercenarios al servicio de la estrategia de Estados Unidos contra Cuba, los veamos como nuestros «amigos de Facebook», cual si se tratara de la actividad social más natural del mundo.

Nunca como ahora hemos estado tan expuestos al financiamiento de Estados Unidos a la comunicación contra Cuba, con la diferencia de que, si en décadas anteriores el uso de la difusión radial y televisiva con las emisiones de Radio y tv Martí se iniciaron de golpe, la penetración de internet ha sido gradual, a la par de necesaria o imprescindible.

Hoy 3,9 millones de celulares en Cuba poseen conexión por datos móviles a internet, y se estima que al terminar este año sean unos 4,2 millones, lo que equivale a la mitad de la población adulta. Significa que ya el país tiene más celulares conectados que televisores. Sumando a los cubanos que se conectan por otras vías se eleva la cifra a más de siete millones y seguirá en aumento.

Algunos temas necesitarían una respuesta directa, otros podrían estar englobados en una respuesta sistemática que alerte sobre las intenciones en las que se insertan. A propósito de esto, el Presidente afirmó ante el Consejo de Ministros: «No podemos seguir anclados en formas de comunicar anteriores a la era digital y no podemos burocratizar los procesos ideológicos».

Queda, para que lo logremos, superar completamente el desgaste que ha sufrido el término «redes sociales» en algunas zonas del debate revolucionario en la base, a veces con una connotación peyorativa, que no deja de denotar desconocimiento.

Sería imprescindible que las estructuras de base de las organizaciones políticas integren a su agenda principal el seguimiento del funcionamiento mediático y social de las redes. Aun cuando factores etarios, económicos y de interacción tecnológica lo dificultan, requeriría, en muchos casos, un replanteamiento de la jerarquización temática en los espacios de discusión.

El peso de la paradoja que resulta que quienes más experiencia y conocimiento acumulan sobre el tema no sean los de mayor edad, requiere que todos seamos receptivos ante el hecho de estar viviendo no solo una época de cambios, sino un cambio de época.

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