Jesús González Pazos - El Salto.- América Latina está atravesada por protestas sociales masivas en contra la situación política y económica que allá se vive. Tras el paréntesis de los peores meses de la pandemia, ahora la movilización regresa.


Vamos acabando este 2020, el año que quedará en la memoria individual y colectiva como aquel que marcó un nuevo ritmo y situación desconocida para el mundo. Al igual que las crónicas de hace un siglo señalan 1918 como el año de otra pandemia, conocida como de la fiebre española, este 2020 será el de la Covid-19. Nos hemos sofisticado un poco con los nombres, pero los resultados son similares: cientos de miles de muertes en medio de un sistema económico puesto patas arriba que, además, se ha mostrado incapaz de cuidar la vida. En 1918 la pandemia se sumaba a los efectos catastróficos de la I Guerra Mundial; 2020, con consecuencias igualmente graves que multiplican las derivadas de la crisis que arrastra el sistema capitalista desde 2008.

En este marco, las brechas de la desigualdad y la concentración de la riqueza en cada vez menos manos, en detrimento siempre de las condiciones de vida de millones de personas, es un hecho innegable en el mundo. Y a ello se añaden, como complemento ya imprescindible, los tics autoritarios y populistas que hacen que las democracias cada vez sean de más baja intensidad respecto a las libertades y los derechos de las personas. Se demuestra así, una vez más, que el neoliberalismo que un día se pensó a sí mismo como regente único para los siglos venideros, se hace más autoritario en su fracaso a fin de conservar su ya cuestionado viejo dominio.

América Latina evidenció en los últimos meses de 2019 esta realidad. Se había impuesto el retorno a políticas de austeridad, de recortes de derechos, de privatizaciones y de primacía de los dictados de los mercados, las cuales eran recetas conocidas. Este continente había sufrido esas mismas medidas durante las últimas décadas del pasado siglo XX y tenía aún en la memoria más reciente sus consecuencias de empobrecimiento generalizado y de crecimiento, no de las condiciones de vida, sino de la desigualdad.

Pero, como decíamos antes, ahora estas medidas venían asociadas a regímenes democráticos de baja intensidad. Sistemas que debían imponerse, aunque no necesariamente fueran votados por la población. Y eso ocasionó que los meses finales de 2019 estuvieran llenos de protestas y revueltas sociales, que no solo se dieron en América Latina sino por todo el mundo. Sin embargo, será en el continente latinoamericano donde, una vez más, la intensidad de la protesta social fue tan grande que hizo tambalearse a algunos gobiernos. En otros casos la reacción de la derecha fue tan brutal para restaurar su antiguo poder que llegaron al golpe de estado, como en Bolivia, con las consiguientes masacres y represión contra la población. Asistimos así a movilizaciones que parecían se daban el testigo recorriendo todo el continente, en Ecuador, Colombia, Brasil, Chile y la razón siempre estaba en la aplicación de las viejas recetas neoliberales que, además en estos últimos tiempos venían acompañadas, no es que antes no lo estuvieran, pero ahora era más evidente, de la corrupción sistémica que recorría y atravesaba a la totalidad de las élites políticas y económicas.

Se cerraba el año y se abría el 2020 donde todo apuntaba a un incremento de esta explosiva situación. Y llegó la pandemia del coronavirus que paralizó las protestas y, de alguna forma, nos apretó los corazones hasta casi el ahogo y el colapso del sistema. Éste mostró, una vez más, que es un modelo fracasado que no tenía capacidad para responder a una pandemia mundial. Las privatizaciones de los servicios de salud o su abandono en cuanto a inversión pública, de las redes de asistencia social, de los cuidados de nuestros mayores, la perdida de acceso a la educación de gran parte de la infancia y juventud de las familias de menores recursos, la deslocalización de empresas o el cierre de múltiples sectores laborales puso en cuestión, otra vez, la invalidez de este modelo si no es para aumentar las cuentas de beneficios de las empresas y sus élites parásitas.

Y, sin embargo, tras retener el aliento por esa pandemia, el mundo vuelve a latir y la protesta en América Latina retoma fuerzas. No puede ser contenida. La aplastante derrota electoral de la derecha golpista y sus tesis políticas y económicas en Bolivia, se traduce en una renovada apuesta por retomar y profundizar el proceso de transformaciones en favor de las mayorías. El contundente posicionamiento en Chile, la semana siguiente, para finiquitar la constitución neoliberal-pinochetista abre de nuevo las alamedas para avanzar en una sociedad verdaderamente democrática y no rehén de una transición política que salvó en gran medida el rol de la dictadura. Al tiempo que se daban las elecciones bolivianas, en Colombia se producían grandes movilizaciones que recorrían el país y que, partiendo de la determinación indígena, terminaron contagiando a la totalidad de los sectores populares; se exige acabar con la actuación de los grupos armados (disidencias, paramilitares) que asesinan diariamente a los liderazgos sociales. Pero, sobre todo, se demandan responsabilidades al gobierno de este país que no quiere avanzar en el cumplimiento de los Acuerdos de Paz, por lo que la nueva Colombia se parece demasiado a la vieja en cuanto a falta de derechos y de condiciones de vida dignas.

Perú, ese país andino silencioso en los últimos años, que aún vive bajo los miedos del conflicto interno sufrido en las últimas décadas del siglo pasado y bajo la égida del neoliberalismo, también sale a la calle y protesta. Lo hace contra una clase política tradicional atravesada por la corrupción y en pelea con ella misma por definir las cuotas de poder y de beneficios en los negocios que desde las estructuras del estado controlan, mientras el país se hunde en la miseria.

Guatemala es el último país del más reciente listado de rebeliones de las últimas semanas. El país de la eterna primavera al que sus escuálidas pero poderosas élites no dejan florecer. Controlan todos los estamentos del estado y aledaños. Es conocido el “pacto de corruptos” que en este país centroamericano define las estrechas connivencias entre clase política, oligarquía y narcotráfico. Trataron de aprobar un presupuesto con el mayor nivel de endeudamiento de la historia del país y que, sin enfrentar las duras consecuencias de la desigualdad agravadas por la pandemia, traía nuevos recortes sociales para que ese pacto de corruptos aumente sus beneficios.

En suma, América Latina retoma en las postrimerías de 2020 el pulso en su apuesta firme contra un sistema económico y político injusto que la sigue condenando al empobrecimiento y la desigualdad. América Latina está viva y camina.

Opinión
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